“Es
peor cometer una injusticia que padecerla, porque quien la comete se convierte
en injusto y quien la padece no”.
(Sócrates)
Nevada,
1885. Gil Carter (Henry Fonda) llega a una pequeña población del oeste en busca
de su antigua novia, una mujer de dudosa reputación. Le acompaña su amigo Art (Harry
Morgan). La inesperada noticia del asesinato de un conocido ranchero provoca
que, ante la ausencia del sheriff, se
forme un grupo de linchamiento del que tanto Gil como Art formarán parte.
Pese
a tratarse de una modesta producción, su coste apenas superó el medio millón de
dólares, The Ox-Bow Incident es uno
de los mejores westerns americanos de
la década de los cuarenta. El filme, con guión del productor Lamar Trotti,
quien adapta una novela de Walter Van Tilburg Clark publicada tan sólo unos
años antes, constituye un crudo alegato contra el linchamiento; práctica,
desgraciadamente, muy extendida en los Estados Unidos incluso durante la época
de filmación de la película, cuando aún era frecuente que, en determinados
territorios, grupos de ciudadanos se reunieran para dar escarmiento público a
supuestos delincuentes, casi siempre negros.
Al
margen del magnífico y conciso guión, exento de sensiblerías, tiempos muertos y
discursos morales, la cinta funciona gracias al brío narrativo imprimido por Wellman,
cineasta que sigue sin recibir el reconocimiento que su obra merece (es el
responsable de excelentes títulos como El
enemigo público, Ha nacido una
estrella, Beau Geste, Cielo amarillo, Más allá del Missouri, El
rastro de la pantera…), y a la intensidad de las composiciones de un buen puñado
de grandes intérpretes de la talla de Henry Fonda, Dana Andrews, Harry
Davenport, Francis Ford (hermano del gran John), Jane Darwell o un jovencísimo
Anthony Quinn, entre otros. Asimismo merece ser resaltada la fotografía en blanco
y negro de Arthur Miller, la cual otorga a la puesta en escena un carácter
marcadamente sombrío que se adecua a la perfección al relato expuesto. Mucha
atención también a lo interesantes que resultan algunos secundarios, como el autoritario
ex oficial sudista que quiere que su hijo sea partícipe del linchamiento para
endurecer así su personalidad, o el reverendo negro que en su día presenció la
ejecución de su propio hermano.
El
filme se cierra de manera emotiva, con Henry Fonda leyendo la carta que el
personaje de Dana Andrews, una de las tres víctimas de la enfurecida turba, ha
escrito a su mujer e hijos. Creo que no hay modo más acertado de concluir la
reseña que transcribiendo aquí el contenido de la misma. Léanla, invita a la
reflexión.
“Mi querida esposa:
El señor Davies te
contará lo ocurrido aquí esta noche. Es un hombre bueno y ha hecho todo lo
posible por mí. Supongo que hay otros hombres buenos aquí, pero no se dan
cuenta de lo que están haciendo. Por ellos es por quien siento lástima, porque
dentro de poco esto habrá terminado para mí; sin embargo, ellos tendrán que
recordarlo el resto de sus vidas. Un hombre no puede tomarse la justicia por su
propia mano y colgar a gente sin perjudicar a todos los demás, porque entonces
no viola sólo una ley, sino todas. La ley es mucho más que unas palabras escritas
en un libro, o los jueces, abogados y alguaciles contratados para aplicarla. Es
todo lo que la gente ha aprendido sobre la justicia, y lo que está bien y lo
que está mal. Es la mismísima conciencia de la humanidad. No puede existir la
civilización a menos que la gente tenga una conciencia. Porque si las personas
tocan a Dios, ¿cómo lo hacen si no es a través de su conciencia? ¿Y qué es la
conciencia de alguien sino más que un pedacito de la conciencia de todos los
hombres que han vivido? Supongo que eso es todo, salvo que beses a los niños de
mi parte y que Dios los bendiga.
Tu esposo, Donald”.
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