El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) de Jack Arnold.

Mientras navega junto con su esposa durante unas vacaciones, Scott Carey (Grant Williams) se ve envuelto por una densa y extraña niebla. Unos meses después, observa que su físico comienza a experimentar una progresiva y preocupante disminución.

El especialista en el género Jack Arnold (Vinieron del espacio, La mujer y el monstruo, Tarántula…), firmó su mejor película y una de las obras clave del cine de ciencia-ficción con esta excepcional traslación al celuloide de la novela de Richard Matheson. El propio escritor estadounidense se encargó de adaptar su trabajo literario en un guión sumamente brillante plagado de reflexiones existenciales.

El filme posee unos sorprendentes y logrados efectos visuales para la época, conseguidos a partir del uso de sobreimpresiones, perspectivas forzadas, decorados y objetos de gran tamaño. El resultado es tan eficaz y creíble, que les aseguro que después de visionarlo ya no volverán a mirar a su gato del mismo modo… 

Tras el prólogo, donde Scott se ve contaminado por una nube radiactiva, la cinta se divide en dos partes. En la primera de ellas nuestro personaje se percatará de lo que le ocurre a partir de detalles aparentemente sin importancia, como el hecho de que las camisas y los pantalones comiencen a quedarle grandes. Una visita al médico confirmará su rara dolencia, desencadenándose desde ese momento un desesperante drama que termina afectando a la relación que mantiene con su mujer. Los días pasan y su tamaño es cada vez menor, hasta quedar tristemente recluido en una casa de muñecas. La segunda parte de la película transcurre en el sótano de la vivienda, lugar al que un diminuto Scott acaba yendo a parar después de ser atacado por su gato. Es entonces cuando el filme se convierte en un auténtico relato de supervivencia no exento de lirismo. La voz en off del protagonista, presente a lo largo de todo el metraje, nos ilustrará acerca de las ingeniosas acciones que tiene que llevar a cabo para resguardarse, conseguir alimento y hacer frente a una espeluznante y “gigantesca” araña que cohabita en su reducido universo. La obra culmina con un hermoso epílogo que, por su mensaje y pretensiones cósmicas, recuerda al final de El hombre elefante de David Lynch.

La sobria fotografía en blanco y negro y la excelente interpretación de un sufrido Grant Williams, contribuyen a redondear un producto de serie B al que el paso del tiempo ha elevado a la categoría de indiscutible clásico del cine.