Cesar “Rico” Bandello (Edward G. Robinson) y su socio Joe (Douglas Fairbanks Jr.) son dos atracadores de gasolineras de poca monta que deciden trasladarse a Chicago en busca de fortuna. Allí entrarán a formar parte de una banda de delincuentes en la que Rico ascenderá hasta convertirse en el principal criminal de la ciudad.
Mítica cinta de gángsters cuya importancia radica básicamente en su carácter fundacional y en la interpretación icónica de su personaje principal.
El cine de ficción es una subestimada fuente de información histórica que refleja muy frecuentemente el estado emocional en el que se encuentra la sociedad en la que surge. Muchos movimientos, tendencias o géneros no habrían aparecido de no ser como consecuencia de determinados acontecimientos históricos. En ese sentido, y por poner algunos ejemplos, no podría entenderse el nacimiento del expresionismo alemán sin la derrota previa de la nación germana en la Primera Guerra Mundial y su posterior humillación en el Tratado de Versalles, como tampoco podría explicarse la aparición de un género como el de gángsters sin la depresión económica que siguió al Crack del 29, o la gran cantidad de filmes sobre superhéroes que se han realizado desde los atentados del 11 de Septiembre de 2001.
Little Caesar es un reflejo elocuente de una época en la que se cuestionaba el papel del estado como garante del bienestar social, de un período de contradicciones ante la ruina económica en el que las fórmulas del individualismo más extremo pueden ser tanto causa del triunfo como del fracaso más absoluto. Esa paranoia es la que encarna el psicótico Rico Bandello de Edward G. Robinson, como también lo hacía el Tony Camonte de la superior Scarface, el terror del hampa (Scarface, 1932) de Howard Hawks.
La película, que sigue la ya resobada estructura de ascenso y caída, adolece de un ritmo adecuado, defecto muy habitual en los primeros años del sonoro, lo que provoca que su desarrollo sea desigual, con secuencias muy lentas y otras que se resuelven con cierta precipitación.
Resulta evidente que no ha envejecido bien, pero es justo valorar su influencia en obras posteriores y más conseguidas. Además, siempre es un placer contemplar a Robinson fumando puros y apretando el gatillo con suma facilidad.
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