“La emoción más antigua
y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de
los miedos es el miedo a lo desconocido”.
(H.P.
Lovecraft)
Francia,
Siglo XIX. La joven Teresa (Cristina Galbó), procedente de Aviñón, es internada
en una residencia para señoritas que dirige la rígida señora Fourneur (Lilli
Palmer).
Todo
un clásico del cine de suspense y terror patrio obra del siempre inquieto Narciso
Ibáñez Serrador (¿Quién puede matar a un
niño?, 1976), quien, bajo el seudónimo de Luis Peñafiel, adapta una
escabrosa historia gótica de Juan Tebar. La película, cuyos exteriores fueron
rodados en el Palacio de Sobrellano, en Comillas, Cantabria, contó con un
presupuesto bastante superior al de la media de las producciones españolas de la época, lo
que permitió contratar a una actriz de renombre internacional como Lilli Palmer
(magnífica en su encarnación de la ambigua señora Fourneur), y recrear con
esmero y al más puro estilo Hammer los interiores de la residencia de
señoritas donde se desarrolla la trama.
Los
avezados conocedores del género, encontrarán en el arranque de La residencia ciertas similitudes con el
del filme de Dario Argento Suspiria
(ídem, 1977). Al fin y al cabo, ambos títulos se inician con la llegada de la
protagonista a una institución educativa para chicas (residencia para
“enderezar” a jóvenes de conducta descuidada aquí, academia de ballet allá) de
la que recientemente han “huido”, por razones que se nos escapan, algunas de
sus alumnas. Y también en ambos casos, la institución en cuestión, de innegable
prestigio, está dirigida por dos mujeres (la señora Fourneur y la señorita
Desprez en La residencia, Madame
Blanc y Miss Tanner en Suspiria). El
único habitante masculino de la residencia es Luis (John Moulder Brown), el
hijo adolescente de la directora. Un chico de apariencia y personalidad
frágiles, al que su autoritaria madre mantiene prácticamente aislado para que no
tenga contacto con las alumnas. En el relato sorprenden, por resultar muy
evidentes teniendo en cuenta la férrea censura de la época, su connotaciones
sexuales. En la residencia no sólo encontramos educandas de clara orientación
homosexual (como Irene, la “esbirra” de la señora Fourneur que se come con la
mirada a Teresa nada más llegar), sino que la mayoría de ellas parecen
desesperadas por compartir lecho con un hombre, como bien muestra Ibáñez Serrador
en la secuencia en la que, como cada tres semanas, llega el sobrino del
carbonero para hacer su trabajo y, ya de paso, “yacer” con una de las chicas.
La
cinta posee, además, una conseguida atmósfera claustrofóbica que va
acentuándose en su último y espléndido tramo hasta desembocar en uno de los finales
más escalofriantes de nuestra cinematografía.
Celebro que te guste esta película, que pudimos recuperar el lunes en el estupendo ciclo de cine español de la 2. Creo que en su día no tuvo muy buenas críticas; sin embargo, con ser un producto descaradamente comercial, desprende cierta fascinación y está realizada con evidente pericia.
ResponderEliminarSaludos.
Hola ricard,
EliminarSi te fijas, raros son los casos en los que una película de terror genera buenas críticas en el momento de su estreno. Normalmente se van revalorizando con el paso del tiempo.
Un saludo.