“No hay nada que temer,
salvo al miedo mismo”.
Por
recomendación del marchante de obras de arte americano Tom Ripley (Dennis
Hopper), el gánster Raoul Minot (Gérard Blain) propone a Jonathan Zimmermann
(Bruno Ganz), un enmarcador de cuadros que padece una enfermedad hematológica
terminal, el asesinato de dos personas a cambio de una gran cantidad de dinero.
Con
Der Amerikanische Freund, personalísima
adaptación de la novela de Patricia Highsmith El juego de Ripley (Ripley´s
Game, 1974), el realizador alemán Wim Wenders no sólo reinventa el género
negro clásico a nivel sintáctico (la singular conjugación de elementos europeos
y estadounidenses característica en esta etapa del autor, el realismo pesimista
de una puesta en escena sobria que remite a las obras del pintor Edward Hopper,
el trabajo de cámara o la utilización de luces de neón para iluminar
determinadas escenas por parte del director de fotografía Robby Müller) y
semántico (su marcado cariz existencialista a lo Dostoyevski), sino que filma
algunas de las mejores secuencias de toda su filmografía, como aquella en la
que el personaje al que interpreta un soberbio Bruno Ganz, sigue a su víctima
en el metro de París hasta aniquilarla sobre una escalera mecánica. Secuencia
prodigiosa en cuanto a su ejecución, montaje y tensión narrativa. O aquella otra el
interior de un tren en marcha (el segundo encargo) que hubiese firmado el mismísimo Alfred Hitchcock.
El amigo americano
se rodó a caballo entre Hamburgo, París y Nueva York, las tres ciudades que
aparecen a lo largo de la película, durante el otoño de 1976 y el invierno de
1977. Y dado su éxito crítico y comercial, tanto en Europa como en Estados
Unidos, sirvió para situar a Wenders al frente del Neuer Deutscher Film o Nuevo Cine Alemán. Como homenaje cinéfilo a
ese noir del Hollywood clásico en el
que se inspira y al que, como decimos, reinventa dotándolo de una nueva
personalidad, el autor de Paris, Texas
optó por incluir en el reparto del filme a dos veteranos directores de ese
período: Nicholas Ray (En un lugar
solitario, Johnny Guitar, Rebelde sin causa…), que encarna a
Derwatt, un siniestro pintor que se hace pasar por muerto para que sus obras se
revaloricen en el mercado con la mediación de Ripley; y Samuel Fuller (Manos peligrosas, Bajos fondos, Corredor sin
retorno…), quien se mete en la piel de un viejo gánster aficionado a los
puros. Pero el homenaje de Wenders al cine (y más concretamente a sus
creadores) no queda ahí, puesto que aparte de Dennis Hopper (director de la
mítica Easy Ryder) y de los dos
realizadores mencionados, también salen en la película otros dos directores, en
este caso franceses, como Gérard Blain (Les
amis), en el papel de Raoul Minot, y Jean Eustache (La mamá y la puta), en una aparición breve. El juego de Ripley se
convierte, por tanto, en un fascinado juego de cinefilia.
Si
bien es cierto que el actor/director John Cassavetes era la primera opción de
Wenders para el rol de Ripley, la elección final de Hopper (por recomendación
del propio Cassavetes tras rechazar la propuesta) resultó ser todo un acierto.
Su Tom Ripley, ese cowboy que se
pasea con sombrero texano por las calles de Hamburgo, constituye uno de los
villanos más complejos de la historia del cine dada su constante ambigüedad en
la relación que mantiene con Jonathan. El primer encuentro entre ambos, cuando
un conocido en común los presenta en la secuencia de la subasta del cuadro de
Derwatt, da pie al inicio de un perverso “juego” en el que Ripley pondrá a
prueba la integridad de Jonathan, desde ese momento enfrascado en un angustioso
dilema moral (ante la proximidad de su muerte, aceptar el trabajo de asesino a
sueldo que le ofrecen supondría garantizar el bienestar económico futuro de su
mujer y su pequeño hijo).
Oscura,
pesimista, sórdida, embrollada y, ante todo, brillante y moderna, Der Amerikanische Freund se mantiene como uno de los mayores logros
del otrora genial autor alemán.
La edición de A Contracorriente Films
Esta película se cuenta entre mis favoritas de la década de los setenta y, ciertamente, entre lo mejor de su director, que parece haber perdido el norte en sus trabajos de ficción y, en contrapartida, filma algunos documentales notables como la reciente "La sal de la Tierra".
ResponderEliminarSaludos.
Hola, ricard:
EliminarA Wenders parece haberle ocurrido lo mismo que a su compatriota Werner Herzog. Tuvieron un inicio de carrera fulminante, pero su inspiración (al menos en lo que se refiere al cine de ficción, puesto que ambos siguen siendo muy buenos documentalistas) se fue apagando sin que nadie sepa muy bien el porqué.
Un saludo.
Tremenda película. Casi me siento mal por haber visto antes la versión de Liliana Cavani, que palidece ante esta joyita.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Sanctus:
EliminarObviamente la adaptación que comentas es muy inferior a la que nos ocupa.
Un saludo.
hace mucho tiempo que la vi y el final, recuerdo que no lo entendí. alguien sabría explicarlo?
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