El Barón Frankenstein (Peter Cushing) y el Doctor Brandt (George Prauda), llevan años investigando la posibilidad de trasplantar el cerebro humano. Tras ser investigados por las autoridades, el Barón es expulsado del país, mientras que su colega se vuelve loco y es encerrado en una institución mental.
Un tiempo después, Frankenstein regresará para conseguir del ya demente Brandt el secreto que completará sus experimentos.
Penúltima entrega de la saga que Fisher realizó para la Hammer sobre el mito creado por Mary Shelley tras La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957), La venganza de Frankenstein (The Revenge of Frankenstein, 1958) y Frankenstein creó a la mujer (Frankenstein Created Woman, 1967). Más tarde llegaría la menos lograda, que no fallida, de la serie: Frankenstein y el monstruo del infierno (Frankenstein and the Monster from Hell, 1974).
Se trata de uno de los filmes más complejos y logrados de Fisher, donde éste da muestras de su sapiencia cinematográfica creando una obra prácticamente perfecta que se aleja del terror de choque para adentrarse en ramas más profundas y metafísicas.
La cinta se inicia con una brillante secuencia en la que se nos muestra una decapitación mediante un plano subjetivo. Se nos oculta la identidad del asesino, del que sólo advertimos sus pies y la hoz que lleva en su mano.
Otras secuencias en las que el suspense alcanza cotas altísimas, y que serían dignas del mejor Hitchcock, son la del registro policial de la pensión donde se hospeda Frankenstein y la de la rotura de la tubería en el jardín, que provoca que salga a la luz parte de un cadáver que con anterioridad había sido cuidadosamente enterrado. Pero sin duda, la secuencia cumbre, ya no sólo de la película, sino de toda la filmografía fisheriana, es aquella en la que el trasplantado, magistralmente interpretado por Freddie Jones, visita a su esposa en la oscuridad de la noche mientras ésta duerme, sabedor de que con ese cuerpo nunca será reconocido por la mujer a la que ama. Es difícil tratar de describir la profunda tristeza y el patetismo que emanan de la misma.
Dentro del reparto, además del mencionado Jones, destaca el trabajo de Cushing, que se muestra más cínico y malvado que nunca.
A resaltar también, la brillante labor de dos artistas made in Hammer como Arthur Grant y su excelente fotografía, y el compositor James Bernard, que escribe una de las partituras más notables de su loable carrera.
En definitiva, Frankenstein Must Be Destroyed es una obra maestra del género fantástico que merece ser revisitada y degustada una y otra vez.
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