Eugene Morgan (Joseph Cotten) es un plebeyo que está enamorado de Isabel (Dolores Costello), una joven que pertenece a la familia aristocrática más influyente del Indianápolis de finales del siglo XIX: los Amberson. Una noche, al ir a cortejarla bajo la luz de la luna, Eugene romperá sin querer un contrabajo, accidental acción que Isabel se tomará como una burla, tomando la decisión de casarse con otro hombre. De esa unión nacerá George Minafer (Tim Holt), un joven engreído y malcriado. Años más tarde, Eugene, convertido en un próspero hombre de negocios, regresará a la ciudad junto a su hija Lucy (Anne Baxter), una hermosa chica de la que se enamorará George.
Tras convulsionar el lenguaje cinematográfico con su inmensa Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), Orson Welles decidió adaptar la novela The Magnificent Ambersons de Booth Tarkington, consiguiendo una nueva obra maestra que de no ser por las mutilaciones a las que fue sometida en la sala de montaje (redujeron su metraje en alrededor de cuarenta minutos) y por la implantación de un anodino happy end que Welles no filmó (se cree que pudo ser Robert Wise, montador de la película, a petición del estudio), bien podría haber superado los logros alcanzados por su ópera prima.
En cualquier caso, y a pesar de todo, El cuarto mandamiento se mantiene como uno de los filmes más fascinantes de la historia del cine norteamericano, además de ser una de las obras más profundamente personales de su excepcional autor.
En comparación con Ciudadano Kane, The Magnificent Ambersons resulta menos cerebral y más lírica. Sólo hay que recordar la secuencia del paseo en trineo por la nieve o buena parte del prólogo, en donde la irrepetible voz de Welles rememora el encanto de las modas y comportamientos de la vieja Indianápolis. Esa visión nostálgica y romántica del pasado (mucho más satisfactorio que el presente, y ya no digamos, que el futuro) también la encontrábamos en Kane, al igual que algunos de los temas esenciales que se abordan en la presente cinta; como la decadencia del poder, la infelicidad, el paso del tiempo o las oportunidades perdidas. Otro punto de coincidencia argumental entre ambas es la existencia de un personaje insolente y soberbio (Kane en un caso, George Minafer en el otro) cuyos caprichos y decisiones provocarán tanto su propia ruina existencial como la de aquellos que lo rodean.
Su expresionista puesta en escena, de remarcados claroscuros gracias al portentoso trabajo fotográfico de Stanley Cortez, se caracteriza por una utilización asombrosa (por extrema) de la profundidad de campo y por un manejo terriblemente moderno del espacio cinematográfico, destacando la elaboración y el carácter milimétrico de determinados planos secuencia (véase la secuencia del baile en la mansión de los Amberson).
También es muy interesante el sentido metafórico con el que se dota a la escalera de la mansión, espacio clave en muchos momentos del filme, que simboliza tanto las subidas y bajadas del propio periplo vital como el carácter jerárquico de una sociedad extremadamente clasista.
El trabajo de los actores no puede ser mejor, con mención especial a las composiciones de Joseph Cotten (su personaje ejemplifica la llegada del progreso y de un nuevo orden social) y Agnes Moorehead. Welles se reserva el rol de narrador, aunque resulta irresistible no tratar de imaginarse lo que hubiera conseguido de haber interpretado él mismo el papel de George.
Poco más (o mucho) se puede decir acerca de esta inmortal pieza de arte cinematográfico, cumbre ineludible en la filmografía wellesiana.
Hace tiempo hablé de ella en el blog y veo que coincidimos en resaltar sus bondades (ese plano secuencia del baile es espectacular). Es una de mis películas preferidas, no de Orson Welles, sino de todos los tiempos. Para mí, ligeramente mejor que Ciudadano Kane.
ResponderEliminarSaludos!
Imprescindible como casi toda la obra de Wells.
ResponderEliminarSu poderío visual y su lirismo se mantienen intactos.
Muy buena entrada Ricardo. Un saludo.
Hola, ethan
ResponderEliminarA mí "Ciudadano Kane" me sigue pareciendo más redonda. No obstante, tal y como señalo en la entrada, creo que "El cuarto mandamiento" la habría superado de no ser por el "destrozo" que le hizo la productora.
Un cordial saludo y gracias por tu aporte.
Hola, David
Imprescindible, sí, como también lo son "La dama de Shanghai", "Macbeth", "Otelo", "Sed de mal", "El proceso" o "Campanadas a medianoche"; todas obras maestras de un genio incomparable.
Un saludo y gracias por tu comentario.
Hola Ricardo,
ResponderEliminarSí, no hay mucho más que decir, ni añadir a tu completa entrada.
Sin duda, Orson Welles fue un genio que supo ampliar las posibilidades del cine en todos los sentidos, alargando los planos secuencia en el tiempo, la profundidad de campo en el espacio y reinventando en el arte a los más clásicos y a los más modernos.
En esta película me impresionó incluso en cosas tan sencillas como mostrar a sus personajes comiendo, algo inusual hasta entonces, y que él supo integrar con gusto dentro su obra.
Ahora que parece que por fin se estrenará su inacabada "The Other Side of the Wind", creo que será una nueva oportunidad para comprobar que por mucho que están recortadas sus obras, no sólo no dejarán de ser grandes, sino que engrandecerán su leyenda.
Gracias “Stalker” por guiarnos en la zona cinéfila.
Un saludo.
txusfin,
ResponderEliminarCoincido contigo cuando señalas que Welles amplió el horizonte del por entonces todavía joven lenguaje cinematográfico. No inventó nada, pero supo ver más allá y hacer evolucionar al mundo del cine llevando hasta el extremo la utilización del tiempo y el espacio cinematográficos.
Por otro lado, es cierto que en esta película aparece algún personaje comiendo, o más bien engullendo, como el joven George al devorar la tarta de fresas que le ha preparado su tía.
Será interesantísimo, si finalmente se estrena, ver lo que queda de su filme-testamento.
Por cierto, que lo de "Stalker" me lo tomo como un verdadero halago ;)
Un saludo y gracias por pasarte por mi particular "Zona".