La leyenda de la fortaleza de Suram (Ambavi Suramis tsikhitsa, 1984) de Sergei Paradjanov y Dodo Abashidze.


Según cuenta una vieja leyenda georgiana, la fortaleza de Suram, construida para defender al país de los enemigos externos, siempre acaba derrumbándose al alcanzar determinado nivel, sin que nadie sepa por qué ocurre.

Durmish-Khan (Zura Kipshidze) es un esclavo liberado por su amo que decide emprender un viaje para conseguir la cantidad que permita comprar la libertad de su amada Bardo (Leila Alibegashvilli/Sofiko Chiaureli), que aún sigue teniendo esa condición. Por el camino se topará con Osman (Dodo Abashidze), un comerciante musulmán que cambiará su vida.


Tras salir del campo de trabajo en el que había sido confinado por las autoridades soviéticas, Sergei Paradjanov retomaba su carrera cinematográfica con la creación de esta fascinante y hermosa película con la que proseguía y consolidaba las experimentaciones de lenguaje que había iniciado unos años atrás con El color de la granada (Sayat Nova, 1968).

Adentrarse en el cine del director armenio requiere liberarse de prejuicios y tomar conciencia de que, probablemente, uno va a contemplar algo muy distinto a todo lo que ha visto con anterioridad. Si aceptan ambas condiciones, prepárense para disfrutar del festín artístico que les propone uno de los directores más singulares de la historia del séptimo arte.

Siempre he considerado a Paradjanov una especie de hakawati, o lo que es lo mismo, uno de esos contadores de historias que según la tradición árabe iban de café en café narrando cuentos y leyendas que deleitaban a quienes las escuchaban.


Su cine, como ningún otro, contiene el sello de lo mítico, de ahí la facilidad con la que consigue trasladarnos a tiempos pasados y culturas diferentes a la nuestra. Ver una de sus películas supone una experiencia similar a la de leer determinados pasajes del Antiguo Testamento, ya que apenas necesita describir escenarios o definir caracteres para lograr atraparnos en la narración de relatos que parecen haber existido siempre debido a su carácter primigenio. 

La leyenda de la fortaleza de Suram es un filme estructurado en episodios que remarca la inmovilidad de un destino ante el que los hombres nada pueden hacer, salvo someterse a sus designios. No posee ni la poesía de Sombras de antepasados olvidados (Tini zabutykh predkiv, 1964) ni el misticismo de El color de la granada, sus obras maestras, pero goza de una arrolladora belleza plástica que se deriva del torrente colorista en el que Paradjanov convierte cada uno de sus fotogramas.

El estatismo perpetuo de la cámara hace que asistamos a una concatenación de secuencias cuya composición y cromatismo recuerdan a las miniaturas persas.


El folclore que tanto gustaba a su autor está presente a través de la música y la danza, así como la combinación de elementos occidentales y orientales, además del surrealismo minimalista que caracteriza a su lenguaje, y que da lugar a imágenes de un poder subyugante.

Se trata, en definitiva, de uno de los trabajos imprescindibles de un cineasta del que beben buena parte de los directores de Oriente Próximo actuales, esos que tantos premios acaparan en los diferentes festivales que se celebran.

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