O-Kin (Haruko Sugimura) es una antigua geisha convertida ahora en prestamista que vive junto a su criada sordomuda. Cada día recorre las calles del Tokio de posguerra con el objetivo de recaudar el dinero que sus clientes le adeudan. Entre esa clientela se encuentran Tamae (Chikako Hosokawa) y O-Tomi (Yûko Mochizuki), dos viejas amigas que en su juventud también fueron geishas, y con las que mantiene una relación no demasiado buena.
Naruse compone una nueva oda a la desdicha femenina en esta hermosa y triste película cuya historia gravita en torno a la desilusión y el desencanto vital.
El filme adapta tres relatos cortos de la escritora Fumiko Hayashi, y supone uno de los trabajos imprescindibles del maestro nipón. Autor al que se le sigue sin conceder la categoría que realmente merece, a pesar de que sus logros cinematográficos resultan indiscutibles, siendo tan dignos de admiración como los de de sus compatriotas más célebres.
De forma amarga y serena, Naruse profundiza en el alma de unos personajes desheredados del presente que encuentran alivio al invocar sentimientos y situaciones que pertenecen a un pasado ya demasiado lejano. La ilusión y la esperanza se tornan pasajeras en una realidad que no otorga prórrogas a ese efímero estado de felicidad que una vez se conoció, y que desde entonces sólo puede ser recordado.
O-Kin es envidiada por su solvente situación económica, la que ha alcanzado al obviar los escrúpulos y los nada rentables lazos emocionales. Sin embargo está sola, a ella sólo acuden en busca de dinero, ya no importa a nadie. Sus intentos por parecer más guapa frente al espejo, por intentar recuperar la belleza que el tiempo le ha arrebatado ante la visita de un antiguo amante, no son más que el reflejo de su insatisfacción interior, la que (como muchos otros) oculta bajo una apariencia acomodada.
Tamae y O-Tomi, por su parte, comparten vivienda y problemas con sus respectivos hijos, que se visten y comportan a la occidental; o lo que es lo mismo, manteniendo una actitud egoísta que para nada tiene en cuenta la opinión de sus progenitores. De ahí que ambas acaben enjugando sus penas con el sake que les hace recordar lo hermosas que un día que fueron, los pretendientes que por entonces las desearon, lo que, en definitiva, pudo ser y no fue.
Todo ello nos es narrado a través de la perspectiva calma y sosegada de su autor, quizá el mayor de los neorrealistas sin la necesidad de ser italiano.
Es la historia de tres mujeres que no se sacrifican de forma abnegada como ocurriría en el cine de Mizoguchi, ni aceptan con resignación estoica lo que les acontece tal y como sucedería en Ozu. En Naruse sus protagonistas femeninas no suelen rendirse, tan sólo tratan de luchar para seguir hacia delante.
Me gusta el cine japonés, y hace poco hice un mini ciclo casero con varias películas de este director. Ésta, en concreto, no la conozco. Copio el enlace por si te interesa
ResponderEliminarhttp://tartarugamxica.blogspot.com/2010/11/mikio-naruse.html
Un saludo
El cine clásico japonés es uno de los más grandes tesoros que nos ha legado la historia del séptimo arte. Es una suerte que te guste. Las cinco películas de las que hablas en tu post son de visionado imprescindible. Naruse era verdaderamente grande.
ResponderEliminarGracias por dejar tu comentario.
Un saludo.