Soundtracks: Pesadilla antes de Navidad (1993) de Danny Elfman.

Por Antonio Miranda.


            No resultaría nada fácil, a priori, conseguir una obra de tan alta calidad como la que nos ocupa tras componer magistralmente durante los años precedentes varias joyas de la música de cine. Elfman se enfrentaba a un auténtico reto; lo consiguió.

            El inicio de Pesadilla antes de Navidad es de una calidad sorprendente y, más diría si cabe, de una composición de formas, figuras y sonidos extraordinarios. La combinación no se reduce a la composición sobresaliente que el músico ya nos plantea de inicio, rebosante de arreglos acertados y ritmos controlados, culminados por la presentación majestuosa, inenarrable y apoteósica de Jack, sino que va más allá y la manera en la que director y artista enlazan imagen y partitura es de una grandeza única. Pareciera como si, de pronto, una nota resultara estrictamente la plastilina figurada de un personaje de la ciudad o, al instante, uno de ellos transformara su presencia en musicalidad que acompañara a la orquesta. Genial. Como digo, una narración y control del ritmo asombrosos por parte de Elfman que podríamos ejemplificar en los dos momentos más potentes de la musical introducción: la comentada aparición de Jack, en su gloriosa ascensión cual Divino Maestro de Halloween, y el final de este pequeño inicio, enlazado  habilidosamente con la escena posterior.


            Los diez primeros minutos merecen el reconocimiento de cualquier aficionado al cine. Un canto (musical) prodigioso, sin pausa, y con dos ámbitos claramente enfrentados, cada uno de ellos representado en las dos canciones que suenan: la fama, la alegría y lo social de la introducción y, por otro, el lamento, la soledad y la inquietud de la segunda parte de esta decena de minutos importantes en la historia. El compositor da forma a dos temas de altísima calidad y se enfrenta, en los momentos que no suenan, a una exquisita narración de la escena combinando con habilidad los motivos entonados que han sonado en boca de los personajes. Se inicia el problema en la existencia vital de Jack.

            Los tres personajes esenciales en esta primera mitad de metraje, Sally, Jack y el doctor, son descritos por Elfman de una manera notable: delicada, tragicómica y grotesca y presentándonos la agradable sorpresa, pocas veces ‘’visible’’ en una partitura para cine, de combinar los temas que, en principio, se refieren a cada uno, con las apariciones del otro y las menciones del tercero. En fin, un entramado de telaraña habilísimo donde cada nota describe y narra y enlaza con las siguientes y las inmediatas anteriores; donde la aparición repentina y frecuente de los temas cantados ofrece una visión distinta de la parodia sobre, ya no sólo la Navidad sino, abruptamente, la soledad del individuo y, en consecuencia, su propia naturaleza vital.


            ¿Os imagináis un personaje actual intentando cambiar nuestra Navidad hacia otros conceptos que no deriven en felicidad y alegría? Tal atrevimiento existe, el pensamiento de mucha gente lo aplica pero el sistema social lo prohíbe. Los habitantes de Halloween no, apoyan a Jack en su intento desde su mundo del terror y el miedo y dejan expuesta a la intemperie su trivialidad mental, ensalzando sin querer la genialidad de Jack Skellington. La música describe el mundo de la historia de una forma asombrosa, no para de sonar y marca el ritmo incluso desde antes de concebirse el argumento (Elfman compuso, bajo directrices de Tim Burton, todas las canciones previa realización del metraje).

            Las elucubraciones mentales concluyen; Skellington inicia su idea y los tres diabólicos niños preparan el asalto definitivo. La partitura llega al culmen musical de las canciones con esta escena, una maravillosa burla en forma de marcha; inolvidable. Sin embargo, no podríamos encontrar un instante superior al resto; la composición presume de un equilibrio compositivo exquisito, aun cuando es una obra con incesantes cambios de estructuras, ritmos y sensaciones, como lo son los diálogos, peripecias y situaciones. Un alarde de momentos e instantes musicales como pocas veces encontramos y con un detalle, a juicio de quien esto escribe, embriagador y solemne: Elfman no utiliza, para la forma de su partitura, ninguna referencia facilona y previsible a canciones típicas de la Navidad. Él mismo se vale y se sobra para mostrar su genio y envolver la historia en una seda musical insuperable.

Danny Elfman.

         El desenlace se mueve por derroteros similares al del resto de la partitura, obedeciendo al equilibrio comentado, pero con dos detalles finales hermosísimos. Por un lado, el compendio final, en un solo tema, de las canciones principales de la historia, fácilmente identificables por el espectador, pero variadas a tonalidades distintas y el encuentro definitivo entre Sally y Jack en el que el sonido de bajo clásico va marcando los golpes del caminar de ambos personajes, primero ella y después él. Exquisito.

            Concluyendo, nos encontramos ante posiblemente la banda sonora más trabajada y virtuosa de una película de animación. Sin duda, entre las mejores de la historia del cine en su vertiente genérica y que ha marcado un punto clave en la composición para el cine de su género. Un referente.



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