Londres, principios del siglo XX. George Harvey Bone (Laird Cregar), es un joven compositor que sufre episodios periódicos de pérdida de memoria durante los cuales no recuerda lo que ha sucedido. Temiendo haber tenido algo que ver con el reciente asesinato de un anticuario, George decide consultar al psiquiatra Allan Middleton (George Sanders), que trabaja para Scotland Yard.
Más que interesante thriller psicológico del director alemán John Brahm, auténtico especialista en la realización de filmes de terror y misterio caracterizados por sus refinadas y conseguidas atmósferas expresionistas.
Hangover Square es, probablemente, su mejor película junto con la anterior Jack el destripador (The Lodger, 1944), en la que adaptaba la misma obra de Marie Belloc que Hitchcock había llevado a la gran pantalla durante el período mudo en El enemigo de las rubias (The Lodger, 1927). Brahm contó nuevamente con la interpretación del malogrado Laird Cregar, quien moriría poco después del rodaje como consecuencia de la estricta dieta que siguió para encarnar al personaje principal. Una verdadera lástima, ya que el actor parecía encaminado a convertirse en uno de los grandes iconos del cine de horror de su época.
Cregar interpreta magníficamente a un estresado compositor que, cual increíble Hulk, pierde el control de su voluntad al enfrentarse a situaciones que le producen enfado. Es en esos instantes de ira contenida cuando, al escuchar algún ruido estruendoso, da rienda suelta a sus instintos e impulsos más violentos. El actor aparece muy bien secundado por otros intérpretes que también encontraron un destino trágico en sus vidas: Linda Darnell y George Sanders. La guapa actriz, a la que muchos recordarán por ser la Chihuahua de Pasión de los fuertes de John Ford, encarna a una cantante de tabernas baratas que se aprovecha del talento de George para obtener éxito; lo que, naturalmente, acabará pagando con su vida. Sabiendo que la actriz murió a causa de las graves quemaduras que se produjo en un incendio, resulta ciertamente escalofriante ver cómo acaba aquí su personaje. Por otro lado, por todos es conocido que el gran George Sanders puso punto y final a su existencia suicidándose con una sobredosis de barbitúricos en un hotel de Barcelona. Este cúmulo de fatales casualidades, hace que muchos consideren maldita a esta cinta.
La pericia de Brahm en la dirección, se hace palpable en secuencias como la inicial; en la que un plano grúa se eleva por encima de una calle hasta adentrarse en una vivienda y acabar siendo el punto de vista subjetivo del asesino, o la del concierto final, que destaca por la movilidad y ampulosidad con la que la cámara es utilizada.
Punto destacadísimo del filme, es la excelente e inquietante partitura del casi siempre genial Bernard Herrmann en su etapa prehitchcockiana.
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