La residencia (1970) de Narciso Ibáñez Serrador.

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.
(H.P. Lovecraft)

Francia, Siglo XIX. La joven Teresa (Cristina Galbó), procedente de Aviñón, es internada en una residencia para señoritas que dirige la rígida señora Fourneur (Lilli Palmer).


Todo un clásico del cine de suspense y terror patrio obra del siempre inquieto Narciso Ibáñez Serrador (¿Quién puede matar a un niño?, 1976), quien, bajo el seudónimo de Luis Peñafiel, adapta una escabrosa historia gótica de Juan Tebar. La película, cuyos exteriores fueron rodados en el Palacio de Sobrellano, en Comillas, Cantabria, contó con un presupuesto bastante superior al de la media de las producciones españolas de la época, lo que permitió contratar a una actriz de renombre internacional como Lilli Palmer (magnífica en su encarnación de la ambigua señora Fourneur), y recrear con esmero y al más puro estilo Hammer los interiores de la residencia de señoritas donde se desarrolla la trama.


Los avezados conocedores del género, encontrarán en el arranque de La residencia ciertas similitudes con el del filme de Dario Argento Suspiria (ídem, 1977). Al fin y al cabo, ambos títulos se inician con la llegada de la protagonista a una institución educativa para chicas (residencia para “enderezar” a jóvenes de conducta descuidada aquí, academia de ballet allá) de la que recientemente han “huido”, por razones que se nos escapan, algunas de sus alumnas. Y también en ambos casos, la institución en cuestión, de innegable prestigio, está dirigida por dos mujeres (la señora Fourneur y la señorita Desprez en La residencia, Madame Blanc y Miss Tanner en Suspiria). El único habitante masculino de la residencia es Luis (John Moulder Brown), el hijo adolescente de la directora. Un chico de apariencia y personalidad frágiles, al que su autoritaria madre mantiene prácticamente aislado para que no tenga contacto con las alumnas. En el relato sorprenden, por resultar muy evidentes teniendo en cuenta la férrea censura de la época, su connotaciones sexuales. En la residencia no sólo encontramos educandas de clara orientación homosexual (como Irene, la “esbirra” de la señora Fourneur que se come con la mirada a Teresa nada más llegar), sino que la mayoría de ellas parecen desesperadas por compartir lecho con un hombre, como bien muestra Ibáñez Serrador en la secuencia en la que, como cada tres semanas, llega el sobrino del carbonero para hacer su trabajo y, ya de paso, “yacer” con una de las chicas.


La cinta posee, además, una conseguida atmósfera claustrofóbica que va acentuándose en su último y espléndido tramo hasta desembocar en uno de los finales más escalofriantes de nuestra cinematografía.

Lo dicho, un clásico del cine español merecedor de esa condición. Lástima que su autor se prodigara tan poco en la gran pantalla.


2 comentarios:

  1. Celebro que te guste esta película, que pudimos recuperar el lunes en el estupendo ciclo de cine español de la 2. Creo que en su día no tuvo muy buenas críticas; sin embargo, con ser un producto descaradamente comercial, desprende cierta fascinación y está realizada con evidente pericia.

    Saludos.

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    1. Hola ricard,
      Si te fijas, raros son los casos en los que una película de terror genera buenas críticas en el momento de su estreno. Normalmente se van revalorizando con el paso del tiempo.

      Un saludo.

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