Por Antonio Miranda.
Una
ligera y poco afortunada introducción a la historia, basada en una mezcla de
sensaciones y secuencias y con toques, por momentos, terroríficos (que sólo
comprenderemos en el conjunto final) nos
presenta al más puro Debney, elegante, sutil, siempre en su sitio y que
adelanta la atmósfera equilibrada y uniforme que nos va a ofrecer en ‘’La
Pasión de Cristo’’, orientación de la partitura, cuanto menos, arriesgada (no
olvidemos la vertiente sangrienta y de violencia que contiene la cinta).
El
primer tercio del filme, musicalmente hablando, nos otorga descripciones en
absolutamente todas las secuencias de la obra en las que toma partido el
artista. Debney apoya y nunca narra, en ningún momento se dedica a contarnos lo
que vemos, lo que ocurre, incluso las desgracias y golpes que Jesús va
padeciendo. Su tono tranquilo, un exquisito uso de la instrumentación étnica y
únicamente el registro melódico, haciendo referencia al tema principal
compuesto para el filme, que surge poderoso pero también contenido al iniciarse
el juicio, hacen de la evolución de la partitura la idea total de Cristo.
Compositor y director optan por describir, mediante las notas estudiadas, el
sentir y el obrar del Hijo del Hombre durante su calvario: pacífico,
imperturbable, sereno (tal como suena la música).
Hoy
día nos damos cuenta cómo la elección del músico estadounidense para la cinta
de Gibson fue un acierto absoluto. Quién sabe qué habría hecho el a veces
repetido y otras genial James Horner, muy nombrado para este trabajo en su día
y colaborador del director en varios de sus anteriores y exitosos proyectos,
mas la partitura prudente y estable que compuso el primero ha resultado ser el
alma de un Jesús de Nazaret inmerso en el sufrimiento y paciente en el
sentimiento. Una auténtica delicia de la prudencia e inteligencia musical. Así
lo comprobamos terminado el segundo tercio tras haber presenciado los inicios
del escarnio; una segunda parte de las tres en la que los flash back son
numerosos, incrustados entre la masacre de sangre y precedidos, en su inicio,
por el segundo instante melódico del filme, tras arrancar la carne del costado
de Jesús durante la flagelación. Poco a poco vamos siendo conscientes de la
verdadera naturaleza de las notas; realmente, la conexión directa entre la moderación
de Cristo y el cuerpo de la partitura nos lleva, sin lugar a dudas, hasta la
figura de Dios. Debney, pacientemente y con mesura, nos va a perfilar durante
toda la obra la noción absoluta de la Divinidad: su música, tersa y meditada,
nada tiene que ver, en último extremo, con lo que estamos presenciando. Y lo
que vemos nada tiene de inserción con la realidad: todo es una excusa sincera
para llevarnos a la presencia de la Idea; en este caso, directamente plasmada
en Jesucristo, a la idea de Dios.
Último
tercio: desenlace y culminación de la partitura. Momento enlazado por el inicio
del camino a la Cruz y de gran importancia en toda la obra: el compositor, por
vez primera, da un giro ligero a sus intenciones y sella el momento que
compone, la orquesta nos cuenta el comienzo del calvario llevando las maderas y
sencillamente olvidamos todo misticismo anterior. La intención no es gratuita,
está por llegar el instante más hermoso de todo el filme y uno de los más
arrebatadores compuestos en los últimos años: tercera aparición melódica y
María postrada ante su Hijo, que ha caído de pronto al suelo. El contraste que
consigue el artista introduciendo un fragmento tan bello justo cuando la música
había cambiado de registro es de una gran habilidad y trabajo. Silencio
absoluto después.
La subida hasta el Gólgota aglutina la
evolución final y maestra de toda la partitura. El instante comentado, el giro
de orientación narrativa que ofrece Debney en numerosos momentos y el
desarrollo de la concepción melódica de inicio a fin son las tres funciones más
destacables. La cuarta aparición del tema melódico brota cuando Jesús se
aproxima, ya en la cima de la colina, hasta la cruz, que descansa en el suelo.
El desenlace, progresivo, nos acercará hasta una apoteosis en este sentido,
reflejando la unión de Padre e Hijo y olvidando el equilibrio de todas las
notas hasta ahora reflejo del sufrimiento. Debney ha ido presentándonos la
Divinidad, la Gloria final mediante las cuatro apariciones melódicas
comentadas. La siguiente no tarda, es el éxtasis comentado y Cristo es clavado
sádicamente en la cruz. Partitura e historia continúan pero, a juicio de quien
esto escribe, el tema compuesto para este acontecimiento supone el final de la
obra, una conclusión de un nivel artístico tan alto que nada de lo que después
se escuche tiene la importancia, poder o absolutismo que encontramos en la
composición para este momento. Una auténtica obra de arte. Jesús (sin hacerlo
aún) ha muerto; la historia ha llegado a su cumbre final. Aquí tenemos cómo una
composición para cine es capaz de abordarlo todo y ella misma sentenciar la
historia. Debney ha llegado, comenzando por los fragmentos controlados y
estudiados, a la belleza máxima final que, inteligentemente, nos fue ofreciendo
poquito a poco durante la obra.
Concluyendo,
nos encontramos ante una partitura de altísimo nivel y trabajo por parte de
compositor y director. Su estructura, muy lejana a lo que vemos al inicio y
aproximándose a tal sentido al final, cuando más énfasis dará a la parte melódica,
es de gran valor artístico. Sin duda, imprescindible.