Soundtracks: Nosferatu (1922) de Hans Erdmann.

Por Antonio Miranda.


            Una producción de la década de los años veinte, muda y rebosante de sensaciones no podría haber pecado, inicialmente, del empleo burdo de cualquier tipo de partitura, alma de este tipo de películas. El filme en sí no portaba música alguna, fue Hans Erdmann el compositor encargado de crear un trabajo que únicamente acompañaría a la proyección en directo en el estreno de la película. Hoy día, por suerte, podemos disfrutar de imagen y notas formando un todo. Quince primeros minutos magníficos que cierran una introducción cuidada y global, con el empleo de los graves para enfatizar el matiz siniestro de la historia y el contraste con el romanticismo del matrimonio Hutter. Unos minutos que, siendo claramente melódicos, no podrían haber asentado su vertiente terrorífica sino en los mencionados graves de una orquesta que, regrabada la composición por la Filarmónica de Brandemburgo, nos muestran (con toda la fuerza y matices que el compositor quiso) la futura figura de Nosferatu… Su aparición, de lleno presencia inmersa en una pieza exquisita de Erdmann, es ligera, nada ostentosa…inteligente y cauta. La partitura finaliza este acto primero de forma soberbia mediante la aplicación de una de las piezas más destacables del filme, una marcha fúnebre a tiempo de vals pausado que, apoyada en la percusión, sinceramente forma el alma del monstruo, próximo a crecer en la historia.


            La partitura de Hans Erdmann para ‘’Nosferatu’’ (que bebe claramente de la tradición romántica clásica en la música), no resulta nada fácil para cualquier inquieto de las composiciones para cine. La temática que trata, adjunta al terror y la monstruosidad, no es descrita claramente mediante unas notas de tal dibujo. El compositor, hábil, une a su melódica e importante parte romántica (la del amor de Hutter por su lejana esposa) una atmósfera no del todo turbadora y que, de haberlo sido, habría provocado un choque (con aquélla) demasiado ruidoso. Intentando (y consiguiendo) paliar y amortiguar este contraste, el músico alemán decide dar un cariz medio a sus fragmentos más oscuros (incluso detallando instantes importantes sin demasiado espanto, como el descubrimiento de las señales de la primera mordedura del monstruo, por parte de Hutter). ¿Nos encontramos, entonces, ante una producción no tan aterradora como siempre pareció? En absoluto. Agudizando la escucha, el detalle y atendiendo a las múltiples facetas de un todo global, descubrimos la importantísima función de lo que ya hemos mencionado: los graves de la orquesta. El horror del vampiro es resumido en esta faceta de la música: interna, siniestra, técnica e idealista (en espera del crescendo final). Podemos comprobar esta teoría, que ahora me atrevo a presentar, en la escena en la que, tras la primera noche en la residencia del conde, Thomas Hutter pasea y recorre los lugares durante el día. Erdmann ofrece una visible claridad musical pero, de fondo y escuchándose durante toda la secuencia de forma obstinada, suenan las cuerdas graves. La orquesta melódica identifica a Hutter y el día; la oscuridad de los graves: la presencia de Nosferatu, aún dormitando en su tumba (igual sucede tras la secuencia de las intuiciones del matrimonio, ejemplo de cómo el artista une los dos ámbitos de su música, cuando Thomas, alarmado por los acontecimientos, descubre la tumba del monstruo por vez primera; ahora, el artista ya no golpea y mantiene constante una nota de graves durante toda la escena). Él siempre va a estar ahí, claramente en forma de horrorosa idea más que de presencia descrita, que sucederá más adelante. Una opción brillantísima por parte del compositor. Final del segundo acto.

            El tercer acto manifiesta una ebullición del compositor hacia el carácter narrativo absoluto. Con la presencia de Nosferatu (como nuevo capitán del barco) únicamente a final del fragmento, Erdmann ofrece una versión más clara y pura del estilo romántico y, más concretamente, del post-romanticismo, con una mezcla de melodía y detalles atonales que, realmente, comparte toda la partitura. El final de acto es pletórico, un colofón grandioso a esta pequeña sinfonía romántica con la presencia de la bestia y sus caracteres más oscuros y graves.


           Los detalles cuasi-carnavalescos de la música son un aspecto crucial a estudiar. El uso de la percusión y el xilófono en multitud de secuencias nos lleva a plantearnos la cuestión antes suscitada: ¿realmente terror? La noción actual del cine de este género y su expresión musical está muy fijada, incluso inamovible, en un sector de notas histriónicas y efectos sensacionalistas. La unión fija entre atonalidad (importante característica del post-romanticismo) y la única figura deforme, casi ‘’carnavalesca’’, en toda la película, como es la de Nosferatu, hace que el resultado de esta original fusión mantenga un nivel de descripción absoluto en la partitura y eleve a lo más alto la dualidad terror-teatralidad. El resultado, en toda su amplitud y significado artístico: una auténtica y artística danza macabra.

Cuarto y quinto actos: desenlace de la historia. Suponen la presencia final y aterradora del vampiro. Su figura crece, por fin, y lo hace la música girando inteligentemente hacia una crudeza definitiva, con el empleo (ahora ya constante) de la sección de graves de una manera hasta poco pudorosa y dejando el sector narrativo de lado, con lo que el xilófono y detalles percusivos desaparecen. Erdmann desarrollará hasta el final el cuerpo verdaderamente romántico y funesto de su obra, como usando pinceles que ofreciesen trazos bruscos y fuertes de un color negruzco y opresor, atmósfera que Nosferatu adquiere y, él mismo, contagia. Estos dos últimos actos descubren una estructura poderosa y llamativa, que encumbrará a la composición hasta niveles altísimos. Tres partes, sin descanso una tras otra, coincidentes con la historia. Primera: el artista abandona todo matiz teatral y se centra en un dramatismo de absoluto horror, golpeando la historia global con una claridad envidiable; segunda: el terror impregnado en pantalla, a la muerte del monstruo, gira hacia un sentido romanticismo idealista, unas notas que, si bien todos aguardamos su intenso tenebrismo en tal instante, Erdmann (y, sin duda, el grandísimo director del metraje, F.W. Murnau) planta sin temores con melodías incluso tristes, ¡mutiladas, junto a Nosferatu, por la muerte eterna! Es el instante más importante de toda la obra, no sólo musicalmente hablando. El Romanticismo, con mayúscula y como concepto de lo filosófico, de lo terrible, del sufrimiento, de la soledad…, ha sido el fin último de la historia (y así lo muestra el compositor). Tercera: la secuencia final, con el matrimonio Hutter uniéndose y la pérdida de ella, supone un golpe más a favor del Romanticismo comentado de la figura única del vampiro, ya que las notas bajan en intensidad y no prestan mayor ayuda a una secuencia que, siguiendo la lógica común, tendría que haberse adornado de la mayor fuerza dramática posible. No es así. La lógica, en definitiva, no funciona con las obras maestras en el Arte.


En definitiva, un trabajo que en la actualidad recuperamos y que muestra cómo se trabaja, de forma seria y estructural, con el único fin de un personaje, tan fuerte y enigmático como la partitura en sí. De las mejores obras jamás compuestas para el cine de aquella época.


1 comentario:

  1. hola, no tenes la partitura? o un enlace para descargarla, gracias

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