La mujer de la arena (Suna no onna, 1964) de Hiroshi Teshigahara.


Un profesor aficionado a la entomología (Eiji Okada) que recorre el desierto en busca de nuevas especies, acabará hospedándose en una cabaña semienterrada en la arena, iniciando una extraña relación con la misteriosa mujer que la habita (Kyôko Kishida) al quedar prisionero del lugar.


Telúrica y fascinante pesadilla que nos brinda, a modo de metáfora, una angustiosa reflexión acerca del aislamiento y el vacío existencial al que está abocado el hombre contemporáneo.

La película adapta una novela de Kôbô Abe, autor conocido por ser una suerte de Kafka a la japonesa, encargándose él mismo de la elaboración del guión.

Magistralmente fotografiado por Hiroshi Segawa, el filme destaca por poseer una desconcertante belleza que conforma una fantasía onírica por momentos cercana al surrealismo, y que está abierta a múltiples interpretaciones.


Puede ser vista como sátira de la vida en pareja, como profunda meditación sobre la negación que sufre el individualismo en una sociedad en la que los intereses de la comunidad se imponen sobre las aspiraciones personales de cada uno, como retrato extremo de la soledad o como simple relato de supervivencia. En cualquier caso, y se vea como se vea, el poderío subyugante de sus imágenes es incuestionable, al igual que su influencia en determinados trabajos de Ingmar Bergman como son las excepcionales Persona (ídem, 1966) y La hora del lobo (Vargtimmen, 1967).

El trabajo de dirección de Teshigahara, que fue nominado al Oscar, resulta excelente. Combinando los planos generales de las dunas, ante las que la presencia humana se torna insignificante, con multitud de planos detalle de insectos y de la piel impregnada de arena y sudor de los personajes.


La experimental banda sonora de Tôru Takemitsu contribuye a reforzar el carácter turbador y desasosegante de una historia que se hace verosímil gracias a la convincente interpretación de sus dos protagonistas, que nos ofrecen un choque de caracteres en verdad destacable.

Suna no onna es una sugerente obra que visualmente nos fascina e intelectualmente nos reconcome. Su visionado no deja indiferente.

4 comentarios:

  1. Cierto que la película nos reconcome. La vi este fin de semana, en puro silencio. Lo que al principio parece anecdótico, el quedarse a pernoctar, se torna en angustia y desasosiego. Imposible no verla como metáfora.
    Pero yo quería traer a colación una de las escenas de pasión y entrega más sublimes que haya visto en el cine y que tú nos la colocas en la primera fotografía: cuando él decide limpiarla de arena acariciándola. Ella entonces...

    Buen espacio para disfrutar del cine que me recomendaron.

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  2. Hola, Ventana indiscreta:
    Desconcertante y atrayente trabajo el que nos ofrece Teshigahara, autor del que también te recomiendo la no menos interesante "El rostro ajeno". Creo que viste la película en las mejores condiciones para dejarse llevar por su atmósfera angustiosa y desazonadora. Se trata de una obra única e irrepetible, no me sorprende que autores como Tarkovsky o Bergman la tuvieran en un altar. La escena a la que haces referencia posee una extraña belleza. Inolvidable sin duda.
    Gracias por pasarte por aquí y dejar tu comentario. Un saludo para ti y otro para la persona que te recomendó el blog.

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  3. Me recordó a esa locura alienante salida de un siquiatrico que se llamaba la Posesión, de Adrzej Zulawski, que me fascina aunque no se bien porqué. Esta no la he visto, pero su trama me hizo pensar en ella. La voy a bajar porque Japón casi nunca decepciona en el arte.

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    1. Hola, Álvaro:
      Échale un vistazo, seguro que te sorprende. A mí me encantó.

      Un saludo.

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