Dios ha muerto: se acerca una era de oscuridad.


Una de las mejores secuencias de El caballo de Turín (A Torinói ló, 2011), el último filme del cineasta magyar Béla Tarr, es aquella en la que un inesperado visitante llega a la casa de los protagonistas, el envejecido Ohlsdorfer y su hija, en busca de pálinka (bebida destilada de frutas común en Hungría), mientras el mundo exterior parece consumirse a consecuencia de la furibunda tormenta de viento que no cesa. En ella, el desconocido pronuncia el que, en mi opinión, constituye el monólogo más desalentador y brillante de la historia del cine:


“Todo se ha venido abajo y todo se ha envilecido. O también podría decir que lo han echado abajo todo y lo han envilecido todo. Porque no se trata de un juicio divino en el que colabora la inocente ayuda humana. Todo lo contrario. Se trata de una sentencia pronunciada por el hombre contra sí mismo, en la que, por supuesto, Dios está implicado, incluso me atrevería a decir que toma parte. Y siempre que toma parte en algo, el resultado es la creación más vulgar que usted pueda imaginar. Han arruinado la tierra, ¿sabe? No importa lo que yo le diga, porque han arruinado todo lo que han conseguido. Y como lo han conseguido todo en una lucha agotadora y abyecta, lo han arruinado también todo. Porque ellos han arruinado cuanto han tocado, y no han dejado nada sin tocar. Y así ha sido hasta la victoria total. Conseguir y arruinar, arruinar y conseguir. Pero se lo puedo decir de otro modo: tocar y por tanto arruinar y de este modo conseguir; o bien tocar, conseguir y de este modo arruinar. Ha funcionado así durante siglos. Una y otra vez, siempre lo mismo. A veces de forma encubierta, a veces sin tapujos, a veces sutilmente, a veces a lo bruto, una y otra vez. Siempre de la misma forma. Como las ratas, a traición. Porque para la victoria perfecta había que lograr que el rival, todo lo que es noble, excelso, magnífico, ¿comprende?, no llegase a entablar ningún tipo de lucha. No debía haber combate alguno, sólo la repentina desaparición de un bando, o sea la desaparición de los nobles, excelsos y magníficos, para que, ahora, los que vencieron a traición, gobiernen la tierra, y no haya rincón alguno, por pequeño que sea, donde puedas ocultarles nada, porque todo lo que se puede conseguir les pertenece. Incluso aquello que creemos que quizás no pueden conseguir, ¡lo consiguen! De ellos es ya el cielo y todos los sueños. De ellos es el instante, la naturaleza, el silencio infinito. Hasta la inmortalidad les pertenece, ¿comprende? ¡Todo, todo está perdido para siempre! Y todos los nobles, excelsos y magníficos, ahí se quedaron, por así decirlo. Se detuvieron en ese punto, y tuvieron que comprender y aceptar, primero, que no existe ni dios ni dioses. Ellos, los nobles, los excelsos, los magníficos, tuvieron que comprenderlo de entrada y aceptarlo. Pero, claro, fueron incapaces de entenderlo. Lo creyeron y tomaron nota, pero no lo comprendieron. Se quedaron ahí parados sin comprender ni aceptar, hasta que algo, esa tormenta desencadenada por la razón, acabó, finalmente, iluminándolos. Y entonces, de golpe, comprendieron que no hay dios ni dioses. Y comprendieron que no existe ni el bien ni el mal. Vieron y comprendieron que, si aquello era así, ¡entonces ellos tampoco existían! ¿Sabe? Creo que ese tal vez fue el momento en el que podríamos decir que se extinguieron, se consumieron. Extinguidos y consumidos como cuando el fuego deja de arder en el prado. Unos eran siempre los vencidos; los otros, siempre los vencedores. Derrota, victoria. Derrota, victoria. Y un día, aquí en la vecindad, tuve que darme cuenta, y vi que estaba equivocado; sí, vecino, totalmente equivocado, cuando pensaba que nunca hubo y nunca podría haber ningún cambio en la tierra. Porque, créame, ahora sé que ese cambio ya se ha producido”.

Béla Tarr durante el rodaje de El caballo de Turín.

7 comentarios:

  1. Sólo tengo que decir que László Krasznahorkai es un auténtico maestro. Si las películas de Tarr ya son obras maestras, con los textos de Krasznahorkai lo son todavía más.
    Recomiendo desde aquí la lectura de "Melancolía de la resistencia", novela de Krasznahorkai a partir de la cual él mismo y Tarr se basaron para el guión de "Las armonías de Werckmeister".
    A mi entender, Krasznahorkai aporta a las películas de Tarr cierto distanciamiento e ironía, de las que carecerían por completo las películas de Tarr de no existir tal colaboración entre director y escritor.

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  2. Y permíteme un comentario más. Me parece que la colaboración entre Tarr y Krasznahorkai será recordada como una de las mejores colaboraciones entre dos maestros al servicio del arte. Mucho más que quizá la de otros escritores que han hecho de guionistas, como la de Alain Robbe-Grillet para Alain Resnais, o la también interesante colaboración entre Peter Handke y Wim Wenders (el poema Als das Kind, Kind war, de El cielo sobre Berlín, es otra pieza cinematográfico-literaria de primer orden).
    En definitiva, cuando se hable de cine y literatura, se tendrá que pasar por este tándem, cuya mayor virtud es no haber creado ni un cine literario ni una literatura en imágenes, sino mucho más: cine en estado puro.

    Un saludo!

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    1. Hola, Alpino Gliaccia:
      Comparto tu valoración del tándem Tarr-Krasznahorkai. Por separado ya son maestros, cada uno en su ámbito, pero es que juntos han conseguido alumbrar algunos de los mejores filmes de la historia. Para mí no hay una colaboración entre cineasta y escritor que se le pueda equiparar.

      Un saludo.

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  3. El nihilismo no puede ir más allá. Tras este monólogo, el diluvio. Y vuelta a los inicios.
    Krasznahorkai es uno de los grandes escritores centroeuropeos del presente, entre otras, por novelas tan magistrales como Guerra y guerra, que daría para otra gran película de Tarr. Esperemos que algún día decida volver a la dirección.

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    1. Hola, El missatger:
      Este grandioso monólogo, el mejor que yo he visto en una pantalla de cine junto con el que pronuncia Alexander en "Sacrificio", indica el fin de una era. Tras él, como señalas, el diluvio. O simplemente la oscuridad. El nihilismo conduce a la muerte de Dios, y, a largo plazo, la muerte de éste conduce a la destrucción del propio hombre. Más que a los inicios, "El caballo de Turín" nos encamina hacia el final.

      Un saludo.

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    2. Complejo y desasosegante monólogo que ha conseguido calentame bastante la cabeza. Me ha recordado al tormento interior que viven los personajes de Fiodor Dostoyevski en las novelas "Crimen y castigo" y "Memomrias del subsuelo".
      Me asusto un poco cuando me atrae tanto pesimismo.
      Saludos.

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    3. Hola, Fransico:
      Es normal que te recuerde a Dostoievski, ya que "El caballo de Turín" es el filme más existencialista de Tarr. Hace unos días volví a revisar esta película, y cada vez tengo menos dudas de que se trata de una de las mayores obras cinematográficas de la historia.

      Un saludo.

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