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El Rey Lear (Korol Lir, 1971) de Grigori Kozintsev.

El anciano rey Lear (Yuri Yarvet) se siente cansado y decide repartir su reino entre sus tres hijas. Goneril (Elze Radzinya) y Regan (Galina Volchek) lo adulan con palabras para conseguir una mayor tajada, mientras que la hija menor, Cordelia (Valentina Shendrikova), se limita a decir lo que siente; sin adornos, provocando la ira del rey.

Tras realizar Hamlet (Gamlet, 1964), probablemente la mejor adaptación cinematográfica de Shakespeare, Grigori Kozintsev volvió a retomar al dramaturgo de Stratford-on-Avon para configurar una nueva obra maestra.

 El cineasta soviético escribió el guión a partir de la traducción al ruso que realizó Boris Pasternak en 1949. La puesta en escena austera, casi desnuda, se vale del polvo, la niebla, el viento, los nubarrones y la lluvia para crear una tragedia telúrica y sombría.

Este relato acerca de la ingratitud filial se sustenta en la avaricia, el egoísmo, la crueldad y la lujuria de unos personajes abocados hacia el caos. La locura y la muerte se manifiestan como las únicas salidas posibles frente a ese torrente de emociones insanas y febriles que provocan no sólo la destrucción de una familia, sino también la de todo un reino.


El estonio Yuri Yarvet lleva a cabo una brillante y dolida interpretación de ese arrugado y desencantado rey que acaba perdiendo el juicio ante los acontecimientos que se suceden tras su equivocada decisión. Será el precio que tenga que pagar por su prepotencia y excesos anteriores, en un sufrimiento que se verá culminado por la muerte de la única que tiene el corazón limpio en esta historia, la dulce Cordelia (en la secuencia del reparto del reino es la única que lleva un vestido claro, como metáfora de la pureza de su alma).

No menos excelente resulta el trabajo de Oleg Dal como el Bufón del monarca, un loco lúcido que parece ser el primero en darse cuenta del error cometido por su amo. Su presencia en pantalla resulta impagable.

De forma paralela a la caída de la familia de Lear, asistimos a las conspiraciones contra el Conde de  Gloucester fraguadas por Edmund (Regimantas Adomaitis), hijo bastardo y desagradecido, que enemistará a éste con su primogénito Edgar para conseguir el poder.


Contribuyen a la redondez final del filme la gran fotografía en blanco y negro de Jonas Gritsius y la formidable partitura de Dmitri Shostakovich.

 En conclusión, nos encontramos ante la mejor adaptación al cine de esta inmortal obra. Incluso por encima de la famosa Ran (ídem, 1985) de Akira Kurosawa.

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