“Te
quiero totalmente, tiernamente, trágicamente”.
El
dramaturgo francés Paul Javal (Michel Piccoli), necesitado de dinero, acepta la
propuesta que le hace el productor norteamericano Jeremy Prokosch (Jack
Palance) para reescribir el guión cinematográfico de una adaptación de La Odisea que dirige el realizador alemán
Fritz Lang (Fritz Lang). Este hecho dará lugar al comienzo de una crisis en la
relación que mantiene con su mujer, la hermosísima Camille (Brigitte Bardot).
Si
definiésemos al cine simplemente como una armónica conjunción entre imágenes,
diálogos y música, habría que admitir que Le
mépris, de Jean-Luc Godard, adaptación de la novela homónima del escritor
italiano Alberto Moravia, probablemente sea una de las películas más bellas que
jamás se hayan filmado. En esta ocasión, un Godard más “domesticado” y
“convencional” que de costumbre (algo positivo en mi opinión, dada la
proclividad del autor francés a sobrepasarse en sus continuos devaneos por
transgredir las reglas del medio cinematográfico), reflexiona en torno a las
inextricables posiciones contrapuestas entre el hombre y la mujer frente al
ideal del amor, y sobre la propia industria del cine moderno, donde la figura del
artista (encarnado por un ya anciano Fritz Lang) debe someterse a los criterios arbitrarios
de aquellos de quienes depende la materialización de su obra.
¿Y
si Ulises/Odiseo hubiera prolongado voluntariamente su estancia fuera de Ítaca porque
no era feliz junto a su esposa Penélope? ¿Y si la Guerra de Troya hubiese sido
sólo una mera excusa para marcharse de allí? ¿En verdad Penélope se mantuvo
siempre fiel a su marido tal y como se dice? ¿No habría dejado de amarlo por consentir que la
cortejasen decenas de pretendientes en su propia casa? Estas cuestiones son
planteadas por el personaje de Paul al director Fritz Lang en relación a la
obra de Homero que debe reescribir para la gran pantalla. Un Paul por entonces ya consciente
de que quizá su indolencia como hombre (como la de Ulises para con Penélope),
ha provocado que su mujer, Camille, quien hasta hace no tanto tiempo lo amaba con locura,
ahora lo desprecie. Un desprecio que tiene su origen en la secuencia que
transcurre en el patio junto a los estudios Cinecittà
en Roma, en la que Paul no sólo permite que su esposa se suba al coche del
despótico productor hollywoodiense Prokosch, sino que parece incitarla a ello.
Es a partir de ese preciso instante, de ese gesto apenas perceptible (salvo
para Camille), cuando su relación conyugal empieza a desmoronarse sin remedio.
Porque El desprecio narra un proceso
de construcción (el de la película sobre La
Odisea) paralelo a otro de destrucción (el del matrimonio que conforman unos
magníficos Michel Piccoli y Brigitte Bardot). Crear y destruir. Como en el arte. Como en la vida.
Le mépris,
rodada en glorioso cinemascope, es un filme muy destacado en el plano formal:
sobresaliente. Godard articula la dramaturgia a partir de largos planos
secuencia donde la cámara sigue los movimientos de sus personajes. La
utilización de los espacios arquitectónicos resulta magistral, tanto en las
escenas de interior (ese larguísima, extrema secuencia en el apartamento del
matrimonio protagonista en la que los tabiques y los marcos actúan como
elementos materiales que metaforizan el progresivo distanciamiento entre Paul y
Camille), como en las de exterior (los aledaños de la Casa Malaparte o la
arquitectura natural de los acantilados de la isla mediterránea de Capri). El
conjunto visual, mezcla de componentes modernos con otros arcaicos (mitológicos,
como las estatuas de los dioses griegos), y con un extraordinario uso del
color, desprende armonía y absoluta belleza. Un deleite envuelto por una de las
composiciones musicales para cine más hermosas de todos los tiempos, obra de
Georges Delerue.