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Soundtracks: Sentido y sensibilidad (1995) de Patrick Doyle.

Por Antonio Miranda.


Drama de época y partitura del mismo calibre para decorar todo tipo de ambientes y detalles de la Inglaterra del siglo XIX. La música de Patrick Doyle se centra absolutamente en el ámbito de la imagen y apenas nada en el del argumento. El inicio del filme así nos lo indica: títulos iniciales y primeras y breves secuencias marcadas por el tema principal del compositor. Posteriormente, varios minutos sin aparecer para ya, centrada algo la historia, iniciar sus cuadros delicados y de gran calidad en los que, evidentemente, sí podremos encontrar lazos importantes con la historia en sí.

La primera media hora de metraje nos va presentando ideas y todas ellas muy sugerentes. Nos percatamos que la música juega la única función, en pantalla, de aparecer para describir paseos entre parajes preciosos y apoyo a secuencias, pero va mucho más allá. No va a narrar, ni dirá lo que ocurre o fuera a acontecer. Se adentra en el ‘’más allá’’ de la película, en el fondo de la historia (que ya cuenta con su excelente tratamiento de personajes y momentos para avanzar y desarrollar argumento). La estructura de la partitura es lineal, siempre, nunca presentará cambio de intensidad. Curioso. Esto, aparte de su exquisita y elegante función descriptiva, nos lleva a pensar en la composición como un elemento crucial; pero, ¿en qué sentido? Cuatro son las mujeres, personajes principales de la obra, en las que tenemos que fijar el contenido del artista: la madre y Elinor (hermana mayor), que reflejan la quietud, la sensatez, elegancia y tristeza; Marianne y Margaret (la niña), ambas mucho más enérgicas, vitales y pasionales. La partitura representa el término medio del comportamiento de las cuatro, resumido en dos personalidades, la tranquila y triste y la impetuosa y enérgica. La música nunca llega a tocar ninguna de las dos lindes, de forma inteligente, y se decanta por el término medio de ambos comportamientos condensándolos en el carácter melancólico que todas tienen. Interesantísimo.


Apunto de culminar la primera mitad de la historia, vemos una secuencia delicadamente hermosa y un ejemplo del papel de la música como punto de unión de todos los comportamientos y sentimientos de los personajes, ahora ya incluso alcanzando a los varones que cortejan a las damas. La escena se inicia con Elinor sentada en su cama, recordando el amor pasado y lejano de Edward y rápidamente se suceden planos varios que atan rostros, pareceres, sentimientos e historias distintas, pero todas ellas con ese tono de melancolía y nunca pasión. Como hemos dicho, la partitura no se decanta por ninguna de las dos tendencias extremas que representan las mujeres.

La trama avanza en sentido uniforme. El compositor escocés va desarrollando su trabajo, como hemos comentado, en esa misma orientación y con una calidad de composición clásica brillante. Nos encontramos a mitad de la década de los noventa y la música de cine alcanza niveles altísimos. Son los años del mejor Doyle, enseñándonos en la mayor parte de sus creaciones ese jugo romántico y clasicista que siempre ha tenido. La partitura para Sentido y sensibilidad podría ser, sin problema, el ejemplo a seguir de esta tendencia tan bien ejecutada y que, por desgracia, el paso del tiempo y las nuevas tecnologías han hecho que se perdiera en la siempre exquisita batuta de un grande de la música para la gran pantalla.


Llegamos a otra secuencia importante. La alocada y enamoradiza Marianne descubre el engaño de Willoughby durante la celebración de un baile multitudinario. Las piezas musicales que suenan son de Doyle, detalle a aplaudir por parte del director Ang Lee quien, siguiendo la fácil y cómoda tendencia de los directores de cine, podría haber aplicado a este momento una música ya conocida y no de partirura original. Pero no, la secuencia transcurre abrazada de forma elitista, elegante y única por dos danzas del artista mientras el drama personal sucede. ¿Por qué no refleja la música el desazón de la joven? ¿A qué fin mantiene ese tono frío de las danzas clásicas? Muy sencillo: si fijamos la atención en la escena, la actitud de la joven no sorprende; lo hace, sin duda, la frialdad de él, de Willoughby, al verla, manteniéndose distante, seco y ostentoso (precisamente…¡como la música!). La partitura no apoya la imagen, no suena para los bailarines incluso (aunque resulte incomprensible este comentario): el compositor está describiendo la forma de actuar de él. Atendamos a lo siguiente: si las notas fueran tensas, tristes, inquietas (como podría ocurrir en una forma de composición lógica), el artista daría a conocer el sentir de la mujer. Lo verdaderamente sorprendente es la postura del hombre, con lo que director y compositor prefieren mostrar su distancia y frialdad. Una curiosa postura dentro de la música para el séptimo arte y aplicada a una escena arriesgada que ejecutan, ambos, con maestría indudable. A mi entender, imprescindible trabajo de secuencia para cualquier persona ávida de conocimientos musicales y artísticos relacionados con el cine.

Patrick Doyle.

Nos adentramos de lleno en la segunda parte; importante la marcha de la joven Marianne, ella sola, en su paseo bajo la lluvia. Rápidamente captamos el cambio de la historia y, si bien la fotografía y los propios actores lo muestran, es la partitura la que gira bruscamente para reflejo directo de la nueva intención: Doyle comienza la secuencia adentrándose en los diálogos iniciales, cosa que antes nunca hizo (si nos damos cuenta, en infinidad de ocasiones es él quien presenta los episodios en su inicio y poco tarda en dejar de sonar para dar paso a los nutridos diálogos). Además, la estructura de la pieza varía y se hace notablemente obscura y amenazante, siempre guardando la unidad con el clasicismo y elegancia imperantes pero, de forma estudiada y voluntaria, narrando por primera vez un episodio de la trama. Se cambian ritmos e intenciones. El contraste es evidente. Afianzado por la partitura, la dulce y cuidada historia inicia el cambio, próximo el desenlace.

La poesía recitada por Marianne bajo la lluvia, previo romanticismo a su enfermedad (y que va a suponer el pico máximo y breve del cambio mencionado), es apoyada por el compositor con una dulzura exquisita. Ocasión propicia al exceso musical. Cualquier tipología de dupla director-compositor habría optado por tal camino y así conseguir en el espectador una emoción sin igual. No es así; el instante es tremendamente cuidado por ambos y la partitura, como ya hemos indicado antes, nunca se excede. La belleza con la que Doyle compone y la imagen devastadora de la joven son la encarnación del romanticismo filosófico absoluto (curiosamente viniendo de unos comportamientos bastante remilgados, permítaseme la expresión, de todos los personajes del filme). A mi juicio, tanto musical como fílmicamente hablando, el momento con más trascendencia intelectual.


El desenlace final es de un dominio total del compositor sobre la historia. Su labor, cautelosa y educada, como resulta todo en Sentido y sensibilidad, cambia. Es el momento de, como he dicho, modificar la orientación y dar un último golpe a esta gran obra de Ang Lee: el sentido musical termina; comienza la sensibilidad. Una escena arrolladora de Elinor al conocer los sentimientos de Edward para con ella lanza un final que, desde nuestro ámbito musical, no presenta carencia alguna. Es más…: insuperable.

Concluyendo, nos encontramos ante uno de los compositores más clásicos y exquisitos del panorama actual y una pieza que roza los límites de la obra de arte. Una partitura para orquesta con momentos de gran estudio y otros de emociones (los finales) bellísimos. Un ejemplo de cómo componer para cine.


2 comentarios:

  1. Maravillosa crítica... También me pareció una obra exquisita. No sé cuántas vece la habré visto, y siempre surge algún detalle que se obvió en la vez anterior.
    Gracias.

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    1. Gracias a ti, DMClarisa Tomás, y más aún por apreciar esta exquisita obra como bien se merece. Realmente una delicia de música y un disfrute visualizar el filme atendiendo a su partitura. Saludos!!

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