“Los
cedros son tan erguidos, rectos y bellos. Querría que los corazones humanos
crecieran de esa manera”.
(Yasunari
Kawabata)
El
viejo matrimonio Hirayama (Chishû Ryû y Chieko Higashiyama) viaja desde
Onomichi hasta Tokio para visitar a sus hijos. Sin embargo, estos están tan
ocupados con sus respectivas vidas, que apenas tienen tiempo para ocuparse de
ellos. Sólo la bondadosa Noriko (Setsuko Hara), nuera viuda de los ancianos, parece
empeñada en complacerlos en su visita a la gran ciudad.
De padres e hijos.
“Con el tiempo, los
padres y los hijos se alejan”. Una gran verdad se
encierra en esta frase que Noriko pronuncia casi al final de Tôkyô monogatari. Los filmes de Ozu, ese
tesoro cinematográfico del que hablaba el realizador alemán Wim Wenders, están
plagados de historias de padres e hijos a los que el devenir de la vida termina
por separar. El paso del tiempo, el matrimonio, la muerte, son rivales poco
menos que inabordables ante los ojos de unos progenitores que ven cómo cada día
sus hijos se van alejando más y más de ellos. Es ley de vida, algo natural; lo cual no
significa que no sea triste. Cuentos de
Tokio es, sin ningún género de duda, una de las obras mayores de la
historia del cine. En ella, el maestro nipón dibuja con serenidad y profunda
mirada humana, uno de esos tantos relatos paterno-filiales que cualquiera de
nosotros podría reconocer en su propio entorno. Por desgracia, la entrañable
imagen de un hogar presidido por los abuelos resulta cada vez menos frecuente;
sobre todo en Occidente, donde, llegada cierta edad, las personas se convierten
en un auténtico estorbo. No obstante, la ingratitud filial es inherente al ser
humano de todas las épocas y culturas, o si no lean la Biblia o a Shakespeare. Lo
que aquí cuenta Ozu es universal, y eso quizá sea lo que hace de esta película
un trabajo plenamente vigente. Lo he dicho en alguna que otra ocasión: cambiamos
poco, muy poco.
Lo viejo y lo nuevo.
La
filmografía de Ozu constituye un perfecto reflejo de los bruscos cambios
acaecidos en Japón durante la primera mitad del siglo XX, especialmente tras su
derrota en la Segunda Guerra Mundial. Lo viejo y lo nuevo, tradición y
modernidad, se dan de la mano en sus películas. Esa simbiosis, como no podía
ser de otro modo, también está presente en Tôkyô
monogatari, donde el contraste generacional y cultural brota de la relación
entre padres e hijos, e incluso nietos. No es casual, por ejemplo, que el matrimonio
protagonista proceda de Onomichi, ciudad situada en la prefectura de Hiroshima,
a la que se conoce principalmente por sus templos budistas. La vida allí, tranquila
y de cara al mar, es muy diferente a la de Tokio, la gran urbe por excelencia
del país del sol naciente. Una metrópolis concebida bajo cánones económicos occidentales.
Es normal que los ancianos se sientan fuera de lugar durante su estancia en la
capital. Ellos pertenecen a otro mundo más tradicional. Menos mal que quedan el
sake y los viejos amigos; una fórmula ideal para enjugar penas mientras se
rememora el lejano pasado.
La complejidad de lo
sencillo.
A
veces se comete el error de definir el cine de Ozu como sencillo, cuando, en
realidad, su aparente sencillez es fruto de una compleja depuración del
lenguaje cinematográfico. Probablemente ningún otro director haya conseguido
tanto con tan poco. Tampoco creo que exista un cine más reconocible que el del
autor de Primavera tardía; bastan
apenas un par de planos para saber que estamos ante uno de sus trabajos. No
cabe confusión alguna. Su obra descansa sobre el montaje y una milimétrica
puesta en escena. La composición del encuadre es siempre exquisita, buscando un
punto de fuga para conseguir una sensación de profundidad y perspectiva. Fue el
primero en construir decorados con cuatro paredes, por los tres del Hollywood
clásico, con el objeto de filmar una escena desde todos los ángulos posibles.
Renuncia a los movimientos de cámara, escasos cuando no inexistentes, para
articular su puesta en escena a través del montaje. Su concepción del cine, por
tanto, se encuentra en las antípodas de la de otros maestros como Mizoguchi,
Tarkovsky, Tarr o Dreyer, para quienes el montaje es un elemento meramente
ensamblador. Además, posee la extraña habilidad de alcanzar la trascendencia
partiendo de argumentos y temáticas cotidianas. El de Ozu es un arte milagroso,
inaudito.
Sabiduría y resignación.
Los
personajes de Ozu aceptan lo ineluctable con sabia resignación. No hay tragedia
en sus películas porque se entiende que todo forma parte de la existencia
humana. Hasta la muerte se acoge con cierta naturalidad. En una escena de Cuentos de Tokio, Kyôko, la hija menor
de los Hirayama, le dice a Noriko tras el fallecimiento de su madre que la vida
es decepcionante. Ésta le responde asintiendo sin perder la sonrisa. Su
expresión denota esa resignación de la que hablo. Como digo, no hay tragedia en
el cine de Ozu, pero sí mucha nostalgia: nostalgia de los hijos, nostalgia de
los que ya no están, nostalgia de los viejos tiempos. Lo bello y lo triste, me
permito reproducir el título de una de las más célebres novelas del Nobel japonés
Yasunari Kawabata, están presentes en cada momento.
A
modo de conclusión, quisiera animar al hipotético lector de estas líneas a que
se introduzca sin miedos ni prejuicios en el universo de tan maravilloso autor (si es que no lo ha hecho previamente), porque amar el cine de Ozu
significa amar también la vida. Imprescindible.
Una gran película que debería recuperar pues hace ya bastantes años que la vi. Saludos.
ResponderEliminarHola, ricard:
EliminarSi decides volver a verla, te recomiendo la edición en Blu ray que salió hace unos meses. Merece la pena.
Un saludo.
Pues yo soy uno de esos desafortunados, que no ha visto nada de Ozu, tomo tu última recomendación como gran aliciente, estimado colega de la vieja comarca cacereña. No es por pereza, sino que acá no se pueden conseguir muchas pelis, ni siquiera de los piratas que nos inundan con la basura hollywoodense de moda. A manera de regalo navideño me he propuesto descargarlas aunque sea por partes, vale tener paciencia, sobre todo considerando que tenemos el internet más lento (y además caro) del continente. Hace poco me bajé las dos más conocidas de Paradjanov y aluciné con esa imaginería visual, sobre todo con “los corceles de fuego”, por dios qué gozada de cine. Un saludo muy fraterno desde el lejano sur y que tengas un excelente año 2014.
ResponderEliminarHola, José:
EliminarPues si has conseguido las de Paradjanov, seguro que también puedes conseguir las de Ozu. Te recomendaría, además de "Cuentos de Tokio", otras muchas como "Primavera tardía", "Flores de equinoccio", "El sabor del sake", "Había un padre", "Crepúsculo en Tokio", "Principios de verano", "Las hermanas Munekata", "He nacido, pero...", "Buenos días", "La hierba errante"... Otro saludo para ti y mis mejores deseos para este nuevo año 2014. Nos seguimos leyendo :-)
Efectivamente, la película viene a ser una meditación sobre el cambio sufrido por Japón al integrarse en la sociedad occidental y la pérdida de identidad que trajo consigo. Y esa serena y melancólica mirada se efectúa a través de un matrimonio de ancianos que no comprenden cómo les puede resultar tan molesta su presencia a los hijos que van a visitar.
ResponderEliminarLa posición de la cámara (emblema del cine de Ozu) parece remarcar la apuesta del autor de "PRIMAVERA TARDÍA" por el pasado al situarla a la altura de un personaje sentado en el suelo, como si fuera una metáfora de la tradición quien observase. Los diálogos, pelados hasta el hueso, son sencillos pero llenos de sentimiento y de precisión.
Lo que queda bastante claro viendo "CUENTOS DE TOKIO" es que Ozu se inspiró para esta película en la maravillosa “MAKE WAY FOR TOMORROW” (1937) de Leo McCarey.
Un abrazo y a ver qué nos trae el inminente 2014.
Hola, Teo:
EliminarNo hay testimonios que den fe de ello, pero, como bien señalas, Ozu debió ver la obra maestra de McCarey e inspirarse en la misma para su "Cuentos de Tokio". Le deseo la mejor entrada posible en este nuevo año.
Un abrazo.
Hola, estimado Ricardo:
ResponderEliminarVi la película y es muy buena, pero, como incipiente fan aguerrido del cine quisieras que me profundizaras un poco (Irónico, ¿no?) en el tramo de tu excelente reseña, donde indicas sobre la complejidad y la aparente simplicidad del cine de Ozu. Qué valores estéticos enmarcas para saber valorar cuando una película es llana y simple, pero con un rasgo, sea ínfimo u hondo, de complejidad ¡Muchas gracias por tus aportes!
Excelente pelicula. La acabo de ver y de verdad que la disfruté demasiado. 2 horas y 15 minutos de buenas escenas y sobre todo, buenos dialogos que en frases muy sencillas nos ponen a reflexionar.
ResponderEliminarNo sé si revises comentarios en reseñas viejas, pero me gustaría preguntarte qué piensas de "Cerezos en flor" de Doris Dorrie, inspirada en "Cuentos de Tokyo".
ResponderEliminarHola Ricardo, me encanto la pelicula creo que son pocos los directores que ponen la tematica de forma como tu dices melancolica la vida y el amor hacia nuestros seres quridos muere en el olvido, gran enseñanza de Ozu . Me gustaria si pudieses hagas un ranking de peliculas de América latina, mil gracias . Saludos de Arequipa -Perú
ResponderEliminarUna obre maestra en verdad, la vi hace poco y lo que mas me llama la atencion es la resignacion con la que los personajes asumen los avatares que enfrentan a diario. Esta pelicula tambien es una guia de vida, una filosofia para vivir que nos esta haciendo falta.
ResponderEliminarDeslumbrante y llena del espíritu humano. Me dejó sin habla.
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