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Monsieur Verdoux (ídem, 1947) de Charles Chaplin.

"Los números santifican, si matas a unos pocos eres un criminal, si asesinas a miles, eres un héroe".

Tras ser despedido de su trabajo, Henri Verdoux (Charles Chaplin) lleva una doble vida: como padre de familia dedicado al cuidado de su mujer, inválida, y de su hijo, por un lado; y como dandi que seduce a viudas ricas para después asesinarlas y quedarse con su dinero, por el otro.


Partiendo de una idea original de Orson Welles, la cual fue adquirida por Chaplin a cambio de unos cinco mil dólares, el autor de El chico alumbró uno de sus más brillantes trabajos en esta comedia negra que se inspira en el asesino real de mujeres Henri Désiré Landru. Nunca el universo chapliniano se tornó tan pesimista y amargo como en Monsieur Verdoux, una magistral combinación de drama, sátira social y humor negro.

La película se abre con el primer plano de una lápida que porta la inscripción “HENRI VERDOUX, 1880-1937”. A continuación, la voz en off del protagonista empieza a escucharse a modo de presentación: “Buenas tardes. Como pueden ver, mi nombre es Henri Verdoux. Durante treinta años fui empleado bancario, hasta la crisis de 1930. Cuando perdí mi empleo, decidí dedicarme a la liquidación de miembros del sexo opuesto, un negocio estrictamente comercial destinado a mantener a mi familia. Pero les aseguro que la carrera de Barba Azul no es nada rentable. Sólo un optimista impertérrito podía embarcarse en tal aventura. Desgraciadamente, yo lo era. El resto es historia”.


Este irónico comienzo puede recordar al de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), de Billy Wilder, puesto que en ambos filmes el personaje principal está muerto (recordemos que en la cinta de Wilder, William Holden aparecía sin vida en el fondo de una piscina). No obstante, eso no les impide asumir el papel de narradores homodiegéticos. Se trata de un buen recurso para que los espectadores logren empatizar con unos personajes que no son precisamente ejemplares. Al fin y al cabo, pensarán, hagan lo que hagan estos tipos durante la película terminan pagándolo con sus vidas.

Monsieur Verdoux es una obra misógina y anticapitalista. Mediante el desorden individual denuncia el caos colectivo. No en vano, su estreno reforzó las sospechas que el Comité de Actividades Antiamericanas tenía acerca de la ideología del director, a quien acusaba de pertenecer al Partido Comunista. Hasta tal punto llegó la presión mediática ejercida sobre Chaplin, que éste finalmente optó por exiliarse a Suiza.


Pese a su terrible fondo, más negro que la brea, el filme que nos ocupa resulta divertidísimo. Sirva como ejemplo la secuencia en la que Verdoux intenta asesinar, en repetidas ocasiones y sin nunca llegar a conseguirlo, a la insoportable Annabella (Martha Raye) en medio del lago. Genial.


Las diez mejores películas de Max Ophüls.



"La historia de una película es una adivinanza. Encuentro difícil escribir acerca de esto, ya que cuando uno define algo que está lleno de secretos es posible que destruya su belleza. Sobre esto estaba pensando esta mañana mientras me afeitaba, y aun así tenía deseos de resolver el acertijo. La historia de una película sólo empieza a existir para mí cuando puedo visualizarla como una serie de imágenes; y eso es algo que no ocurre muy frecuentemente. Lo que puede dar lugar a esa visión puede ser casi cualquier cosa: una novela, quizá una obra de teatro o incluso un poema. Puede originarse a partir de algo que me ha sucedido o que me cuente otra persona; puede aparecerse mientras mi mente vaga, mientras escucho una pieza musical o miro un cuadro. El origen de esta visión está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo". 
(Max Ophüls)


El placer (Le plaisir, 1952).



Madame de... (ídem, 1953).



Carta de una desconocida (Letter from an Unknown Woman, 1948).



Lola Montes (Lola Montès, 1955).



La ronda (La Ronde, 1950).



Almas desnudas (The Reckless Moment, 1949).



Amoríos (Liebelei, 1933).



La mujer de todos (La signora di tutti, 1934).



Atrapados (Caught, 1949).



Suprema decisión (Sans lendemain, 1940).

Tren de sombras (El espectro de Le Thuit) [1997] de José Luis Guerín.

“La sombra debe su nacimiento a la luz”.
(John Gay)

La madrugada del 8 de noviembre de 1930, el abogado parisino Gèrald Fleury salió en busca de la luz adecuada para completar una filmación paisajística en torno al lago de Le Thuit. Ese mismo día falleció en circunstancias aún no esclarecidas. Poco antes realizó una de sus modestas producciones familiares, la que accidentalmente sería su última película.


Tren de sombras constituye un bello ensayo fílmico con el que el director español José Luis Guerín, rinde homenaje a la infancia del séptimo arte a la vez que ahonda en el inevitable paso del tiempo como elemento de deterioro de la vida y de la propia imagen cinematográfica. Las estampas que lo conforman, fantasmales y poseedoras de un lirismo arrebatador, dan lugar a una de las propuestas más originales e interesantes de la historia de nuestro cine.

El pasado vivo.

Como se apunta en el prólogo, Gèrald Fleury era muy aficionado a rodar películas caseras. La primera parte de Tren de sombras es precisamente una de esas supuestas filmaciones domésticas realizadas por el abogado en los alrededores de su lujoso Château. Son escenas lúdicas y campestres (paseos en bicicleta, baños, picnics, bromas, bailes de máscaras…) protagonizadas por los distintos miembros de la familia Fleury: los niños, el simpático tío Etienne, los abuelos, el personal de servicio o el propio Gèrald. No se trata de un documento real, pese a que lo parezca, sino que ha sido filmado por Guerín con una cámara de 16 mm. Además, con objeto de reforzar su verosimilitud, la película aparece deteriorada por la presencia en ella de abundante grano, manchas y rayones. El pasado cobra vida en esas imágenes. El cine se muestra como eficaz instrumento de eternidad.


Un presente espectral.

Después de setenta años, volvemos a la población de Le Thuit. La cámara de Guerín capta, mediante una sucesión de largos planos fijos, las tranquilas calles de la localidad francesa y a sus gentes transitando por ellas. La serenidad de las tomas tiene poco que ver con el vitalismo de la película casera de los Fleury. El presente es un espectro en comparación con el pasado. La mansión familiar permanece en pie, habitada ahora por unos descendientes casi siempre ausentes. Viejos retratos y algunos objetos son lo único que queda de entonces. La composición pictórica de cada plano se sublima gracias a la extraordinaria fotografía de Tomás Pladevall. El ritmo es pausado, prácticamente inmóvil. Sólo el continuo tic tac de los diferentes relojes que hay en la casa subraya el paso de un tiempo que apenas avanza. La dirección de Guerín, rica en detalles, recuerda al Bergman de los primeros minutos de Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972). Cuando cae la medianoche, las sombras proyectadas por la luna se apoderan de la fachada y el interior de la vivienda. Es la hora en la que los espectros del pasado retornan al presente bajo el velo de la oscuridad.


Los secretos revelados del cine.

El arte cinematográfico supone una manipulación del tiempo. La tira de celuloide se rebobina y detiene una y otra vez a criterio del director. El objetivo es revelar lo que antes podía haber pasado desapercibido, como la furtiva historia de amor entre el tío Etienne y una de las doncellas de la casa. Este tramo es el más experimental de la obra. Guerín desentraña los secretos de la filmación y deja en el aire otro: el de la muerte de Gèrald Fleury en el lago, principal razón de ser del filme. El cine es un misterio en el que no todo tiene que ser revelado, y ésa es, quizá, la mayor revelación de Tren de sombras.


Las diez mejores películas de Yasujiro Ozu.





Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953).



Principios de verano (Bakushû, 1951).



Primavera tardía (Banshun, 1949).



El sabor del sake (Samma no aji, 1962).



Otoño tardío (Akibiyori, 1960).



Crepúsculo en Tokio (Tokyo boshoku, 1957).



El otoño de la familia Kohayagawa (Kohayagawa-ke no aki, 1961).



Había un padre (Chichi ariki, 1942).



Buenos días (Ohayo, 1959).



Flores de equinoccio (Higanbana, 1958).

En la ciudad de Sylvia (2007) de José Luis Guerín.

“¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido?”
(San Juan de la Cruz)

Un joven (Xavier Lafitte) regresa a Estrasburgo para buscar a la mujer de la que se enamoró perdidamente seis años atrás.


En la ciudad de Sylvia constituye uno de los trabajos más destacados del cineasta español José Luis Guerín, cuyo singular estilo se sitúa a medio camino entre la poesía susurrada de Erice, el voyerismo de Hitchcock o la impávida trascendencia de Bresson. El filme retrata una obsesión, la del joven enamorado que recorre las calles de la ciudad de Estrasburgo en busca de su amada, a la vez que reflexiona sobre un concepto, el del amor ideal y su naturaleza inasible.


Es una película experimental, no apta para todos los espectadores. En ella la historia es mínima y apenas hay diálogos. Lo verdaderamente importante es la mirada. ¿Está usted, estimado lector, dispuesto a ejercitarla? Guerín alcanza aquí la madurez en el manejo del lenguaje cinematográfico, lo que se manifiesta en la cuidada composición de cada plano, el desarrollo acompasado del tempo o la agudeza a la hora de utilizar el sonido. No hay música extradiegética; la banda sonora está compuesta por el transitar de los peatones, sus conversaciones casi inaudibles, las campanillas de las bicicletas, el ruido de los automóviles o el tañido de los campanarios de las iglesias cercanas. El protagonista, testigo silente de todo cuanto acontece a su alrededor, se traslada de un sitio a otro acompañado de su cuaderno de dibujo, donde esboza el carrusel de rostros femeninos que observa en las atestadas cafeterías de la ciudad francesa. Hay en la cinta un tramo especialmente bello, algunos apuntarán que fastidioso. Me refiero al seguimiento del personaje de Pilar López de Ayala (¿Sylvia?) por parte del protagonista a través de los rincones del centro histórico de Estrasburgo. No recuerdo en el séptimo arte tanta fascinación por una mujer desde el Vértigo de Hitchcock.


En la ciudad de Sylvia es extraña, contemplativa, romántica, hermosa, sugestiva y fascinante. Una obra esencial dentro de la cinematografía española de los últimos tiempos.


Encuesta "Esculpiendo el tiempo": ¡Tú eliges las mejores películas de la historia!



      Con motivo del tercer aniversario del blog, a celebrar el próximo nueve de julio, he decidido cederos el testigo a vosotros, queridos lectores, para que elijáis las mejores películas de la historia del cine. Participar es muy sencillo, sólo tenéis que enviar un correo electrónico a ricardoesculpiendoeltiempo@yahoo.es, donde aparezca una lista con las que, a vuestro entender, son las diez mejores películas de todos los tiempos. La lista deberá ordenarse del uno al diez, correspondiéndole diez puntos al filme que ocupe el primer puesto, nueve al segundo, ocho al tercero y así sucesivamente. Con todos los votos enviados, se elaborará una macrolista que verá la luz el día del citado aniversario. Las votaciones se cerrarán el siete de julio. Por favor, no faltéis a la cita. No tenéis excusa. Cuento con todos y cada uno de vosotros.

La criada (Hanyo, 1960) de Kim Ki-young.

“Esa es la debilidad del hombre. Una montaña alta le reta a escalarla, un lago profundo le incita a tirar una roca en él y una chica guapa despierta sus instintos más primitivos”.

Un profesor de música (Jin Kyu Kim) decide contratar a una criada (Eun-shim Lee) para que ayude a su mujer (Jeung-nyeo Ju), embarazada, en las tareas del hogar. Lo que en principio parece una solución, termina por ser un problema dada la atracción que la recién llegada siente hacia su jefe.


Estimados lectores del blog, si están pensando en contratar los servicios de una criada, por favor, no vean esta película. De lo contrario, les aseguro que desestimarán tal idea, a no ser que pretendan que sus vidas acaben convirtiéndose en una auténtica pesadilla. Ni Park Chan-wook, ni Kim Ki-duk, ni Bong Joon-ho, ni Kim Ji-woon. Kim Ki-young es el director de Hanyo, la gran obra maestra del cine surcoreano, un enfermizo thriller cercano al terror psicológico que hubiese firmado el mismísimo Roman Polanski. Nunca un bote de matarratas causó tanta turbación como el que aparece en este filme, nunca unas escaleras estuvieron tan íntimamente relacionadas con la muerte como aquí.


Kim Ki-young estudia las pasiones más bajas del ser humano en esta intensa cinta de marcado carácter claustrofóbico, donde arremete contra el bienestar material cuando éste se convierte en la única meta de nuestra existencia. Su moraleja es evidente. El matrimonio protagonista, formado por un profesor de música y una costurera, ambos muy trabajadores, ha conseguido alcanzar un nivel de prosperidad que les permite comprar una nueva vivienda más grande. Tienen dos hijos, una chica lisiada de unos doce años, y un chico travieso de unos ocho. Además, están a la espera de un tercero. Sus vidas marchan viento en pompa, hasta que, por recomendación de una alumna, el profesor contrata a una joven para que se haga cargo de los quehaceres cotidianos. Pronto ésta se siente atraída por él, quien en una noche de soledad y arrebato, da rienda suelta a su deseo sexual. Este acto de infidelidad, acarreará consecuencias terribles e insospechadas para toda la familia.

Hanyo es una película de espacios reducidos, casi asfixiantes, los que conforman la casa de dos plantas en la que se desarrolla buena parte de la acción, a los que la brillante fotografía en blanco y negro de Deok-jin Kim confiere una atmósfera opresiva deudora del expresionismo. La puesta en escena es milimétrica y magistral. El cineasta capta con precisión quirúrgica cada plano, cada detalle. En muchas ocasiones, filma las escenas desde la terraza exterior, a través del cristal, como si el pudor le impidiera penetrar en la intimidad de unos personajes abocados a la tragedia. 


Es cierto que el desenlace de la obra alivia, en parte, la tensión acumulada en el estómago del espectador; pero no por ello éste dejará de sentir la incómoda inquietud que le ha acompañado a lo largo del metraje.

En el año 2010, otro director surcoreano, Im Sang-soo, realizó un remake bastante inferior donde se acentuaba el erotismo latente en el filme original.


Los diez mejores remakes de la historia*.


Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979), de Werner Herzog. Remake de Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922), de F.W. Murnau.



El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956), de Alfred Hitchcock. Remake de El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1934), también de Alfred Hitchcock.



Juntos hasta la muerte (Colorado Territory, 1949), de Raoul Walsh. Remake de El último refugio (High Sierra, 1941), también de Raoul Walsh.



La cosa (The Thing, 1982), de John Carpenter. Remake de El enigma de otro mundo (The Thing from Another World, 1951), de Christian Nyby.



Deseos humanos (Human Desire, 1954), de Fritz Lang. Remake de La bestia humana (La bête humaine, 1938), de Jean Renoir.



Ha nacido una estrella (A Star is Born, 1954), de George Cukor. Remake de Ha nacido una estrella (A Star is Born, 1937), de William A. Wellman.



Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959), de Billy Wilder. Remake de Ellas somos nosotros (Fanfaren der Liebe, 1951), de Kurt Hoffmann.



La hierba errante (Ukigusa, 1959), de Yasujiro Ozu. Remake de Historia de las hierbas errantes (Ukigusa monogatari, 1934), también de Yasujiro Ozu.



Tú y yo (An Affair to Remember, 1957), de Leo McCarey. Remake de Tú y yo (Love Affair, 1937), también de Leo McCarey.



Perversidad (Scarlet Street, 1945), de Fritz Lang. Remake de La golfa (La Chienne, 1931), de Jean Renoir.


*La lista aparece ordenada de manera aleatoria.