Christopher Cross (Edward G. Robinson) es un envejecido cajero de banca que lleva una infeliz vida junto a su mujer. Pintar cuadros es la única actividad que consigue evadirle de su triste existencia. Una noche, tras una cena de empresa, se topa con la atractiva Kitty (Joan Bennett), de la que se enamorará perdidamente. Ésta y su violento novio Johnny (Dan Duryea), trazarán un plan con el objetivo de sonsacarle dinero.
Genial obra maestra de Lang, un intenso y pesadillesco ejercicio de cine negro que constituye el mayor logro de su etapa norteamericana y, en opinión de quien suscribe estas líneas, la película más compleja y conseguida de la brillante filmografía del director de origen austríaco.
Perversidad debe ser considerada como un remake del filme La golfa (La Chienne , 1931) de Jean Renoir, más que una nueva adaptación de la novela de Georges de La Fouchardière.
Es importante señalar que se trata de una especie de prolongación de La mujer del cuadro (The Woman in the Window, 1944), película filmada con anterioridad por el cineasta con la que, además de compartir a sus tres protagonistas principales en roles que no difieren mucho, comparte también una posible lectura onírica, aunque esta nunca se explicite en la cinta que ahora nos ocupa (algo que sí ocurría en la anterior), lo que otorga una mayor ambigüedad y riqueza al relato.
Con una puesta en escena sombría y opresiva, magistralmente captada por la fotografía en blanco y negro de Milton Krasner, la película indaga en el progresivo y fatalista proceso de deterioro de identidad que afecta al personaje de Robinson, completamente sumiso ante el arrebatador poderío sexual de la Femme fatale que lo conduce hasta el infierno terrenal.
Es loable el sutil juego de dobles y superposiciones identitarias que Lang orquesta a lo largo de todo el filme, así como el sarcasmo y sentido paradójico (crudelísimo en ocasiones) inherente a algunas escenas.
El trío protagonista está perfecto en la composición de unos personajes repletos de matices, destacando el enorme calado psicológico que Edward G. Robinson otorga al suyo, en la que probablemente sea la mejor interpretación de su carrera.
Scarlet Street es una de las películas que de forma más perversa y patética retrata las miserias de la condición humana. Una obra indispensable en la historia del cine.