“Por severo que sea un
padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su
padre”.
(Enrique
Jardiel Poncela)
Dos
hermanos adolescentes, Andrei (Vladimir Garin) e Ivan (Ivan Drobonravov), ven
alteradas sus vidas con el regreso a casa de su padre (Konstantin Lavronenko)
después de doce años de ausencia.
Impresionante
ópera prima del realizador ruso Andrei Zvyagintsev premiada con el León de Oro
en el Festival Internacional de Cine de Venecia. Vozvrashchenie, doloroso drama paterno-filial, constituye uno de
los mayores logros de la cinematografía europea de la pasada década. Sus
poderosas imágenes, grabadas de manera indeleble en la retina del espectador,
le valieron a Zvyagintsev ser equiparado con el mismísimo Andrei Tarkovsky, con
quien, además de nombre y patria, comparte cierto sentido poético-simbólico de la
imagen. Al igual que el autor de Stalker,
Zvyagintsev realza la textura de los materiales que aparecen en pantalla, capta
con agudeza los sonidos de la naturaleza y utiliza el travelling como uno de los instrumentos esenciales de su
caligrafía.
La
película se abre con la fantasmagórica estampa de una barca hundida en el fondo
del océano. Esta primera imagen adquiere su significado al final, una vez se
haya completado el visionado de la obra. Zvyagintsev estructura la trama a lo
largo de casi una semana, dividiendo en episodios la acción correspondiente a
cada día (domingo, lunes, martes, miércoles…). El regreso es una road movie,
puesto que durante gran parte de su metraje vemos a los personajes desplazándose
de un lugar a otro sin saber exactamente hacia dónde se dirigen. Este viaje que
llevan a cabo el padre y sus dos hijos por los bellos parajes del norte de
Rusia (portentosa fotografía en tonos ceniza de Mikhail Kritchman), supone la
premisa argumental sobre la que el realizador de Novosibirsk va levantando una
empalizada de emociones y sentimientos que irán ganando en intensidad conforme
transcurran los minutos. Frente a la severa figura del progenitor, al que
Zvyagintsev presenta tumbado en la cama cual Cristo muerto de Mantegna, y del que apenas sabemos (ni sabremos)
nada, cada hijo opta por mantener una actitud diferente: la condescendencia de
Andrei, el mayor, en contraposición con la rebeldía de Ivan, el pequeño y más
rencoroso, y, por tanto, el principal foco de las tensiones que surjan.
Antes
de que el filme se cierre con una recopilación de fotografías en blanco y negro
tomadas por los dos chicos a lo largo del viaje, en las que se muestran escenas
inéditas del camino recorrido, el espectador habrá asistido a una concatenación
de secuencias donde la brillantez formal funciona como vehículo al servicio de
su mítico sentido narrativo.
Muy buena crítica, me gustó mucho cuando la vi. Excelente. Gracias por compartir tan buen cine.Me gusta lo que publicas. Salud.
ResponderEliminarHola, DMClarisa:
EliminarSimplemente me limito a servir de altavoz para un tipo de cine del que no se suele hablar en los medios. Gracias a ti por comentar :)
Un saludo.