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Caníbal (2013) de Manuel Martín Cuenca.

“Las mato y me las como”.

Carlos (Antonio de la Torre) es un reconocido sastre de Granada que en sus ratos libres mata a mujeres para luego comérselas. Un día, Alexandra (Olimpia Melinte), una joven rumana, se convierte en su nueva vecina. De inmediato, Carlos se siente fuertemente atraído por ella.


Aceptable (aunque algo pretenciosa) película de Manuel Martín Cuenca que se inspira en un relato corto del escritor cubano Humberto Arenal. Caníbal es el retrato cotidiano de un psicópata antropófago que lleva con éxito una doble vida: la de sastre y asesino de mujeres. Su principal problema radica en que toca demasiados palos sin apenas profundizar en ninguno de ellos, de modo que no termina de funcionar ni como thriller psicológico (falta suspense), ni como filme de género (falta terror), ni como drama romántico (falta emoción). O lo que es lo mismo, no consigue nada de lo que busca. Pese a todo, hay que reconocerle que está muy bien realizada y que posee una impecable puesta en escena enaltecida por la magnífica fotografía de Pau Esteve Birba, cuyo trabajo fue premiado en San Sebastián y en la pasada edición de los Goya.


La cinta se abre de noche. Un plano fijo de larga duración enmarca una luminosa gasolinera en medio de la oscuridad. Como veremos, en realidad se trata del punto de vista del asesino, que, oculto en su coche, espera el momento adecuado para asestar un certero zarpazo a su víctima. Provoca, para ello, un aparatoso accidente de tráfico conduciendo en dirección contraria. Después de bajar de su automóvil, se dirige al vehículo siniestrado en busca del cuerpo moribundo de una mujer desconocida. La traslada a su aislada cabaña de la sierra, donde, ya muerta, se dispone a trocearla. Pocos minutos más tarde, en su domicilio habitual y tras una laboriosa jornada de trabajo en el taller, saca un buen filete del congelador, donde guarda otros muchos (todos de mujer, por supuesto), y se lo zampa con la misma tranquilidad que el que se está comiendo una hamburguesa en un McDonald´s. De esta forma tan abrupta y efectiva comienza Caníbal. Lástima que su posterior desarrollo, reiterativo y plomizo, no sobrepase la mera premisa argumental de la que parte. El personaje de Antonio de la Torre (buena interpretación la suya), carece de dimensión psicológica. Simplemente se le describe como un tipo metódico, solitario y soso, aunque nunca se revelan las causas de su psicopatía, y, sobre todo, las razones que lo impulsan a comerse el cuerpo de sus víctimas. Entendemos que las asesina porque las desea (él mismo lo confiesa en una escena bastante ridícula), lo que nos hace pensar en un hipotético problema de impotencia sexual; pero, ¿por qué demonios se las come? Su relación con las dos hermanas rumanas, ambas idénticas e interpretadas por la misma actriz (muy mala, por cierto), resulta fría y poco convincente. Además, bajo mi punto de vista, la secuencia de la playa y las que transcurren en la nevada sierra, rompen con la estética austera y sombría del resto, que tienen lugar en los interiores del taller y la vivienda. Tampoco se aprovecha demasiado el entorno geográfico granadino, al margen de las citadas escenas de la sierra y algunas postales típicas de Semana Santa.


Una película estimable, sin más, lejos las opiniones vertidas sobre la misma de buena parte de la decadente y endogámica crítica “oficial” española, que la recibió como si se tratase de la gran obra cinematográfica que, decididamente, no es. 


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