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Festival de Cine Europeo de Sevilla 2013: Blancanieves y Tabú, dos joyas ibéricas en blanco y negro.


BLANCANIEVES (2012), de Pablo Berger. Selección EFA.


Genial, castiza y, por momentos, siniestra versión del famoso cuento de los hermanos Grimm que supone la segunda película del cineasta bilbaíno Pablo Berger después de la interesante Torremolinos 73 (2003). El filme, mudo y rodado en un extraordinario blanco y negro, recoge la esencia de los mejores trabajos de Edgar Neville en su deslumbrante e imaginativa fusión de expresionismo estético, humor negro, fantasía y sátira social. Como algunos, los mal informados, tacharán a la cinta de oportunista a raíz del éxito obtenido recientemente por The Artist, es importante señalar que el proyecto de Blancanieves se concibió con anterioridad a la eclosión de la oscarizada obra de Hazanavicius. Y en comparación con ésta, no sólo no pierde, sino que se eleva como un producto mucho más artístico y personal, al no quedar reducido a la mera condición de homenaje cinéfilo.

Partiendo de los elementos argumentales básicos del relato de los Grimm, aunque aquí el espejo mágico y el príncipe no aparezcan (no al menos en un sentido estricto y literal), Berger enriquece la trama de su película con referencias a otros cuentos como La Cenicienta o La Bella Durmiente, además de incidir en los arquetipos folclóricos de la cultura andaluza (corridas de toros, religión añeja, flamenco, cortijos, sevillanas, estampas de la capital hispalense…). Blancanieves se sitúa entre el surrealismo buñueliano y las representaciones goyescas, para terminar siendo un arrebatador y original pastiche que culmina de un modo hermosísimo: entre viejas barracas de feria que recuerdan al Tod Browning de Freaks.

La escasez de intertítulos favorece una narración puramente visual, articulada mediante un montaje brillante. El uso de primerísimos planos y planos detalle nos retrotrae al cine de Eisenstein y al de los pioneros maestros soviéticos, mientras que los complejos ángulos de cámara y la abundancia de picados y contrapicados, remiten al expresionismo alemán. La excelente fotografía de Kiko de la Rica y la gran banda sonora de Alfonso de Vilallonga, contribuyen a redondear un filme de enorme belleza y fuerza expresiva. 

En el apartado actoral, destacan la irresistible candidez de Sofía Oria y la pérfida presencia de una Maribel Verdú que se come todos y cada uno de los planos en los que aparece.

Blancanieves invita al espectador a soñar despierto, a ser un niño durante un par de horas y a seguir creyendo en la magia del cine. Es por ello que constituye uno de los títulos más estimulantes e inspirados de la cinematografía española de los últimos tiempos.




TABÚ (Tabu, 2012), de Miguel Gomes. Focus Europa: Portugal.


Maravilloso y evocador filme en blanco y negro cuyo título remite al clásico mudo que Murnau dirigió en 1931, y sobre el que Miguel Gomes, también autor del exquisito guión, se inspira para indagar en las múltiples, casi infinitas, posibilidades narrativas que el arte cinematográfico aún puede ofrecer. Más allá de su nostálgica visión de la memoria como tiempo presente, Tabu invoca a un modo primitivo, extinto, de hacer cine, con el fin de convertir las imágenes en vehículo exclusivo para la transmisión de emociones y palabras silentes. Al igual que la película de Murnau, su homónima del siglo XXI se divide en dos capítulos (Paraíso perdido y Paraíso) que aparecen precedidos por un prólogo en el que se relata la historia de un explorador portugués que recorre el mundo para huir del recuerdo de su fallecida esposa. Como veremos poco después, todo esto forma parte de una proyección que está siendo contemplada por el personaje de Pilar, la cual asume nuestro papel, el de simples espectadores en medio de una oscura sala de cine.

Paraíso perdido: la acción se ubica en Lisboa, durante unas navidades. Pilar es una mujer soltera, de unos cincuenta años de edad, creyente y muy comprometida con los problemas del mundo. Su vida transcurre monótona, como tantas otras, sin que nada extraordinario le suceda. Sólo de vez en cuando sale con un amigo para ir de excursión o al cine. Parece bastante insatisfecha, de ahí que intente llenar su solitaria existencia preocupándose por los demás. La historia de amor entre Aurora y Ventura, le aportará todo aquello que ella nunca ha tenido: pasión, aventura, crimen… ¿Acaso no es esa la función principal del cine, la de hacernos vivir vidas ajenas en un tiempo y lugares distintos al nuestro? Como he señalado con anterioridad, el personaje de Pilar es utilizado por Gomes como si se tratase de un álter ego de los propios espectadores. 

Paraíso: el relato de Ventura nos conduce a una antigua colonia portuguesa situada en pleno corazón de África. Esta parte, que aproximadamente se corresponde con la segunda mitad de la obra, es muda en su totalidad, tan sólo escuchamos la voz en off del viejo. Imágenes de gran belleza acompañan su lírica y diáfana narración. El tema del amor prohibido en un contexto exótico vuelve a remitir a la cinta de Murnau, desarrollada en la isla de Bora Bora; aunque aquí no es el capricho de los dioses el que impide la relación entre los amantes, sino un marido y un embarazo. La historia no es nueva, e incluso puede parecer convencional, ¿verdad? No se engañen. En una ocasión, el cineasta húngaro Béla Tarr dijo que el hombre lleva contando las mismas historias desde el Antiguo Testamento. No le faltaba razón. Lo importante de una historia no es que sea novedosa, sino que se sepa contar. Y doy fe de que Miguel Gomes la cuenta como pocos.

Si pese a los malos tiempos que corren, ustedes no han perdido todavía la capacidad de soñar con el cine, vean Tabú lo antes posible. Estamos ante un auténtico tesoro. No lo dejen escapar.


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