Django desencadenado (Django Unchained, 2012) de Quentin Tarantino.

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

(Miguel de Cervantes Saavedra)

Django (Jamie Foxx) es un esclavo negro al que libera el doctor King Schultz (Christoph Waltz), cazarrecompensas alemán, a cambio de que lo ayude a capturar a tres asesinos a los que busca. Una vez finalizada con éxito la misión, los dos deciden seguir siendo socios con el fin de rescatar a Broomhilda (Kerry Washington), mujer de Django, quien ha sido comprada por un rico terrateniente sureño llamado Calvin Candie (Leonardo DiCaprio).

En una conversación nocturna mantenida en torno a una hoguera (escena que no debe faltar en ningún buen western), el doctor Schultz habla a Django del mito germánico de Sigfrido y Brunilda. Ésta, según cuenta el dicharachero y persuasivo orador alemán, "fue una hermosa princesa a la que su padre, dios de dioses, castigó a permanecer por siempre en la cima de una gran montaña custodiada por varios círculos de fuego y un feroz dragón. Sólo un héroe, el valiente Sigfrido, podía rescatarla". Terminado el relato, ambos personajes, y por ende nosotros, atentos espectadores, comprendemos que tal paralelismo únicamente puede conducir a una infernal odisea en pos de la libertad y el amor. 

Django Unchained es un desmesurado, violento, paródico y, en ocasiones, gozoso homenaje al spaghetti western de parte de uno de los más fervientes admiradores de este subgénero: el irregular y talentoso Quentin Tarantino. El autor de Pulp Fiction firma aquí uno de sus mejores trabajos; lo cual no impide advertir que el conjunto queda ciertamente lastrado debido a su excesivo metraje y a la poca inspiración con la que se resuelve su tramo final. La película puede recordar a los westerns de Sergio Leone y Sam Peckinpah (esos sanguinolentos tiroteos al ralentí); pero se trata, ante todo, de una obra cien por cien tarantiniana en su hábil mezcla de collage cinéfilo y sello personal. Ningún fan del director estadounidense debería perdérsela.

Asimismo, supone un ataque al racismo y la esclavitud mucho más mordaz que el expuesto por Steven Spielberg en su solemnemente tediosa Lincoln, por contraponer dos títulos que, a día de hoy, coinciden en las salas de nuestros cines; aunque nada tengan que ver la política de salón de uno con la irreverencia gamberra del otro. 

La correcta interpretación de Jamie Foxx, queda ensombrecida por la excelente labor desempeñada por sus compañeros de reparto. Waltz está genial. Al igual que DiCaprio en su villana encarnación de un señorito sureño muy hijo de puta (impagable su particular “tesis racial" sobre la servidumbre acompañado de un cráneo humano). Ojo también al divertido personaje al que compone Samuel L. Jackson. Resulta casi imposible no reírse frente a un tipo tan mezquino y alcahuete como él.

Django desencadenado, espléndido ejemplo de cine comercial de calidad. ¿Quién dijo que ya no se hacen buenas películas del Oeste?