Por todos es bien sabido que el escritor y dramaturgo sueco August
Strindberg ejerció una notable influencia artística e intelectual sobre su compatriota
Ingmar Bergman. En cambio, lo que muchos no saben, es que el autor de Fresas salvajes se inspiró en una de sus
piezas teatrales, La más fuerte (Den starkare, 1888), para elaborar el
guión de Persona, probablemente su
filme más importante. La más fuerte
es un intenso monólogo, de los más brillantes de la historia del teatro,
protagonizado por dos mujeres: una que no para de hablar y otra que no dice
nada. ¿Les suena? A continuación publicamos el texto íntegro de Strindberg para
que saquen sus propias conclusiones.
Señora X. – ¡Amelia, tú por aquí!
¿Qué tal estás, querida? ¡Sentada en tu rincón sola el día de Nochebuena, como
una pobre solterona!
Señorita Y (levanta los ojos de la
revista, asiente con un gesto y sigue leyendo).
Señora X. – Me duele de verdad
verte sola, ¿sabes?, aquí en este café el día de Nochebuena. Me duele tanto
como el banquete de boda que vi una vez en un restaurante de París… la novia
estaba leyendo una revista humorística mientras el novio jugaba billar con los
testigos. ¡Hum, pensé, si empiezan así, buen final les espera!
¡Jugando al billar el día de la boda!
¡Y ella, me puedes decir, leyendo una revista humorística! ¡Bien, pero hay una
diferencia!
(La camarera entra, pone una taza
de chocolate delante de la Señora X y sale.)
Señora X. – ¿Sabes una cosa Amelia?
¡Ahora estoy convencida de que hubiera hecho mejor si no hubieses reñido con
él! ¿Recuerdas que yo fui la primera en decirte: “perdónalo”? ¿Te acuerdas?
Ahora podrías estar casada y tener un hogar. ¿Te acuerdas de lo feliz que te
sentías las Navidades que pasaste con tu novio en la casa de campo de tus
padres? ¿Recuerdas con qué entusiasmo cantabas la felicidad del hogar y no
querías más que dejar el teatro? Sí, Amelia, sí, no hay nada como el hogar
–después del teatro, claro– y los chicos, ¿sabes? ¡Bueno, eso no puedes
entenderlo tú!
Señorita Y (gesto de desprecio).
Señora X (toma unas cucharaditas de
chocolate, abre luego la cesta y le enseña los regalos de Navidad). – ¡Ahora te
voy a enseñar lo que les he comprado a mis corderitos! (le enseña una muñeca)
¡Mira! ¡Es para Lisa! ¡Fíjate, abre y cierra los ojos y mueve la cabeza! ¡Qué
cosas hacen! Y esta pistola de corcho es para Maya (la carga y dispara contra
la Señorita Y).
Señorita Y (hace un gesto de
horror).
Señora X. – ¿Te asustaste?
¿Pensaste que iba a matarte? ¿Ah, sí, sí lo creíste? ¡Pues sí, estoy segura de
que lo creíste! Si tú quisieses matarme a mí, no me sorprendería demasiado,
porque yo me crucé en tu camino –y sé que eso no lo olvidarás nunca–, aunque
fui completamente inocente. Tú sigues creyendo que te echaron del Gran Teatro
Principal por mis intrigas. Pero no fue eso. ¡Yo no intrigué para que te echasen,
aunque no lo creas! ¡Bueno, da igual lo que te diga, porque seguirás convencida
de que fui yo! (saca un par de zapatillas de andar de casa bordadas.)¡Y esto es
para mi maridito! Con tulipanes. ¡Y bordados por mí! Yo odio los tulipanes,
claro, pero él quiere tener tulipanes por todas partes.
Señorita Y (levanta la mirada de la
revista, irónica y curiosa).
Señora X (mete la mano en cada
zapatilla). – ¡Fíjate qué pies tan pequeños tiene Bob! ¿Verdad? ¡Si vieses con
qué elegancia anda! ¡Tú no lo has visto nunca con zapatillas, claro! (la
Señorita Y suelta una carcajada) ¡Mira! ¡Así anda! (ella hace caminar las
zapatillas por la mesa).
Señorita Y (se ríe a carcajadas).
Señora X. – Y cuando se enfada,
¿sabes?, patalea con su piececito así: “¡Cómo!
¿Cuándo van a aprender esas
malditas criadas a hacer el café? ¿Y esto? ¡Ya han vuelto esas cretinas a
cortar mal la mecha del quinqué!”
Y cuando hay corriente y se le
quedan los pies fríos: “¡Caramba, qué frío hace! ¡Y esas imbéciles aún no saben
siquiera mantener el fuego en la estufa!”
(Frota la suela de la zapatilla con
la parte de arriba de la otra).
Señorita Y (se ríe a carcajadas).
Señora X. – Y cuando llega a casa y
se pone a buscar sus zapatillas, que Mari ha puesto debajo del armario… Ah,
pero no está muy bien que yo me burle de mi maridito de esa manera. ¡En todo
caso es una buena persona, sí, es un encanto de maridito! ¡Tú deberías tener un
marido así, Amelia! ¿De qué te ríes ahora? ¿Qué te pasa? ¡Dime! ¡Y además estoy
segura, ¿sabes?, de que no me engaña! ¡Si, estoy segura! Porque él mismo me lo
ha dicho… ¿A qué vienen ahora esas risitas?... Que cuando yo estaba de gira por
Noruega aquella zorra de Federica intentó seducirlo, ¿te das cuenta de la
infamia? (Pausa) ¡Claro que si llega a aparecer estando yo en casa le hubiese
sacado los ojos! (Pausa) Para mí fue una suerte que saliese del propio Bob el
contármelo. ¡No me hubiese gustado enterarme por el chismorreo! (Pausa.) ¡Y no
vayas a creer que Federica fue la única! ¡Qué va! ¡Yo no lo entiendo, pero las
mujeres andan completamente locas por mi marido! ¡El mío! ¡Deben creer que como
trabaja en el Ministerio tiene influencia en los contratos del teatro! ¡Quizá
tú también lo hayas pensado! ¡Pero ahora estoy segura de que él no se interesó
nunca por ti y además siempre he tenido la impresión de que tú le tenías
tirria, al menos eso pensaba yo!
(Pausa. Se miran una a la otra,
azoradas).
Señora X. – ¿Por qué no vienes a
pasar la Nochebuena en casa, Amelia? Anda, vente, aunque sólo sea para
demostrar que no estás enfadada con nosotros. ¡Al menos que no estás enfadada
conmigo! Yo no entiendo bien por qué, pero me es sumamente desagradable estar
enemistada con la gente. ¡Y especialmente contigo! ¡Quizá porque me crucé
aquella vez en tu camino (cada vez más lentamente), o no se por qué, realmente,
no sé por qué!
(Pausa) Señorita Y (observa a la Señora
X, con curiosidad).
Señora X (pensativa). – Ya desde
que nos conocimos ha habido algo raro en nuestras relaciones… Cuando te vi por
primera vez, me diste miedo, tanto que no me atrevía a perderte de vista ni un
segundo. Me las arreglaba, en medio de todas mis idas y venidas, para estar
siempre cerca de ti… Y como no me atrevía a ser enemiga tuya me hice tu amiga.
Pero siempre que venías a nuestra casa se hacía un ambiente cargado, un cierto
malestar, porque yo veía que mi marido no te aguantaba. Y me sentía molesta,
como cuando llevas un vestido que no te está bien. Hacía todo lo que estaba en
mi mano para que él se mostrase amable contigo, pero sin demasiado éxito… hasta
el día en que anunciaste tu noviazgo. Entonces surgió una intensa amistad entre
ustedes… Fue como si…, al menos así me lo pareció por un momento…, fue como si,
por primera vez, se atrevieran a mostrar sus verdaderos sentimientos, ya
tranquilos por la seguridad que te daba el reciente noviazgo… y entonces… ¿qué
pasó entonces? Yo no tuve celos… ¡qué extraño! Y recuerdo que después del
bautizo de nuestro hijo, cuando tu fuiste madrina, yo casi lo obligué a darte
un beso… él lo hizo y aquello te dejó tan desconcertada… ¡bueno, yo entonces ni
lo noté… tampoco me paré a pensarlo después… ni he pensado en ello hasta…
ahora! (se levanta bruscamente).
¿Por qué no dices nada? ¡No has
abierto la boca en todo el rato, no has hecho más que dejarme hablar a mí! Ahí
sentada, mirándome, sin moverte, me has ido sacando todos estos pensamientos
que andaban por mi cabeza como se saca la seda del capullo… pensamientos… quizá
sospechas… déjame pensar… ¿Por qué rompiste tu noviazgo? ¿Por qué no volviste
ya a nuestra casa después de aquello? ¿Por qué no quieres venir a pasar la
Nochebuena con nosotros?
Señorita Y (hace un gesto como si
quisiera hablar.)
Señora X. – ¡Calla! ¡No hace falta
que digas nada, porque ahora ya lo entiendo todo! ¡Y no necesito tu ayuda! ¡Así
es que fue por eso, por eso y nada más que por eso!
¡Claro! ¡Ahora sí que salen las
cuentas! ¡Exactas! ¡Así son las cosas! ¡Qué asco! ¡No quiero estar ni un minuto
más en la misma mesa que tú! (se lleva sus cosas a la otra mesa).
Es por eso que tengo que bordarle
tulipanes – ¡esas flores odiosas!–. Es por eso por lo que tenemos que veranear
en las playas del lago Melar, porque a ti no te sienta bien el mar. Es por eso
por lo que mi hijo se tuvo que llamar Eskil, porque tu padre se llamaba así. Es
por eso por lo que yo he tenido que vestirme con tus colores favoritos, leer
tus escritores favoritos, comer tus platos favoritos, tomar tus bebidas
favoritas… por ejemplo, tu chocolate. ¡Fue por eso… oh, Dios mío… es horrible,
cuando me paro a pensarlo… es horrible! ¡Todo me venía de ti, todo lo que él me
daba me venía de ti, hasta tus pasiones! ¡Tu alma se metió en la mía como un
gusano en una manzana, y allí se puso a comer y comer, a excavar y horadar,
hasta que no quedó más que la cáscara con una masa negra dentro! Quise alejarme
de ti, pero no pude. Tú estabas allí como una serpiente mirándome con tus ojos
negros y me hipnotizabas… yo sentía cómo las alas, al intentar volar, me
arrastraban hacia las profundidades. ¡Yo flotaba en el agua con los pies atados
y cuanto más movía los brazos intentando nadar más me hundía, más me hundía,
hasta llegar al fondo, donde me esperabas tú, un gigantesco cangrejo, para
agarrarme con tus poderosas tenazas, y ahí me tienes ahora!
¡Cómo te odio, Dio mío, cómo te
odio, te odio! Y sigues ahí en tu silla, callada, tranquila, indiferente.
¡Indiferente, sí! A ti te da igual que haya luna llena o cuarto menguante, que
sea Navidad o Año nuevo, que los demás sean felices o desgraciados. Sin
capacidad de amar o de odiar. ¡Inmóvil como una cigüeña frente una ratonera, tú
no podías sacar a tu presa por tus propios medios, tampoco estabas segura de
conseguirla persiguiéndola, lo que sí sabías es que podías esperar con toda
paciencia a que saliese de la ratonera! Y aquí sigues en tu rincón –¿sabes que
lo llaman la ratonera pensando en ti?–, buscando en tus revistas noticias de
calamidades, a ver si alguien se ha arruinado, si despiden a alguien del
teatro. ¡Aquí estás observando a tus víctimas, calculando tus posibilidades
como el práctico sus naufragios, recibiendo tus tributos!
¡Pobre Amelia! ¿Sabes que a pesar
de todo me das mucha pena? ¡Sí, porque yo sé que eres muy desgraciada, como
todas las personas ofendidas, y perversa, porque te han herido! Mira, yo,
aunque quisiese, no podría enfadarme contigo… porque a pesar de todo tú eres la
más débil… ¡Bueno, y lo de Bob no me preocupa lo más mínimo!
¡Qué me importa eso a mí en el
fondo! ¡Y qué mas da si has sido tú u otra persona la que me ha enseñado a
tomar chocolate!… ¡Me da exactamente igual! (toma una cucharadita de chocolate
con aire de sabionda.) Además, ¡el chocolate es una bebida muy saludable! Y si he
aprendido a vestirme de ti… pues tant mieux... ¡así conseguí que mi marido se
fijase más en mí! Y en esa batalla tú perdías cuando yo ganaba. Sí, creo que a
juzgar por ciertos detalles, ¡ya la has perdido! Claro que tú creías que yo me
iba a marchar, dejándote el campo libre… como tú hiciste una vez… y de lo que
tanto te arrepientes… ¡Pues mira, no lo voy a hacer! ¡Yo me quedo! Nosotras no
debemos ser mezquinas, ¿sabes? ¿Y por qué voy a tener que contentarme siempre
con lo que no quieren los demás? Al fin y al cabo, querida amiga, quizá sea yo
en estos momentos la más fuerte… ¡Tú nunca recibiste nada de mí! ¡Yo nunca te
dí nada, eras tú la que estaba dando siempre! ¡Y ahora te pasa conmigo lo que
pasó con aquel ladrón nocturno del cuento, que al despertarte yo tenía en mi
poder todo lo que a ti te faltaba! ¿Cómo explicas, si no, que lo que tocabas
perdía su valor, se volvía estéril? Con todos tus tulipanes y pasiones no
pudiste conservar siquiera el amor de un hombre, y yo sí. Tampoco lograste
aprender de tus libros el arte de vivir, como lo aprendí yo. ¡Ni siquiera
tuviste un pequeño Eskil, aunque tu padre se llamaba Eskil!
¿Y por qué estás siempre callada,
callada y callada como una muerta? Fíjate que yo al principio pensé que era
signo de fuerza. ¡Pero probablemente es que no tienes nada que decir! ¡Así de
simple! ¿Y sabes por qué? ¡Porque ni siquiera eres capaz de pensar en nada! (se
levanta y recoge las zapatillas.) Ahora me voy a casa… y me llevo los
tulipanes… ¡Sí, tus tulipanes! Tú no quisiste nunca aprender nada de los demás.
Tampoco quisiste doblarte como la hierba al viento… y por eso te partiste como
una caña seca… ¡Y yo no me partí! ¡Gracias, Amelia, por tus útiles enseñanzas!
¡Gracias por haberle enseñado a mi marido a amar! ¡Ahora me voy a casa… a
quererle mucho!