William Munny (Clint Eastwood) es un ex pistolero que dejó atrás sus
correrías delictivas de juventud, al contraer matrimonio con su esposa, ahora
muerta. Las dificultades económicas para sacar adelante a sus dos hijos y a su
mísera granja, le llevarán a aceptar un último trabajo consistente en asesinar
al tipo que marcó la cara de una prostituta en el pueblo de Big Whiskey, en
donde el alguacil Little Bill Daggett
(Gene Hackman) impone la ley. En la tarea le acompañarán su viejo amigo Ned (Morgan
Freeman) y un joven inexperto que se hace llamar Schofield Kid (Jaimz Woolvett).
Veinte años después de su estreno, nadie duda ya de que Sin perdón, cumbre ineludible del cine
norteamericano de las últimas décadas, se ha convertido, a todos los efectos, en
un auténtico clásico. Clint Eastwood sublimó aquí algunos de los hallazgos de
puesta en escena que ya se encontraban en sus westerns previos. El tenebrismo y
la fantasmagoría alcanzaban en la obra que ahora nos ocupa, unas cotas de
sapiencia y pericia cinematográfica difícilmente comparables. ¿El resultado? El
resultado es historia.
El filme, de tono desmitificador y crepuscular, ahonda en los efectos
nocivos que genera el empleo de la violencia. “Es duro matar a un hombre. Le quitas todo lo que tiene y todo lo que
tendrá”, le dice el personaje de Eastwood al joven aspirante a pistolero
que se siente abatido tras haber cometido su primer asesinato.
En Unforgiven, el salvaje oeste
carece de cualquier tipo de glamour. La primera vez que vemos a su personaje
principal, éste aparece hundido en el fango mientras trata de separar a los
cerdos de su corral. Poco después, cuando pone a prueba su puntería, advertimos
que su vista le falla. Finalmente, su caballo lo arrojará al suelo al intentar
montarlo. No hay héroes de ficción. Sólo tipos de carne y hueso, envejecidos y
desencantados, que hasta enferman cuando les cae encima un buen chaparrón.
Del guión de David Webb Peoples (coguionista de Blade Runner), resulta admirable la ambigüedad y falta de
maniqueísmo de la que hace gala en la definición de caracteres. Como veremos a
lo largo del metraje, ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos.
Se dice que Eastwood, tras comprar los derechos del texto original, esperó
durante nueve años hasta envejecer lo suficiente para dar vida a su personaje.
Más allá de esa poética y fordiana estampa en la que el protagonista
parece pedir disculpas ante la tumba de su santa esposa por lo que está a punto
de hacer, la secuencia verdaderamente inolvidable de la película no puede ser
otra que la del tiroteo final. En ella, William Munny, rifle Spencer en mano, emerge
de entre las sombras y la tormenta, cual aparecido de ultratumba, para vengar
la muerte de su amigo. “He matado a mujeres
y a niños. He matado a casi todo lo que camina o se arrastra. Y aquí estoy para
matarte, pequeño Bill. Por lo que hiciste a Ned”. Sólo Eastwood podía
conseguir que amásemos tanto a este jodido hijo de puta. A sus pies, maestro.