“¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra?
Dilo, si tanto sabes y entiendes.
¿Sabes quién fijó sus medidas, o quién la midió a cordel?
¿Dónde se asientan sus bases?
¿Quién puso su piedra angular entre el vocerío de los luceros del alba y las aclamaciones de los Hijos de Dios?”. Libro de Job 38: 4-7
¿Sabes quién fijó sus medidas, o quién la midió a cordel?
¿Dónde se asientan sus bases?
¿Quién puso su piedra angular entre el vocerío de los luceros del alba y las aclamaciones de los Hijos de Dios?”. Libro de Job 38: 4-7
Años 50. El filme narra la historia de la familia O´Brien, centrándose en Jack (Hunter McCracken/Sean Penn), el mayor de los tres hijos, quien se muestra desconcertado ante las distintas formas que tienen de ver el mundo su padre (Brad Pitt) y su madre (Jessica Chastain).
Terrence Malick ha escrito con su última obra, The Tree of Life, una de las páginas más gloriosas e inspiradas del cine contemporáneo. Habría que remontarse a películas como Sombras de antepasados olvidados (Tini zabutykh predkiv, 1964), de Sergei Paradjanov, o El espejo (Zerkalo, 1975), de Andrei Tarkovsky, para encontrar tales niveles de sublimación derivados de la unión entre poesía e imágenes.
Como todos los cineastas verdaderamente grandes (Malick lo es), el autor de El nuevo mundo ha alcanzado la cumbre de su arte a través de la depuración extrema de cada una de sus constantes narrativas, estilísticas y temáticas. El resultado es este apoteósico, trascendental y subyugante triunfo cinematográfico. Un filme en el que, desde una posición creacionista y abiertamente religiosa, Malick reflexiona acerca de los orígenes del universo, la evolución y el sentido de la propia vida o el más allá.
Para los que todo lo ven y juzgan desde la perspectiva de la narrativa convencional clásica, Malick descuida este aspecto en su último trabajo. Parece ser que no han visto, o comprendido, sus anteriores películas, ya que aún no se han percatado de que el director tejano siempre utiliza la narración elíptica. ¿Se imaginan a un crítico de arte despotricando contra el Guernica de Picasso por no atenerse a los principios espaciales de la perspectiva lineal renacentista? Pues más o menos es la misma estupidez (con perdón).
Pérdida, dolor y culpa.
La cinta se inicia con lo que debemos considerar una especie de prólogo introductorio a la historia. En él se nos presenta a la familia O´Brien mediante la alternancia de tres tiempos diferentes: pasado, pasado menos lejano y presente. El director transita de uno a otro sin previo aviso, lo que en un principio puede confundir al espectador. En realidad, los tres tiempos se funden en la memoria del protagonista: un ser atormentado y acuciado por sentimientos como la pérdida, el dolor y la culpa. La causa de tales sentimientos es la muerte de su hermano durante la adolescencia. Como veremos más adelante, toda la película estará encaminada hacia la comprensión y aceptación de esa muerte mediante un proceso de autoconocimiento espiritual.
Dios crea el universo.
Tras el prólogo asistimos a una sucesión de bellísimas e hipnóticas imágenes (las cuales embargaron de emoción y conmovieron a quien escribe estas líneas) sobre la creación del universo, la aparición y desarrollo de nuestro planeta, los orígenes de la vida en el fondo marino y los primeros pobladores de la tierra. Su inclusión no es gratuita ni arbitraria, como algunos han afirmado, sino esencial para comprender un relato que pretende recorrer toda la existencia, desde el principio hasta el final; desde Dios hasta Dios.
Retrato de la infancia, pérdida de la inocencia y búsqueda de Dios.
Volvemos de nuevo al seno de la familia O´Brien con el nacimiento de su primer hijo Jack. Ya al principio del filme, la voz en off de la madre había anunciado: “Hay dos caminos que puedes seguir en la vida: el de la naturaleza y el de la gracia. Debes decidir cuál de ellos vas a elegir”. A esta dicotomía debe enfrentarse el pequeño Jack desde que da sus primeros pasos en el jardín de la casa familiar. Su padre ejemplifica el primero de los caminos: el severo y práctico, el rígido y autoritario; mientras que su madre encarna al segundo: el amoroso y tierno, el dulce y protector. En esta parte de la película, la central y de mayor duración, Malick da muestras de su extraordinaria sensibilidad poética a la hora de filmar, consiguiendo el que quizá sea el más sabio y hermoso retrato que sobre la infancia nos ha ofrecido el cine. Junto a Jack y sus dos hermanos aprendemos a caminar, a articular las primeras palabras, a percibir el mundo con sus cosas buenas y malas, a amar, a odiar y, sobre todo, a emprender la búsqueda de la verdad (de Dios en realidad, de ahí esos planos panorámicos hacia arriba y los constantes contrapicados que pretenden encontrar respuestas en lo alto). Una verdad que el director ubica en el segundo de los caminos, en el que quizá sea el menos útil en esta vida, pero que no por ello deja de ser el más importante.
Visión del paraíso y aceptación de la voluntad divina.
Pero no sólo basta con encontrar a Dios, sino que también hay que aceptar su voluntad. A través de los recuerdos y la introspección, de la reflexión y la memoria, Jack la acepta, alcanzando así la paz interior. Malick plasma su estado con una minimalista visión del paraíso cristiano. El camino no ha finalizado, el camino no ha hecho sino comenzar…