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La emperatriz Yang Kwei-fei (Yôkihi, 1955) de Kenji Mizoguchi.


La película narra la historia de amor que surge entre el emperador chino (Masayuki Mori) y una plebeya (Machiko Kyô) que le recuerda a su fallecida esposa.


El emperador está triste, no consigue superar la muerte de su amada. Se pasea a solas por las amplias estancias de palacio sin que halle consuelo alguno. Cabizbajo, recibe a sus ministros, que le informan de los asuntos políticos, por los que no muestra el más mínimo interés. Le harta tanta responsabilidad, sólo desea dedicar sus pensamientos a la memoria de su compañera, cuyo retrato pintado contempla a menudo. Se evade componiendo música, pero qué notas tan melancólicas alumbra su intelecto, que parece vivir anclado al recuerdo de quien ya se ha ido. Tal vez con otra mujer, piensan sus sirvientes, su majestad recupere las ganas de vivir. Y aunque en principio rechaza a todas, acaba por fijarse en una idéntica a la que amó. Su linaje es humilde, es la menor de unas hermanas que la obligan a realizar todos los quehaceres del hogar. Pero su cálida compañía, sus sinceros consejos y la amabilidad con que lo trata, terminan por hacerle recuperar la ilusión. Pero cuán breve es la felicidad, que parece no estar hecha para el hombre, que pasa parte de su vida deseándola o remembrándola sin que apenas la disfrute. La envidia y el engaño invitan de nuevo a la muerte, que vuelve a llevarse lo más preciado, condenando por siempre la vida de quien dos veces amó, muriendo sin morir por ello.


Así es Yôkihi, un hermoso cuento sublimado por la elegancia formal de su autor, cuya cámara se desplaza entre cortinas de seda transparentes que enmarcan suntuosos decorados envueltos en un rico cromatismo que remite a la pintura china.

Que se rodara íntegramente en decorados, refuerza el carácter teatral de una película que goza del sereno estatismo que sólo puede alcanzar la mano de un maestro.


Excelentes y sentidas interpretaciones de los dos protagonistas de un relato que contiene uno de los finales más bellos de toda la obra de un cineasta único. Capaz de filmar el emotivo encuentro entre dos espíritus invisibles a los que el encuadre sigue en dirección a la felicidad eterna. 

2 comentarios:

  1. Cuando la vi por primera vez pensé que estaba ante una obra maestra. He tenido ocasión de visionarla recientemente y sigue siendo maravillosa, solo que tal vez destila cierta inocencia y dulzor excesivo, pero hay una atmósfera especial y única, una especie de bruma de un cineasta único. Bellísima en sus limitaciones.

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  2. ¿Por qué sólo 3 y media, Ricardo? Comprendo sus limitaciones, pero me gustaría escuchar tu opinión :)

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