Por Ricardo Pérez Quiñones
Artículo publicado en el número 183 de Junio de 2010 de la revista Versión Original. Pags. 36-41. Para ver el original consulte la misma en http://fundacionrebross.org/.
Martin Scorsese es uno de los cineastas norteamericanos más influyentes de las últimas décadas (que se lo pregunten a Tarantino o a Paul Thomas Anderson entre otros). Obras como Taxi Driver (ídem, 1976), Toro salvaje (Raging Bull, 1980) o Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) son ya clásicos indiscutibles del cine moderno/contemporáneo. Sin embargo, y a pesar de sus logros artísticos, su figura aparece cada día más cuestionada por un determinado sector de la crítica, que lo considera acabado o en bajo estado de forma. Si bien es cierto que sus últimos trabajos distaban mucho de ser satisfactorios y alimentaban la voz de sus detractores, resulta poco menos que atrevido ningunear a un director de la talla del neoyorquino, al que se le ha colgado la etiqueta del “ya no es lo que era” que me temo le acompañará durante el resto de su filmografía.
Es en este contexto de escepticismo generalizado sobre lo que Scorsese puede ofrecer todavía cuando nos llega Shutter Island (ídem, 2010), soberbia y ambigua reflexión acerca de la fragilidad de la mente y lo fácil que resulta la manipulación de la misma, una sombría exposición de secretos no siempre revelados, que atañen tanto a la psiquis del protagonista como a lo que se hace tras los muros de una institución psiquiátrica.
La acción se sitúa en 1954; los agentes judiciales Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo) se dirigen a Shutter Island, donde se ubica el hospital psiquiátrico Ashecliffe, centro penitenciario para criminales perturbados, con el objetivo de investigar la desaparición de una peligrosa asesina.
Scorsese retoma el camino del thriller psicológico que había iniciado con El cabo del miedo (Cape Fear, 1991) ofreciendo aquí una obra de mayor empaque y complejidad que la citada, dando rienda suelta a toda su sapiencia cinéfila con un número casi incontable de homenajes y referencias a otras cintas.
Todos estos guiños hacia otras películas, a los que nos referiremos después, no impiden vislumbrar unas raíces literarias claramente góticas que ya se encontraban en el texto original de Dennis Lehane, y que Scorsese ha sabido plasmar magistralmente en la pantalla. En este sentido se ha señalado la influencia de Poe, pero Shutter Island es, ante todo, deudora de las atmósferas de Ann Radcliffe y de los giros en la trama de Henry James. Precisamente las teorías y experimentaciones literarias de este último acerca del punto de vista, en las que la interpretación del texto depende del lector que lo lea, resultan esenciales para comprender en toda su dimensión la película, cuya ambigüedad parecen haber pasado por alto muchos críticos y aficionados, que en actitud pasiva se han contentado con la supuesta explicación final, obviando otras lecturas igualmente válidas, y por tanto, simplificando aquello que Scorsese pretendía conseguir.
A continuación haremos alusión a algunos de los filmes que probablemente hayan inspirado a Scorsese durante la filmación de la presente obra, que es, dentro de su trayectoria, la que mejor refleja su amor al cine.
En primer lugar citaremos dos producciones del mismo año, como son La isla de las almas perdidas (Island of Lost Souls, 1932) de Erle C. Kenton y El malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932) de Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel. Ambas joyas contextualizan su desarrollo en una remota isla donde se llevan a cabo prácticas “poco civilizadas”, algo que coincide con Shutter Island si entendemos que en el psiquiátrico Ashecliffe se experimenta con los pacientes. Pero las coincidencias van más allá de la mera similitud en el contexto geográfico, ya que el plano inicial de la cinta de Scorsese, en el que un barco emerge de entre la niebla, es idéntico al que inicia la película de Erle C. Kenton. Además, el “mad doctor” que en ésta interpretaba Charles Laughton encuentra aquí a su alter ego en el personaje de Ben Kingsley, y si en La isla de las almas perdidas las vivisecciones de animales se llevaban a cabo en la llamada “casa del dolor”, en Shutter Island las operaciones cerebrales se realizan en el faro de la isla. Por otro lado, los acantilados escarpados son muy parecidos a los que rodeaban a la isla de El malvado Zaroff, por no hablar de la existencia en Shutter Island de edificios de otra época, como es el caso de la mansión en donde viven los doctores y el pabellón C destinado a los pacientes más peligrosos, construcciones que datan de la Guerra de Secesión, y que nos traen a la mente la fortaleza construida por los portugueses siglos atrás que servía de residencia al Conde Zaroff.
Resulta evidente que Scorsese también conoce y homenajea a ciertas películas que la RKO alumbró durante los años cuarenta. Se ha comentado al respecto la influencia de Retorno al pasado (Out of the past, 1947) de Jacques Tourneur, pero la misma resulta meramente anecdótica en comparación con los filmes que Val Lewton produjo y Mark Robson dirigió dentro de la mítica productora, como La isla de la muerte (Isle of the Dead, 1945), donde un grupo de individuos quedaba aislado en una pequeña isla griega y la locura se apoderaba del personaje al que daba vida Boris Karloff, o Bedlam, Hospital psiquiátrico (Bedlam, 1946), película en la que el propio Karloff dirigía de forma siniestra el famoso manicomio de St. Mary´s of Bethlehem en el siglo XVIII londinense.
Shutter Island también es deudora de la ambigüedad de las mejores películas de Roman Polanski como La semilla del diablo (Rosemary´s baby, 1968) o El quimérico inquilino (The Tenant, 1976), de algunas secuencias de El resplandor (The shining, 1980) de Stanley Kubrick e incluso de la obra kafkiana El proceso (The Trial, 1962) de Orson Welles.
No obstante, la máxima influencia la encontramos en Hitchcock y en dos de sus películas, como son Recuerda (Spellbound, 1945) y, sobre todo, Vértigo (De entre los muertos) (Vertigo, 1958). En la primera de ellas ya encontrábamos a un individuo que se creaba una falsa identidad de forma inconsciente debido a su complejo de culpa consecuencia de un trauma infantil. Con Vértigo, por su parte, Shutter Island comparte a un protagonista al que un acto de servicio (policial en un caso, militar en el otro) ha traumatizado y que se obsesiona de forma enfermiza con una rubia de belleza gélida que lo conduce a la destrucción; amén de guiños puramente visuales, como la subida de una escalera de caracol o un beso/abrazo entre amantes filmado con un giro de 360º de la cámara.
En cualquier caso, las influencias de Scorsese en esta película no se limitan al cine norteamericano, o sino véanse algunos puntos de conexión con El gabinete del doctor Caligari (Das Kabinett des Dr. Caligari, 1920) de Robert Wiene y con La hora del lobo (Vargtimmen, 1967) de Ingmar Bergman ¿O es que alguien cree que la presencia en el reparto de Max von Sydow es casual?
A pesar de lo comentado, Shutter Island se integra a la perfección en el universo fílmico del director neoyorquino, ese universo en el que gravitan personajes enajenados que ocupan, voluntariamente o no, una posición marginal respecto a la sociedad.
Sería injusto terminar el comentario sin hacer alusión al poder y la fuerza que emanan de algunas imágenes del filme, como aquella secuencia onírica en la que el recuerdo de la guapa Michelle Williams se esfuma, convertido en cenizas, de entre los brazos de un dolido Dicaprio mientras suena la triste y conmovedora On The Nature Of Daylight de Max Richter.
En definitiva; bienvenidos a Shutter Island, bienvenidos a los secretos de la mente, bienvenidos a los secretos del cine.