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Como en un espejo (Säsom i en spegel, 1961) de Ingmar Bergman.


Una familia vive unos días de asueto en una apartada isla. El padre (Gunnar Björnstrand) es un escritor que se ha distanciado de sus dos hijos tras la muerte de su esposa. La hija mayor (Harriet Andersson) está casada con un médico (Max von Sydow) y sufre una enfermedad mental incurable, mientras que su hermano (Lars Passqard) es un adolescente que lamenta su escasa comunicación con su progenitor.


Bergman nos enfrenta al abismo del vacío existencial con este excepcional y desasosegante drama en el que trata de profundizar en la necesidad del individuo de tener certezas espirituales para no caer al pozo de un mundo grotesco y sin sentido. 

Como en un espejo es una obra clave dentro de la filmografía bergmaniana, ya que supone un cambio en la concepción de la puesta en escena de su autor, más sobria y desnuda desde entonces, y una acentuación de sus planteamientos escépticos. Fue, además, la primera película que Bergman rodó en la isla sueca de Farö, y la primera en la que renuncia a una banda sonora convencional en favor de la utilización de composiciones clásicas (la Sarabande de la suite en Re menor para cello de Bach en este caso) para enfatizar el drama. Se depura de este modo un lenguaje único y singular que eleva a su autor a los altares de la historia cinematográfica al dotarse de una escritura propia e irrepetible.


El filme es el primero de la que muchos autores han venido a denominar como la trilogía del “escepticismo” o del “silencio de Dios”, que continuaría con El silencio (Tystnaden, 1963) y Los comulgantes (Nattvardsgästerna, 1963). Bergman se oponía a tal consideración, aunque es evidente que las tres películas indagan en la angustia y el malestar vital que se derivan de la desazón existencial.

La película se atiene a las tres unidades dramáticas clásicas de tiempo, lugar y acción, lo que refuerza el carácter compacto de una obra que gravita en torno al estado mental de su protagonista (extraordinaria y escalofriante interpretación de Harriet Andersson), estado que se verá agravado durante una de esas noches blancas (magistralmente captada por la fotografía de Sven Nykvist) que caracterizan a una parte del verano del norte de Europa, en las que la oscuridad nunca es completa y que tradicionalmente se han vinculado a alteraciones nerviosas y febriles de algunos individuos.


La incapacidad de comunicación entre personajes, reforzada por el aislado contexto de Farö, a excepción de la incestuosa y afectiva relación que se establece entre los hermanos, es esencial para comprender las carencias afectivas y existenciales de unos caracteres evasivos y egoístas (el padre), enajenados (la hija), dependientes (el marido) y confundidos (el hijo). 

En ese contexto de vacío e incertidumbre resulta necesaria una infalibilidad que no se muestra, y que cuando lo hace es sólo el producto monstruoso de una mente atormentada temerosa de la nada.

            La cinta ganó el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa.

2 comentarios:

  1. ¡Buena reseña, Ricardo! Vi la película ayer por la noche, antes de leer la reseña, y volveré a verla hoy, con la reseña en la cabeza, pero me parece que lo que dices en ella es certero y capta bien el 'mensaje', o la ausencia de 'mensaje' (por lo menos certero, único), que es una de las cosas que más me gustan de Bergman. La película, si bien, como tu, creo que no merece las cinco estrellas (que sí merecen las otras dos películas de la trilogía del escepticismo) --no sé muy bien qué pinta la representación de la obra de teatro escrita por el hijo, a no ser que sea remarcar la inutilidad del arte, o la necesidad del hijo de 'matar al padre', que también escribe--, pero Andresson me hizo estremecer, y gracias a ella comprendí un poco más qué siente una amiga mía esquizofrénica cuando oye voces (no se dice que el trastorno de la protagonista sea la esquizofrenia, pero no hace falta, y si no es éste lo mismo da).

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    1. Hola, Josep:
      El Bergman de los sesenta es estremecedor por naturaleza. Es cierto que esta película no resulta tan redonda como "Los comulgantes" o "El silencio", pero sigue siendo magistral.

      Un saludo.

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