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Soundtracks: Ben-Hur (1959) de Miklós Rózsa.

Por Antonio Miranda.


      Nos encontramos ante una de las obras maestras  de la historia de la música de cine. Su complejidad, composición sobresaliente, equilibrio máximo durante toda la obra y una serenidad como nunca se han dado nos otorgan el placer de contemplar una auténtica obra de arte. El inicio ya es arrollador, mas la enérgica postura que pudiera intuirse en su aparición se transforma en la sutileza de unos temas hermosísimos y la primera escena realmente intensa en contenido: Judá Ben-Hur aparece por vez primera, regresando junto a su amigo Mesala, tribuno militar. La narración que Rózsa ejecuta durante toda esta escena, desde el lanzamiento de las lanzas (dos instantes idénticos inmediatos en el tiempo musicados de forma espectacular) hasta el anuncio de su relación futura, con cambios de registros ligados entre sí de manera única. Escena temprana pero, sin lugar a dudas, el ejemplo claro de cómo la partitura del compositor va mucho, mucho más allá de la inigualable belleza de sus fragmentos. Ésta, en término lírico, brota repentina tras la estructura inicial comentada, apareciendo la joven Esther en la vida de Ben-Hur. Cómo el artista presenta este tema y la variación que hace en la secuencia inmediatamente posterior al anuncio de su próxima boda son motivos únicos y referentes en el romanticismo del cine. La simbiosis que Rózsa consigue, junto a la fotografía e iluminaciones de las escenas, y la proyección que nos refleja del pensamiento de Judá al ver a la joven, es un global concepto que nunca podría ser objeto de duda en cualquier estudio. Los detalles que aparecen, las narraciones que presenciamos y los apoyos a los fragmentos del filme van adquiriendo una presencia y ‘’voracidad’’ artística solamente logradas por un genio.


        Fundamental en la partitura de ‘’Ben-Hur’’ es el contraste: la disparidad de circunstancias y coyunturas que ‘’navegan’’ sin descanso por el mar eterno y gigante que resulta la aventura. Adaptada la música de forma inteligente a todo lo que va ocurriendo, Rózsa toca y ocupa la perfección de un dinamismo en todo momento controlado y que nos hace disfrutar, ahora, de la brillantez y luminosidad filosófica del tema de la primera aparición de Cristo, ayudando al ya condenado Judá, y, de inmediato, de la opacidad tétrica del tema de las galeras. Este contraste continuo es mantenido bajo una estructura de equilibrio, nivel y practicidad que nunca enferma. Nada fácil de conseguir. Se cumple el primer tercio de metraje. El segundo se inicia con una sucesión de secuencias igualmente fascinantes; Rózsa mantiene la tensión al ritmo medio de los remeros de las galeras. Se aproxima la lucha, mas el compositor continúa el tempo marcado mientras la batalla se produce entre las naves. Sólo cuando los luchadores abordan a los enemigos, la partitura gira bruscamente y se inicia la acción narrativa, explosión inteligente tras la inquietud que la música inyectaba con su lenta y pesada presencia. Los detalles crecen y nunca dejan de sorprender.

     La parte central de ‘’Ben-Hur’’ sirve para interesantes modificaciones de temas ya empleados y la evidencia de la trascendencia de la partitura en una película que nunca debe entenderse desde el recurrente lado de la aventura: el tema de amor de la obra, que ya sonó en presencia de los enamorados, vuelve a escucharse durante el diálogo de despedida de Judá y su ‘’paternal’’ cónsul romano, señal del matiz evocador, sentimental y romántico del momento y de la pieza musical; igualmente, cuando Judá Ben-Hur disfruta de su libertad y se encuentra con Baltasar de Alejandría, el motivo referente a Cristo brota como acariciando una sensación delicada de divinidad vital asombrosa, al tiempo que intercala sutiles referencias a otros instantes ya del pasado y poco más adelante, cuando vuelve a su casa y recuerda junto a Esther su amor, el tema asociado con él da paso a un ejemplar ejercicio de apoyo narrativo inigualable, paradigma de la función más exquisita, aunque en segundo plano (por detrás de los maravillosos temas principales), de la partitura completa para ‘’Ben-Hur’’: la descripción de situaciones llega a tan alto nivel que el compositor la transmuta en una auténtica narración de esos momentos, algo al alcance de muy pocos músicos en la historia del cine.


        La secuencia que inicia el último tercio de historia, aquélla en la que Esther se encuentra con la madre y la hermana leprosas de Judá, supone uno de los hitos en la historia del cine. Musicalmente hablando, y comenzada instantes antes cuando son visitadas por los romanos en las mazmorras, no existe pega alguna a la maestría de Rózsa durante estos siete minutos majestuosos en los que, enlazado todo en una sola pieza, el compositor se adueña drásticamente del guión y maneja a su antojo unas expresiones, sentimientos y situaciones que cambian cada momento y que, igualmente, ata mediante la aparición de varios temas principales ya escuchados. Asombroso y de un estudio obligado, minucioso y admirado hacia un músico irrepetible. Momentos gloriosos en la música de cine que sirven de antesala a una parte final que de inmediato se agarra a los magníficos temas de las fanfarrias que abrigan la famosa secuencia de las cuadrigas.

          El desenlace mantiene la línea anterior. La expresividad forma el núcleo más fuerte de unos minutos en los que Rózsa culminará firmemente su obra, subiendo el nivel ya alcanzado, si cabe, en la secuencia en la que Judá busca a su hermana en el valle de los leprosos y la marcha de Cristo llevando la cruz. En la primera, una dualidad magistral con las cuerdas agudas reflejando la ilusión del hermano y los graves la oscuridad del mundo en el que vive la hermana; en la segunda, un tempo similar al de las galeras, ralentizando la escucha hasta semejar espadas mismas que atravesaran nuestro corazón, dan el paso final a los coros gloriosos por la muerte de Jesucristo cuya música, durante toda la obra, es el ejemplo mejor conseguido de cómo una partitura nos da a conocer, describir y narrar un hecho o figura latente en el cine, como ha sido la del Maestro durante las más de tres horas de metraje en las que su rostro jamás se vio, dibujándose a cada momento por esos tersos violines del artista.

        En definitiva, obra maestra de la música para el séptimo arte, ejemplo de componer lo latente de una película y de cómo expresar al máximo nivel todo tipo de sentimiento y variaciones de éste. Imprescindible.


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