Páginas

Soundtracks: Solaris (1972) de Eduard Artémiev.

Por Antonio Miranda.


La composición de Artémiev para ‘’Solaris’’ no resulta nada recomendable para escuchas sencillas, tranquilas y reposadas o carentes de inteligencia curiosa que no busque sino conocimientos escondidos o respuestas a estructuras aparentemente huecas. Aquí encontramos, sin duda, la clave a la música que el autor va a aplicar, con sumo riesgo, al filme de Andrei Tarkovsky: la inquietud del conocimiento humano es lo que lleva al conjunto de personajes a plantearse dudas y luchas internas referidas a los problemas que genera la estación espacial y el planeta Solaris. La partitura, sorprendentemente, resultará para nosotros (los oyentes o espectadores) lo que Solaris para los humanos que lo estudian. Éstos, buscando respuestas y aquéllos: unos significados que den coherencia a lo que en pantalla vemos y oímos. La congruencia existe, absolutamente, y viaja mucho más allá: inicio, versionado por el propio compositor, sobre el ‘’Preludio coral en Fa Menor’’ de Johann Sebastian Bach (que introduce la historia a nivel místico) y  conexión entre mundo físico e intelectual (o filosófico) bien personalizada en la figura de Berton y la magnífica secuencia de su viaje en coche por la ciudad en la que escuchamos, combinados, sonidos empíricos propios de lo que vemos con otros electrónicos aludiendo al pensamiento herido del propio Berton.


Artémiev empleó para su composición el mítico y pionero sintetizador ANS, creación del inventor ruso Evgeny Murzin, en una época en la que la música de cine acogería con gran asombro y recelo obras tan extravagantes, arriesgadas e innovadoras como las del artista, precursor en aquellos años de la música electrónica en la Unión Soviética. Así lo percibimos con claridad, transcurrida una hora de metraje, cuando el investigador Kris Kelvin llega a la estación espacial. Si el autor nos dejaba claro, en el primer tercio de historia, el carácter nada melódico y sí electrónico como reflejo del mundo desconocido de la mente humana, ahora iniciará una orientación igualmente mecanizada que, con notas mantenidas y sonidos que bien pudieran confundirse con efectos sonoros, describe a la perfección la sensación claustrofóbica que padecen los protagonistas de la estación, tanto por su estancia entre estructuras metálicas irrespirables como generadas  por sus dudas y miedos. De nuevo, Artémiev funde con su música ambos mundos.

Existe un detalle importante en relación a las notas musicales y la imagen en ‘’Solaris’’. Siendo una película cuyo emplazamiento principal es el espacio exterior, no obstante sus escenas se desarrollan en lugares interiores, de ahí el carácter sombrío, atonal y agobiante de su partitura que, sin lugar a dudas, habría caído en un profundo error de tomar un cariz más melódico y suave, como bien correspondería a su adhesión con paisajes lineales y eternos del cosmos (y como bien fue, por otro lado y adecuándose a este sentido exterior que comentamos, la música empleada en ‘’2001: Una odisea en el espacio’’). Al cubrirse la mitad de la obra, una escena reveladora nos comprime la atención, prácticamente ejecutada por la música que escuchamos. Se trata de la presentación de Kris Kelvin (en escorzo) echado en su cama, cual violento aunque hierático Cristo de Mantegna (incluso con el detalle de su mano posicionándose como preparada para ser clavada en la cruz), demonizada su mente mediante un tema helador y minimalista de Artémiev que nos inyecta el pensamiento hasta herirlo y en la que aparece su amada Hari (en otra circunstancia en la nave de nuevo extraña) y que perturba progresivamente su existencia en la estación espacial. El compositor pareciera tomar la forma de una aguja infectada que va clavándose así en la mente del protagonista como en la nuestra, arrolladora y sutil.


Pocos minutos después, y tras la explicación a Kelvin del poder que el Océano de Solaris ejerce sobre los recuerdos y sueños de los habitantes de la estación (cual Dios sobre sus creyentes), vamos dando forma a una inteligentísima y perspicaz idea de estructura que director y compositor han creado para la obra: la relación absoluta del Hombre con Dios. Y aquí, sin objeción alguna, la música juega un papel crucial. Tomamos dos partes bien diferenciadas: la obra de Bach mencionada (que adjudica al Océano de Solaris la figura de Dios como ente firme, fijo y estable) y la música opresiva de Artémiev (que ya suena siempre con sus notas mantenidas y ahogantes cuando Kris Kelvin sueña y aparece Hari, dando a dicha música la proyección de la figura de Dios hacia sus ‘’Hijos’’ como si de la religión se tratase, concepto humano que seguramente, como bien sucede con Kris, le lleva a una ruina existencial). ¿Nos encontramos, entonces, con la formación mediante la música del cuerpo de un Dios que proyecta su intención hacia sus criaturas? ¿Es el ser humano inteligente quien intenta luchar contra la religión o cualquier idea intelectual fija e inamovible que él mismo ha generado, tal como pelea Kris Kelvin en Solaris? Atendamos a la excelente filosofía, para interpretar lo comentado y más, de la secuencia de los tres científicos y Hari en la biblioteca.

El argumento y su ideología avanzan firmes y presenciamos, pasadas las dos horas de metraje y acercándose el final, una escena de interpretación exquisita, emoción máxima y ejemplo primero de la función, intención y forma de la partitura de Artémiev en ‘’Solaris’’: el compositor no necesita más que mantener un par de líneas durante toda la secuencia y crear la angustia precisa sin estorbar el dramático cuadro de los actores durante la resurrección de Hari. La música, en ‘’Solaris’’, es un segundo plano con una fuerza exquisita sobre lo que ocurre y, siendo así, tiene la capacidad de pegarse y dar forma a ese concepto de Idea, Dios o Religión (o angustia por vivir).

Eduard Artémiev.

El final ratifica la tesis planteada y rubrica la existencia oprimida de Kelvin mediante las dos vertientes de la partitura ya planteadas: se escucha el órgano del tema principal del filme como reflejo del poder y divinidad del Océano (donde terminará su vida) y durante la secuencia última, en que aparece el protagonista y su padre en la isla formada en Solaris, suenan las notas asfixiantes de Artémiev como simbología de la influencia de esa Idea divina sobre la raza humana. Concluyendo, una obra de carácter místico, experimental y arriesgada en la que el compositor opta por una postura de símbolos descriptivos de principio a fin. La valía de la composición, como trabajo puro en sí, pierde fuerza con la presencia de la obra de J.S Bach como tema principal, aunque el filme como tal no padezca esta influencia, por supuesto. Sin duda, un artista de la talla de Eduard Artémiev habría sido capaz de componer un motivo relevante y potente que hubiera hecho idéntica función que la del clásico del genio alemán, creciendo así, indudablemente, en presencia y cuerpo propio. El gusto del gran director ruso por la música clásica lo impidió. No obstante, importantísima creación para la eterna filosofía cinematográfica de ‘’Solaris’’.


3 comentarios:

  1. Excelente estudio, Antonio. Su lectura bien invita a revisar esta obra.

    ResponderEliminar
  2. Pero esto debería estar en un libro. No estamos acostumbrados a tanto saber y tanta emoción en un blog. Artemiev es un genio. Solaris es difícil de ver con su morosidad tan tarkovskiana, pero rinde réditos de belleza extática cuando bajas de la estación de los sueños.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por vuestros amables comentarios!!!!! Solaris y Artémiev...excepcionales.

    ResponderEliminar