Por Antonio Miranda.
Una producción de la década de
los años veinte, muda y rebosante de sensaciones no podría haber pecado,
inicialmente, del empleo burdo de cualquier tipo de partitura, alma de este
tipo de películas. El filme en sí no portaba música alguna, fue Hans Erdmann el
compositor encargado de crear un trabajo que únicamente acompañaría a la
proyección en directo en el estreno de la película. Hoy día, por suerte,
podemos disfrutar de imagen y notas formando un todo. Quince primeros minutos
magníficos que cierran una introducción cuidada y global, con el empleo de los
graves para enfatizar el matiz siniestro de la historia y el contraste con el
romanticismo del matrimonio Hutter. Unos minutos que, siendo claramente
melódicos, no podrían haber asentado su vertiente terrorífica sino en los
mencionados graves de una orquesta que, regrabada la composición por la
Filarmónica de Brandemburgo, nos muestran (con toda la fuerza y matices que el
compositor quiso) la futura figura de Nosferatu… Su aparición, de lleno
presencia inmersa en una pieza exquisita de Erdmann, es ligera, nada
ostentosa…inteligente y cauta. La partitura finaliza este acto primero de forma
soberbia mediante la aplicación de una de las piezas más destacables del filme,
una marcha fúnebre a tiempo de vals pausado que, apoyada en la percusión,
sinceramente forma el alma del monstruo, próximo a crecer en la historia.
La
partitura de Hans Erdmann para ‘’Nosferatu’’ (que bebe claramente de la
tradición romántica clásica en la música), no resulta nada fácil para cualquier
inquieto de las composiciones para cine. La temática que trata, adjunta al
terror y la monstruosidad, no es descrita claramente mediante unas notas de tal
dibujo. El compositor, hábil, une a su melódica e importante parte romántica
(la del amor de Hutter por su lejana esposa) una atmósfera no del todo
turbadora y que, de haberlo sido, habría provocado un choque (con aquélla)
demasiado ruidoso. Intentando (y consiguiendo) paliar y amortiguar este
contraste, el músico alemán decide dar un cariz medio a sus fragmentos más
oscuros (incluso detallando instantes importantes sin demasiado espanto, como
el descubrimiento de las señales de la primera mordedura del monstruo, por
parte de Hutter). ¿Nos encontramos, entonces, ante una producción no tan
aterradora como siempre pareció? En absoluto. Agudizando la escucha, el
detalle y atendiendo a las múltiples facetas de un todo global, descubrimos la
importantísima función de lo que ya hemos mencionado: los graves de la orquesta.
El horror del vampiro es resumido en esta faceta de la música: interna,
siniestra, técnica e idealista (en espera del crescendo final). Podemos
comprobar esta teoría, que ahora me atrevo a presentar, en la escena en la que,
tras la primera noche en la residencia del conde, Thomas Hutter pasea y recorre
los lugares durante el día. Erdmann ofrece una visible claridad musical pero,
de fondo y escuchándose durante toda la secuencia de forma obstinada, suenan
las cuerdas graves. La orquesta melódica identifica a Hutter y el día; la
oscuridad de los graves: la presencia de Nosferatu, aún dormitando en su tumba
(igual sucede tras la secuencia de las intuiciones del matrimonio, ejemplo de
cómo el artista une los dos ámbitos de su música, cuando Thomas, alarmado por
los acontecimientos, descubre la tumba del monstruo por vez primera; ahora, el
artista ya no golpea y mantiene constante una nota de graves durante toda la
escena). Él siempre va a estar ahí, claramente en forma de horrorosa idea más
que de presencia descrita, que sucederá más adelante. Una opción brillantísima
por parte del compositor. Final del segundo acto.
El
tercer acto manifiesta una ebullición del compositor hacia el carácter
narrativo absoluto. Con la presencia de Nosferatu (como nuevo capitán del
barco) únicamente a final del fragmento, Erdmann ofrece una versión más clara y
pura del estilo romántico y, más concretamente, del post-romanticismo, con una
mezcla de melodía y detalles atonales que, realmente, comparte toda la
partitura. El final de acto es pletórico, un colofón grandioso a esta pequeña
sinfonía romántica con la presencia de la bestia y sus caracteres más oscuros y
graves.
Los
detalles cuasi-carnavalescos de la música son un aspecto crucial a estudiar. El
uso de la percusión y el xilófono en multitud de secuencias nos lleva a
plantearnos la cuestión antes suscitada: ¿realmente terror? La noción actual
del cine de este género y su expresión musical está muy fijada, incluso
inamovible, en un sector de notas histriónicas y efectos sensacionalistas. La
unión fija entre atonalidad (importante característica del post-romanticismo) y
la única figura deforme, casi ‘’carnavalesca’’, en toda la película, como es la
de Nosferatu, hace que el resultado de esta original fusión mantenga un nivel de
descripción absoluto en la partitura y eleve a lo más alto la dualidad
terror-teatralidad. El resultado, en toda su amplitud y significado artístico:
una auténtica y artística danza macabra.
Cuarto y quinto
actos: desenlace de la historia. Suponen la presencia final y aterradora del
vampiro. Su figura crece, por fin, y lo hace la música girando inteligentemente
hacia una crudeza definitiva, con el empleo (ahora ya constante) de la sección
de graves de una manera hasta poco pudorosa y dejando el sector narrativo de
lado, con lo que el xilófono y detalles percusivos desaparecen. Erdmann
desarrollará hasta el final el cuerpo verdaderamente romántico y funesto de su
obra, como usando pinceles que ofreciesen trazos bruscos y fuertes de un color
negruzco y opresor, atmósfera que Nosferatu adquiere y, él mismo, contagia.
Estos dos últimos actos descubren una estructura poderosa y llamativa, que
encumbrará a la composición hasta niveles altísimos. Tres partes, sin descanso
una tras otra, coincidentes con la historia. Primera: el artista abandona todo
matiz teatral y se centra en un dramatismo de absoluto horror, golpeando la
historia global con una claridad envidiable; segunda: el terror impregnado en
pantalla, a la muerte del monstruo, gira hacia un sentido romanticismo
idealista, unas notas que, si bien todos aguardamos su intenso tenebrismo en
tal instante, Erdmann (y, sin duda, el grandísimo director del metraje, F.W.
Murnau) planta sin temores con melodías incluso tristes, ¡mutiladas, junto a
Nosferatu, por la muerte eterna! Es el instante más importante de toda la obra,
no sólo musicalmente hablando. El Romanticismo, con mayúscula y como concepto
de lo filosófico, de lo terrible, del sufrimiento, de la soledad…, ha sido el
fin último de la historia (y así lo muestra el compositor). Tercera: la
secuencia final, con el matrimonio Hutter uniéndose y la pérdida de ella,
supone un golpe más a favor del Romanticismo comentado de la figura única del
vampiro, ya que las notas bajan en intensidad y no prestan mayor ayuda a una
secuencia que, siguiendo la lógica común, tendría que haberse adornado de la
mayor fuerza dramática posible. No es así. La lógica, en definitiva, no
funciona con las obras maestras en el Arte.
hola, no tenes la partitura? o un enlace para descargarla, gracias
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