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La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960) de Roger Corman.

“¿No lo oyes? Sí, yo lo oigo y lo he oído. Mucho, mucho, mucho tiempo… muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he oído, pero no me atrevía… ¡Ah, compadéceme, mísero de mí, desventurado! ¡No me atrevía… no me atrevía a hablar! ¡La encerramos viva en la tumba!”
(La caída de la casa Usher, Edgar Allan Poe)

Siglo XIX. El apuesto Philip Winthrop (Mark Damon) llega a la mansión Usher, ubicada en una región de vegetación desolada, en busca de su prometida Madeleine (Myrna Fahey), a la que conoció tiempo atrás en la ciudad de Boston. Sin embargo, allí se topa con la oposición de Roderick Usher (Vincent Price), el hermano mayor de Madeleine, quien alega que la joven padece una extraña enfermedad que le causará una temprana muerte.


House of Usher supuso la primera de las adaptaciones libres que Roger Corman hizo de los cuentos de Edgar Allan Poe; y, bajo mi punto de vista, es la que plasma de manera más convincente el espíritu de la obra del autor de Boston, constituyendo una notable muestra de cine gótico ensalzada por la genial interpretación de Vincent Price. El filme, con guión de Richard Matheson, responsable de novelas como Soy leyenda (I Am Legend, 1954,) o El hombre menguante (The Shrinking Man, 1956), contó con un presupuesto irrisorio de unos doscientos setenta mil dólares, y se rodó en apenas un par de semanas.


La cinta, filmada a color y en formato CinemaScope, anticipa algunas de las constantes que definirán al resto de la serie: locura, caracteres atormentados, atmósferas malsanas, escenografías neblinosas, secuencias oníricas de concepción psicodélica, extrañas afecciones nerviosas, lóbregas estancias, criptas, pasadizos secretos… todo lo que cabe entre la pluma de Edgar Allan Poe y la de H. P. Lovecraft. Sobresale, por encima de lo demás, la composición del personaje de Roderick Usher (impresionante Vincent Price): un tipo enfermizo, excéntrico, de espíritu lánguido, frágil a la par que siniestro, aficionado a la pintura y a tocar el laúd. Memorable resulta esa escena en la que muestra a su invitado la galería de retratos de sus antepasados, haciendo hincapié en las “bondades” de cada uno de ellos (asesinos, contrabandistas, drogadictos, prostitutas, etc). Junto a ella, destacan otras como la llegada de Philip a una casa que parece gozar de vida propia (en realidad se trata de un personaje más), la de la pesadilla o el escalofriante tramo final del metraje.


Una gozada, en definitiva, para los amantes de lo gótico en su vertiente más puramente literaria y cinematográfica.


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