Las diez mejores películas de la historia*.


Amanecer (Sunrise: A Song of Two Humans, 1927), de F.W. Murnau. Estados Unidos.



Luces de la ciudad (City Lights, 1931), de Charles Chaplin. Estados Unidos.



Iván el terrible e Iván el terrible, segunda parte: la conjura de los boyardos (Ivan Groznyy/Ivan Groznyy: Skaz vtoroy - Boyarskiy zagovor, 1944/1958). Unión Soviética.



Cuentos de Tokio (Tôkyô monogatari, 1953), de Yasujirô Ozu. Japón.



Gertrud (ídem, 1964), de Carl Th. Dreyer. Dinamarca.



Persona (ídem, 1966), de Ingmar Bergman. Suecia.



Stalker (ídem, 1979), de Andrei Tarkovsky. Unión Soviética.



Sacrificio (Offret, 1986), de Andrei Tarkovsky. Suecia.



La mirada de Ulises (To vlemma tou Odyssea, 1995), de Theo Angelopoulos. Grecia.



El caballo de Turín (A torinói ló, 2011), de Béla Tarr. Hungría.


*Las películas que integran la lista aparecen en orden cronológico.

El pasado (Le passé, 2013) de Asghar Farhadi.

“El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado”
(William Faulkner)

Tras cuatro años de separación, Ahmad (Ali Mosaffa) llega a París desde Teherán para firmar el acuerdo de divorcio con su mujer francesa, Marie (Bérénice Bejo), quien ahora pretende casarse con Samir (Tahar Rahim), su nueva pareja. Sin embargo, la hija mayor de ésta, Lucie (Pauline Burlet), se opone al matrimonio, e intenta encontrar en Ahmad un aliado para evitarlo.


Después de Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), cinta que le valió al director iraní Asghar Farhadi el Óscar a la Mejor película de habla no inglesa y el Oso de Oro en Berlín, entre otros galardones internacionales, uno esperaba que Le passé, su nuevo trabajo, fuese bastante más de lo que es: un telefilme de sobremesa impecablemente rodado e interpretado. Su nada relevante argumento, un drama familiar donde el pasado se muestra como un ente vivo, “resucitable”, que constriñe las aspiraciones futuras de los personajes, no da para mucho, a pesar de la eficiente labor en la dirección del autor de A propósito de Elly, que también firma el guión de la historia.


Si en su película anterior la separación del matrimonio protagonista servía a Farhadi para exponer las relaciones socio-patriarcales, así como la dualidad y las contradicciones que caracterizan al régimen teocrático iraní, el mismo acontecimiento es utilizado aquí para reflexionar acerca de las consecuencias de un trágico hecho pasado. Ese hecho es el causante de que Lucie, la hija adolescente de Marie, fruto de un matrimonio anterior al de Ahmad, desconfíe del nuevo pretendiente de su madre. El realizador suministra a cuentagotas toda la información relativa a dicho suceso, con el objetivo de generar de ese modo cierto suspense. Sin embargo, tal suspense resulta fallido bajo mi punto de vista, puesto que en realidad no existen verdaderos cimientos sobre los que se pueda sustentar. La trama se alarga innecesariamente, reiterando en los mismos motivos a la espera de que ocurra algo interesante, lo cual nunca llega. Tampoco se profundiza demasiado en las motivaciones de unos personajes contradictorios que parecen no saber lo que quieren. Desconocemos, por ejemplo, las razones que llevaron a Ahmad y Marie a separarse cuatro años atrás. Al menos Farhadi filma el relato de manera impecable, optando por una puesta en escena de elegante sobriedad formal y cuidada composición del encuadre.


En el plano actoral, las magníficas composiciones de Bérénice Bejo, ganadora del premio a la Mejor actriz en Cannes, y Ali Mosaffa, qué peluquín tan conseguido el suyo, contrastan con el deficiente trabajo de un Tahar Rahim desubicado a lo largo de toda la cinta.

Su final abierto, en lugar de resolver las incógnitas despertadas, no hace sino contribuir a la confusión, dejando a criterio del espectador lo que pudiera suceder a continuación.

Decepcionante.


Una familia de Tokio (Tôkyô kazoku, 2013) de Yôji Yamada.

“Es una gran pérdida para las sociedades que se olviden de sus ancianos”.
(Mary Lou Cook)

Shukichi y Tomiko Hirayama (Isao Hashizume y Kazuko Yoshiyuki) son un anciano matrimonio que viaja hasta Tokio para visitar a sus tres hijos, a los que no ven desde hace algún tiempo. Sin embargo, estos están tan ocupados en sus asuntos que parecen no tener tiempo para atenderlos.


El octogenario realizador nipón Yôji Yamada nos regala con Tôkyô kazoku una maravillosa puesta al día de la obra maestra de Yasujiro Ozu Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953), para mí uno de los diez títulos cinematográficos más importantes de todos los tiempos. Yamada muestra un enorme respeto hacia la película original, a la que emula tanto formal como argumentalmente, introduciendo sutiles matices que la actualizan (las referencias a la tragedia de Fukushima, por ejemplo) y ponen de manifiesto la vigencia de su mensaje. Como decía Gaudí: “la originalidad consiste en volver al origen”. El filme se alzó con la Espiga de Oro durante la pasada Seminci de Valladolid.


Los planos de transición para ubicar espacialmente la escena que sigue, el tren en marcha como metáfora del carácter pasajero de la existencia, la cámara a escasa altura del suelo, su estatismo (apenas un par de movimientos en casi dos horas y media de metraje), la geométrica composición de los planos, la filmación de estancias vacías… son muchos los elementos y recursos que remiten a la escritura de Ozu. En ese sentido, cabe recordar que Yamada fue discípulo suyo en los míticos estudios Sochiku, por lo que es conocedor de primera mano del modo de trabajar del maestro. En cuanto al argumento, la principal novedad tiene que ver con el personaje de Noriko (Yu Aoi), la nuera viuda de los ancianos en la cinta original, interpretada entonces por la virginal Setsuko Hara, que aquí se convierte en la novia de Shoji (Satoshi Tsumabuki), el hijo menor. Su relevancia no es ahora tan significativa, aunque siga resultando esencial, lo que favorece al propio Shoji, que tiene una presencia mucho mayor que su ascendiente en la gran pantalla. Hay escenas calcadas a las de la película de 1953, diálogos incluidos, pero también existen otras que son variantes de aquellas o simplemente no aparecían. Esa sensación de estar viendo algo que ya se ha visto, pero filtrado desde una nueva mirada, es permanente a lo largo de todo el filme, lo que no impide volver a empatizar, sonreír y emocionarse con los personajes de esta entrañable historia como si fuese la primera vez. Ahí radica el logro de Yamada, que consigue reproducir la maestría de un modo maestro.


Una vez terminado el metraje, uno tiene la impresión de que el ser humano cambia poco, por no decir nada. Las relaciones familiares entre padres, hijos y nietos, siguen siendo las mismas que las de hace sesenta años. Las alegrías, las preocupaciones, los miedos… todo es igual. Para algunos, los que se quedan en la superficie, Una familia de Tokio no será más que un simple remake; bien hecho, sí, pero remake al fin y al cabo. Otros, en cambio, la recordaremos como una de las películas más bellas, serenas y nostálgicas de este 2013 que toca a su fin.


Las quince mejores películas del cine italiano de todos los tiempos*.


Roma, ciudad abierta (Roma, città aperta, 1945), de Roberto Rossellini.



El limpiabotas (Sciuscià, 1946), de Vittorio De Sica.



Francisco, juglar de Dios (Francesco giullare di Dio, 1950), de Roberto Rossellini.



Umberto D. (ídem, 1952), de Vittorio De Sica.



La aventura (L'avventura, 1960), de Michelangelo Antonioni.



Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960), de Luchino Visconti.



Accattone (ídem, 1961), de Pier Paolo Pasolini.



El gatopardo (Il gattopardo, 1963), de Luchino Visconti.



Fellini, ocho y medio (Otto e mezzo, 1963), de Federico Fellini.



El evangelio según San Mateo (Il Vangelo secondo Matteo, 1964), de Pier Paolo Pasolini.



Hasta que llegó su hora (C'era una volta il west, 1968), de Sergio Leone.



Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), de Luchino Visconti.



Luis II de Baviera, el rey loco (Ludwig II, 1972), de Luchino Visconti.



Nostalgia (Nostalghia, 1983), de Andrei Tarkovsky.



La gran belleza (La grande bellezza, 2013), de Paolo Sorrentino.

* Las películas que integran la lista aparecen en orden cronológico.

La vida de Adèle (La vie d'Adèle, 2013) de Abdellatif Kechiche.

“El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir”.
(Marcel Proust)

Adèle (Adèle Exarchopoulos) es una adolescente que descubre su homosexualidad de la mano de Emma (Léa Seydoux), una chica algo mayor que ella, de la que se enamora y con la que inicia una relación.


Sorprende un poco que un filme como La vie d'Adèle (inspirado en la novela gráfica Le bleu est une couleur chaude, de Julie Maroh), bastante convencional a mi modo entender, salvo por las secuencias de sexo lésbico que lo sazonan, haya aglutinado tantos halagos desde que se estrenara durante el pasado Festival de Cannes, donde se alzó de manera casi unánime con la Palma de Oro. No digo que sea una mala película, que no lo es, sino que sus valores estrictamente cinematográficos se han sobredimensionado a consecuencia de un par de aspectos que no deben ser pasados por alto, y de los que hablaremos a continuación.



En primer lugar, hay que referirse a las polémicas escenas de sexo explícito entre las dos protagonistas de las que todo el mundo habla. Sabemos que el simple hecho de que una obra genere controversia siempre es positivo para su repercusión mediática; dar que hablar genera dinero. Resulta evidente que Kechiche, autor de trayectoria irrelevante hasta la fecha, ha buscado la explicitud con el objetivo de llamar la atención. No creo que para expresar la pasión amorosa que sienten dos personas sea necesario recurrir a ejercicios de contorsionismo sexual. El verdadero artista sugiere, no muestra. Shakespeare, por ejemplo, nunca habría dedicado un soneto al coño de su amada (perdonen mi expresión), por mucho que éste le gustase e inspirase. Esto me recuerda a una reflexión que hace el protagonista de Nostalghia, de Andrei Tarkovsky, cuando se encuentra con una niña en el interior de un edificio semiderruido e inundado, y le dice algo así como que “en las historias clásicas de amor nunca hay besos, por eso son clásicas”. No se trata, a estas alturas, de parecer puritano o rasgarse las vestiduras por unas cuantas secuencias de sexo, que todos somos ya mayorcitos, sino de distinguir entre lo esencial y lo accesorio, y, bajo mi punto de vista, en La vida de Adèle este tipo de escenas son siempre accesorias y gratuitas.

Un segundo elemento a valorar para entender el impacto del filme, tiene nombre y apellidos: Adèle Exarchopoulos. Su interpretación es simplemente impresionante, un torrente de emociones. Es su trabajo, a la vez tierno, entregado, dolido y carnal, lo que sostiene a la cinta durante su excesivo metraje (Kechiche estira el chicle hasta las tres horas de manera incomprensible). Sin la presencia de esta joven francesa de tan sólo diecinueve años, a lo que habría que sumar la polémica sexual y unas dosis de intelectualidad impostada (qué agradecido resulta aludir a los clásicos literarios, aunque sea en el aula de un instituto), ahora mismo no estaríamos hablando de la película ganadora de la Palma de Oro.


El primer tercio de la cinta, en el que se muestran las dudas que Adèle tiene en torno a su orientación sexual, es, de lejos, el más  logrado, dada su veracidad y franqueza expositiva. El director mantiene casi siempre la cámara cerca de los rostros de sus personajes, como si quisiera captar la emoción de cada gesto o mirada sin distraer al espectador con la filmación del entorno. Una vez que la protagonista comienza su relación con Emma, la obra pierde buena parte de su interés, convirtiéndose en un drama del montón sobre pareja con las típicas discusiones fruto de la desconfianza y la pesada convivencia. Ni siquiera la evolución temporal de la historia resulta convincente, no me la creo. No basta con colocarle unas gafas a Adèle y cortarle el pelo a Emma para mostrar cómo va pasando el tiempo. Recurso demasiado simplón, señor Kechiche, demasiado simplón.

En definitiva, una película interesante sin más. Uno se queda con la sensación de que el director nos ha querido meter gato por libre. Y lo malo, viendo las reacciones suscitadas, es que parece haberlo conseguido en la mayoría de los casos. Si en verdad desean degustar un gran filme sobre lesbianas, prueben con Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Die Bitteren tränen der Petra von Kant, 1972), de Rainer Werner Fassbinder.


Festival de Cine Europeo de Sevilla 2013: Palmarés final.



       Giraldillo de Oro a la mejor película de Sección Oficial: El desconocido del lago, de Alain Guiraudie.

         Giraldillo de Plata a la mejor película de Sección Oficial:Sacro Gra, de Gianfranco Rosi.

         Mejor actriz: Alexandra Finder (The Police Officer’s Wife).

        Mejor actor: Toni Servillo (La grande bellezza).

         Mejor director: Tsai Ming-Liang (Stray Dogs).

         Mejor Guión: Clio Barnard (The Selfish Giant).

         Premio a la mejor dirección de fotografía de las películas de Sección Oficial: Claire Mathon, por El desconocido del lago.

         Premio Deluxe-Las Nuevas OlasLa jungla interior, de Juan Barrero.

        Premio Las Nuevas Olas-No ficciónCosta da Morte, de Lois Patiño.

         Premio Mejor Cortometraje Panorama AndaluzNo tiene gracia, de Carlos Violadé.

         Premio a la mejor película de la sección ResistenciasEl triste olor de la carne, de Cristóbal Arteaga.

         Premio a la mejor película de la sección Europa Junior:Oggy y las cucarachas, de Olivier Jean-Marie.

        Gran Premio del Público a la Mejor Película de la Selección EFA 2013: Alabama Monroe, de Felix van Groeningen.

        IV Premio Europeo de Cine Universidad de Sevilla: proyecto Las novias, presentado por Elena López Riera.

         Eurimages a la Mejor coproducción europea: La grande bellezza, de Paolo Sorrentino.

        Premio MARVIN & WAYNE al cortometraje de la sección Panorama Andaluz: Tin & Tina (España), de Rubin Stein.

Festival de Cine Europeo de Sevilla 2013: Sorrentino ilumina al SEFF con su gran belleza mientras Van Groeningen conquista al público.


LA GRAN BELLEZA (La grande belleza, 2013), de Paolo Sorrentino. Sección oficial.


Desde que se proyectara en el pasado Festival de Cannes, de donde incomprensiblemente se fue de vacío, muchos han sido los que han comparado el último trabajo de Paolo Sorrentino con La dolce vita de Fellini. Negar que se inspira en ésta sería una estupidez, pero reducirlo a una mera puesta al día del clásico no me lo parece menos; entre otras cosas, y perdonen mi atrevimiento (sacrilegio dirán algunos), porque considero que la obra que nos ocupa, en la que también se aprecian influencias de Antonioni o Resnais, es superior a la del autor de Otto e mezzo. Aquí al menos, el equilibrio entre lo trascendental y lo ridículo, entre lo sublime y lo absurdo, está más conseguido.

Con La grande bellezza, el director italiano, haciendo valer el proverbio latino memento mori, nos recuerda que la vida es ese efímero instante que transcurre entre dos nadas eternas. Un instante en el que la ininterrumpida sucesión de alegrías, tristezas, placeres, obligaciones, descubrimientos, decepciones, fracasos e ilusiones, impiden vislumbrar su verdadero significado, impiden advertir su auténtica belleza. La belleza que inspira el trabajo de los artistas y otorga paz al resto de los hombres. La gran belleza. Esa que desprende cada uno de los fotogramas de esta poética, maravillosa, profunda película. La misma que busca, como si de un personaje proustiano se tratase, un resignado Toni Servillo (soberbia interpretación la suya) que está a punto de entrar en la vejez y abandonar el dandismo. Pero, ¿dónde se halla tal belleza? ¿Es inasible su naturaleza? ¿En qué lugar reside?  ¿A orillas del río Tíber a su paso por Sant'Angelo? ¿En el recuerdo del primer amor? ¿Junto al milenario Coliseo? ¿Bajo los efectos de un gin-tonic bien cargado? ¿Entre los muslos de una mujer? ¿En un baile de discoteca? ¿Sobre el puente Garibaldi? ¿En la palabra de una santa?… 

El filme, visualmente subyugador, se aleja de todo convencionalismo narrativo, primando siempre el carácter subjetivo y fragmentado de la narración. La ampulosa cámara de Sorrentino, que parece flotar en el aire, se esfuerza por exprimir la belleza de cada plano, algo a lo que contribuye el inigualable magnetismo de la Città Eterna.

En su conjunto, podemos afirmar que La grande bellezza supone un ejercicio de estilo apabullante; aunque lo que la hace en verdad magistral es su lúcido contenido. Obra maestra.




ALABAMA MONROE (The Broken Circle Breakdown, 2012), de Felix van Groeningen. Selección EFA.


Resulta difícil valorar con objetivad una película que apunta directamente al corazón de los espectadores. Alabama Monroe, del belga Felix Van Groeningen, es un estupendo melodrama sobre una pareja de músicos que debe afrontar la enfermedad y posterior muerte de su hija Maybelle, de tan sólo seis años de edad. Se trata de una historia preciosa, a la par que desgarradora, que alterna con fluidez presente y pasado mostrando los fragmentos esenciales de la relación que mantienen Didier Bontinck/Monroe (Johan Heldenbergh) y Elise Vandebelde/Alabama (Veerle Baetens), dos personalidades compatibles pese a sus dispares visiones de la vida. El fallecimiento de la pequeña, a causa de un terrible cáncer, acentuará las diferencias entre ambos, dificultando que todo siga como antes. La carismática interpretación de los dos actores principales, permite al público empatizar con sus problemas e implicarse con su historia. El filme cuenta, además, con una maravillosa banda sonora de bluegrass y una cuidada fotografía. En su debe, cabe señalar ciertos excesos dramáticos que buscan la fácil conmoción del espectador, un discurso ético-religioso que no viene demasiado a cuento, y el momento “a lo Ghost” que hay casi al final. En definitiva, la vida se compone de buenos y malos momentos, y la obra que nos ocupa, adictiva de principio a fin, acierta al equilibrar la sucesión de unos y otros. 


Festival de Cine Europeo de Sevilla 2013: entre el lago y el aula.


EL DESCONOCIDO DEL LAGO  (L'inconnu du lac, 2013), de Alain Guiraudie. Sección oficial.


Grata sorpresa la que me llevé ayer con L'inconnu du lac, del francés Alain Guiraudie, original película que mezcla con habilidad la trama homoerótica con una intriga criminal. El filme, rodado íntegramente al aire libre, se ubica a orillas de un hermoso lago, en una apartada zona de baño a la que los homosexuales acuden  a diario para practicar naturismo y en busca de esporádicos encuentros carnales. La acción se desarrolla a lo largo de varias jornadas. El protagonista es Franck (Pierre Deladonchamps), joven que comienza a sentirse profundamente atraído por el enigmático y atractivo Michel (Christophe Paou), pese a saber que se trata de un tipo peligroso. Un asesinato, algo que nunca esperaríamos en este contexto paradisíaco, genera inquietud entre los habituales visitantes del lugar, sobre todo en Franck, que conoce la identidad del asesino. La cinta resulta algo reiterativa en la plasmación de escenas sexuales, en ocasiones bastante explícitas, aunque las justifique el hecho de que es eso, sexo y nada más, lo que buscan todos los personajes del relato, a excepción del entrañable Henri (Patrick d'Assumçao), un heterosexual cincuentón, deprimido y divorciado que se hace amigo de Franck. La narración, muy bien hilvanada, no evita el humor y posee las dosis de suspense adecuadas. Contiene diálogos magníficos. ¿Una aspirante al Giraldillo de Oro? Sin duda debería serlo.





CLASS ENEMY (Razredni sovraznik, 2013), de Rok Bicek. Las Nuevas Olas.


Enésimo título, en este caso esloveno, que retrata la conflictiva relación que se establece entre un nuevo profesor y su revoltosa clase. Esta película ya la hemos visto, ¿verdad? Si en la anterior reseña indicábamos que el filme había sido rodado de manera íntegra al aire libre, aquí hay que decir todo lo contrario, puesto que la trama no sale del claustrofóbico interior del instituto. Igor Samobor, probablemente lo mejor de la cinta, interpreta al nuevo profesor de alemán. Muy pronto, su carácter duro y exigente causará estragos entre los alumnos de su clase, acostumbrados a no darle un palo al agua para aprobar. La situación se complica con el suicidio de una alumna que había sido previamente sermoneada por el docente en su despacho. A partir de ahí, el resto de sus compañeros, convencidos de que éste ha sido el culpable de la tragedia, tratarán de hacerle la vida imposible para que abandone el centro. Nada novedoso, en definitiva, lo que nos ofrece este trabajo que no pasa de aceptable. Su reflexión acerca del rechazo que la autoridad produce en las nuevas generaciones podría haber sido tratada con mayor profundidad y originalidad.


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