Páginas

Cine y literatura: versos a través del espejo*.



De nuestros encuentros, cada instante
era fiesta con el dios distante.
Solos en todo el mundo.
Era más valiente y liviana que el ala de un ave.
Por la escalera, como un mareo acosante,
corrías y me llevabas -suave- 
dentro de la húmeda lila
a tus dominios insondables
por la otra parte del espejo.

Y al llegar la noche
me fue regalada la piedad,
se abrió la puerta del altar
y brilló, brilló en la oscuridad
la desnudez de su lento declinar.
Y al despertar: "¡Bendita seas!", dije
y supe que era audaz mi bendición:
dormías tú, y se extendía la lila
para tocar tus párpados con el azul del Universo.
Y los párpados que el azul tocó
quietos eran y la mano, tibia.

Y pulsaban los ríos en el cristal,
humeaban los cerros, brillaba el mar.
Una esfera de cristal tenías en tu mano.
Dormías en un trono elevado.
Y ¡Dios sagrado! Mía eras, mía mi beldad.

Despertaste y transformaste el léxico de la humanidad.
Y al habla de fuerza sonora colmaste
y la palabra "tú" mostró -oh, arte-
su nueva esencia y significó "zar".

Todo cambió en el mundo,
hasta las cosas sencillas, palangana, bocal,
cuando detenida entre nosotros estaba
el agua dura y laminada.

Algo nos llevó al más allá,
y, cual espejismo, se distanciaba
-construida por milagro- la ciudad.
A nuestros pies la menta se acostaba
y las aves seguían nuestra ruta larga
y los peces en contra iban de las aguas
y se abrió el cielo ante nosotros
cuando el destino nos siguió celoso
cual un loco que lleva una navaja.


Desde el alba te esperé ayer,
adivinaron ellos que tú no vendrías.
¿Recuerdas cómo estaba el tiempo?
¡como una fiesta! Y yo salí sin abrigo.
Hoy has venido, y nos han hecho
un día demasiado sombrío,
lluvia, una hora demasiado tardía,
y corren las gotas por las ramas frías.
No es posible detenerlas con palabras
ni con el pañuelo enjugarlas.


No creo en los presentimientos. Tampoco temo a los agüeros.
No esquivo la blasfemia y el veneno.
La muerte no existe. Inmortales son todos.
Todo es inmortal. No hay que temer a la muerte
ni a los diecisiete, ni a los setenta.

Sólo hay luz y realidad.
No hay oscuridad ni muerte en este mundo.
Ya estamos todos en la costa del mar.
Soy de los que recogen las redes.
Cuando en cardumen viaja la inmortalidad.

Vivid en la casa y la casa existirá.
Llamaré a cualquiera de los siglos,
entraré en él y en él construiré mi hogar.
Por eso a una misma mesa vuestros hijos y vuestras esposas conmigo están.

Y es una para el nieto y el abuelo:

el futuro hay, ahora se consumará. Y si mi mano levanto
los cinco rayos con vosotros quedarán.
Cada día del pasado yo sostuve con mis clavículas y mi voluntad.
Medí el tiempo con cadena de apear y lo atravesé como si fuera el río Ural.

Mi siglo a mi talla escogía.

Íbamos al sur, pendía el polvo en la estepa.
La hierba mal olía, el grillo traveseaba,
tocaba las herraduras con su antena
y predecía mi muerte, como un monje presagiaba.

Até mi destino a la silla de montar.
Y ahora estoy en los futuros siglos
me levanto cuan niño en los estribos.
Me basta con mi inmortalidad
para que de siglo en siglo mi sangre corra.
Por un rincón con lumbre y bondad
pagaría de buen grado con mi vida.
Más su aguja voladora como a un hilo
me lleva por el mundo a toda costa.

Arseni Tarkovsky (1907-1989).

El hombre tiene un cuerpo,
cual una celda.
Cansada el alma está
de su íntegra envoltura.
Con oreja y ojos,
como monedas,
y piel con cicatrices
que cubre la osamenta.
Por la córnea vuela
a la fuente del cielo,
al radio del hielo,
al carruaje del ave.
Y oye por las rejas
de su viviente cárcel
la carraca del campo,
la trompa de los mares.
El alma es sin su cuerpo,
como cuerpo sin camisa.
No hay labor ni intento
ni verso ni concepto.
Adivinanza vana:
¿quién irá a bailar
a aquella misma plaza
donde nadie está?
Y sueño otra alma
vestida de otra forma:
arde y corre, tímida,
en busca de esperanza.
Se quema y sin sombra
se aleja por la tierra,
un racimo de lilas
dejando de recuerdo.
No te lamentes, niño,
de la Eurídice pobre,
empuña el palo y corre
tras el aro de cobre
mientras tus oídos capten
ora alegres, ora secos
de tus pasos los ecos
que repite la tierra.

   * Estos cuatro pemas del poeta ruso Arseni Tarkovsky, aparecen a lo largo del metraje de El espejo (Zerkalo), filme dirigido por su hijo, Andrei Tarkovsky, en 1975.

4 comentarios:

  1. Yo me considero incapaz de comentar nada, despues de leer esto. Sólo decir que me parecen unos versos muy hermosos y me gustó mucho la película. No había visto nunca la foto del padre de Tarkovski. Muy buena entrada, Ricardo. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, selegna:
      Me alegra que te guste la entrada :)

      Un abrazo.

      Eliminar
  2. ¡Muy buena entrada con los poemas de El Espejo! :) Yo he buscado los que aparecen en Nostalghia, pero no los he encontrado. Recuerdo que en la película hablaban de la traducción al italiano de los poemas de Andrei y hasta en francés los he buscado, pero nada de nada. Por cierto, para seguir, yo he encontrado otros poemas del autor... http://el-libro-de-manuel.blogspot.com/2013/03/arseni-tarkowsky.html

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Manuel:
      En el próximo post de "Cine y literatura" colgaré los poemas de Arseni Tarkovsky que aparecen en "Nostalgia". Estate atento :)

      Un saludo.

      Eliminar