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El enemigo público (The Public Enemy, 1931) de William A. Wellman.


Se narran las correrías delictivas de Tom Powers (James Cagney) y de su amigo y socio Matt Doyle (Edward Woods), desde que son unos niños hasta que se convierten en dos enriquecidos mafiosos en tiempos de la ley seca. 


El enemigo público es, junto a Hampa dorada (Little Caesar, 1931) de Mervyn LeRoy, la película que fijó las constantes dramáticas, narrativas y argumentales del género de gánsteres. Al margen de su carácter fundacional, el filme también supuso el debut como protagonista del gran James Cagney, quien desde ese mismo momento se convertiría en toda una estrella y en el más representativo ejemplo del matón cinematográfico junto a Edward G. Robinson.

El espléndido e infravalorado William A. Wellman, director dotado de un talento envidiable capaz de afrontar con éxito cualquier género (véase al respecto el auténtico vergel fílmico que constituye su amplísima filmografía), fue el encargado de trasladar a la gran pantalla un guión cuya filmación habría resultado del todo imposible sólo unos años después, tras la implantación del código Hays en 1934, debido al modo sorprendentemente explícito para la época con el que trata la violencia y la sexualidad.  


Como la historia del séptimo arte ha demostrado en innumerables ocasiones que los géneros y movimientos cinematográficos no surgen por casualidad, sino de la mano de determinadas coyunturas políticas y socioeconómicas, la aparición y el éxito del cine de gánsteres debe entenderse dentro de su marco histórico; que no es otro que el de la Gran Depresión que siguió al Crac del 29. En ese contexto de crisis e inseguridad colectiva, se hacía necesaria la existencia de antihéroes que afirmaran su individualismo al margen de un sistema económico y legal fracasado. Al público de entonces le encantaban los personajes como el interpretado aquí por James Cagney: un tipo duro y sin escrúpulos que se enriquecía fácilmente a base de dar puñetazos y apretar el gatillo. Es por ello que casi todas estas películas contenían un final moralizante, una especie de advertencia sobre lo que a uno le podía pasar si decidía saltarse las reglas. Y en ese sentido, pocos epílogos resultan tan descarnados en su mensaje como el de la obra que ahora nos ocupa (a veces es mejor no abrir la puerta cuando tocan).


Más allá de tales observaciones contextuales, The Public Enemy destaca por su claridad expositiva, por su magnífica perfilación de caracteres (inolvidable retrato ambivalente de los dos hermanos Powers) y por la fiera e icónica interpretación de su protagonista.

6 comentarios:

  1. No hace mucho pude disfrutar de "Al rojo vivo", también de este explosivo, nunca mejor dicho, de Cagney. Me parecen pequeñas gemas capaces de deleitar incluso a los más exquisitos paladares acostumbrados al ascetismo de un Dreyer. Me apunto ésta, que no la he visto y seguro que me gusta.
    Un saludo, amigo.

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    1. Hola, Gerardo (se me hace raro no llamarte Irimiás):
      Me ha sorprendido ver que, además de cinefilia, también compartimos apellido :) (mi segundo es Quiñones). Fíjate que yo creo que el verdadero paladar exquisito, es precisamente aquel que sabe degustar todo tipo de cine siempre y cuando éste sea de calidad. Está claro que lo que sentimos al visionar una obra de Dreyer, Tarr, Tarkovsky, Bergman o Malick, por citar sólo algunos ejemplos de sublime cine autoral, es único; no obstante, hay que ser abiertos de mente y saber que uno también encuentra un placer inenarrable en otro tipo de producciones. Es el caso del cine clásico norteamericano en general, y del género de gánsteres con Jimmy Cagney a la cabeza en particular. Por todo ello, te recomiendo "The Public Enemy" encarecidamente.
      Un saludo, amigo Gerardo.

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    2. Pues sí que es una casualidad, Ricardo. En donde yo vivo, al menos, se trata de un apellido bastante infrecuente, jaja.
      Comparto lo que comentas. Por más que uno se decante por una vertiente del cine, es innegable que siempre se seguirá disfrutando de otros estilos cinematográficos, da igual lo opuestos que sean, y éste es un notable ejemplo de ello.
      Siempre un placer, colega, y me anoto la recomendación.

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    3. Me hizo bastante gracia la casualidad :). Que yo sepa, aquí tampoco hay demasiados Quiñones, aunque no creo que a nadie le suene como un apellido raro.
      El placer es mío, colega. Un saludo.

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  2. Pues la tengo bastante olvidada camarada, pero recuerdo detalles de esos que hacen grande a una película un Cagney magnífico y brutal, la Harlow en plan pura dinamita (a quien le importan sus limitaciones como actriz), al pobre caballo y sobre todo ese final tan tremendísimo.
    Hay que volver a verla para paladearla con delectación.

    Una reflexión facilona... que poco consciente es el aficionado de lo importantes que fueron estas pelis gangster de los años 30 y 40 para que ya en los 70-80 el cine del subgenero diese joyas del calibre de los Padrinos, erase en america o las inclusiones de de Palma en el género.

    Un abrazo.

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    1. Hola, camarada:
      El final es una de esas cosas que no se pueden olvidar en la vida. ¡Menudo desplome! :).
      No sé si tu reflexión será facilona, pero está cargada de verdad. Me gusta mucho el subgénero gansteril, y estoy de acuerdo contigo en que durante la década de los treinta se filmaro obras clave del mismo. Respeto a Coppola (otrora gran cineasta), Leone o De Palma, pero los mejores filmes de gánsteres de la historia del cine me siguen pareciendo "Los violentos años veinte" del gran Raoul Walsh y "Scarface" (la buena) del no menos grande Howard Hawks.
      Un abrazo y gracias por pasarte por aquí una vez más.

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