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Oliver Twist (ídem, 2005) de Roman Polanski.


Inglaterra, siglo XIX. Oliver Twist (Barney Clark) es expulsado del hospicio por cometer la “osadía” de pedir más comida, y ofrecido como aprendiz a quien lo quiera contratar. Tras librarse de un bruto deshollinador y ser ayudante en una funeraria, el pequeño acabará deambulando por las calles de Londres, donde será captado por una banda de niños malandrines dirigidos por el viejo Fagin (Ben Kingsley). 


Pese a que no alcance las cotas de brillantez de la adaptación dirigida por David Lean en 1948, el Oliver Twist de Polanski me sigue pareciendo excelente, por mucho que se le haya menospreciado de manera injusta y sistemática desde el momento de su estreno, y aunque carezca de un intérprete carismático (Barney Clark resulta soso) que componga al inolvidable personaje creado por Charles Dickens.

Es cierto que el realizador franco-polaco ya no es, y perdónenme la expresión, aquel jodido genio perturbado que alumbró más de una obra maestra hace unas décadas, pero pocos directores actuales poseen un dominio del lenguaje cinematográfico como el del autor de Repulsión. No es casual que se interesara por llevar a la gran pantalla el texto de Dickens, ya que si hay un cineasta que pueda retratar de un modo fidedigno lo que significan las penurias de la infancia, ese no es otro que el propio Polanski, quien de niño tuvo que huir del Gueto de Varsovia ante la masacre nazi. Se equivocan, por tanto, los que consideran que Oliver Twist no es una obra personal.


El director es fiel al espíritu de la novela, remarcando su carácter de denuncia social frente a la miseria y los desequilibrios generados por la revolución industrial en Inglaterra. No falta en el filme, el dickensiano humor satírico que arremete contra la autoridad y la falta de conciencia de una sociedad que se muestra impasible ante el sufrimiento de los demás.

Siguiendo con el paralelismo entre la experiencia vital del cineasta y la obra literaria, cabe señalar que las condiciones de insalubridad y extrema pobreza de la que hacen gala los hacinados barrios marginales del Londres decimonónico, se asemejan mucho a las que debieron darse en el Gueto de Varsovia, con la única diferencia de que aquí, en lugar de nazis, nos encontramos con burgueses y burócratas que, a su modo, también contribuyen al “exterminio” de una parte de la población.

La reconstrucción de la época es inmejorable, aunque el director no se jacta en la filmación de los espectaculares decorados, sino que opta por una sobria, madura y eficaz narración. Polanski, añadiendo un toque personal, convierte la segunda mitad de la película (la más conseguida) en un sórdido y sombrío cuento plagado de atmósferas opresivas y amenazantes que recuerdan a algunos de sus mejores trabajos.


En cuanto al reparto, al margen de la no demasiado acertada elección de Barney Clark, destaca la estupenda interpretación de Ben Kingsley como Fagin, quien aporta a su personaje una serie de matices ambiguos que lo hacen más complejo e interesante.

La música compuesta por Rachel Portman y la fotografía de Pawel Edelman (delicioso el pictórico y bucólico pasaje en el que Oliver se desplaza a través de caminos rurales hasta llegar a Londres), constituyen otros de los elementos a resaltar en esta notable cinta. Ideal para estas fechas y para toda la familia.


6 comentarios:

  1. A mi me gustó mucho. Ben Kinsley está inmenso en su papel y opino igual que tú en cuanto al director. Muy buen comentario, como siempre.
    Un abrazo

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  2. Hola, selegna:
    Ben Kingsley es un actor que prácticamente siempre está bien. En breve lo veremos interpretando nada más y nada menos que a Mèliés en el "Hugo" de Scorsese.
    Un abrazo y ¡Feliz Navidad!

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  3. ¡Feliz Navidad, Ricardo! y gracias por recordar a Dickens en estos días y por todos los buenos momentos que nos proporcionas en este blog, siempre.
    Un abrazo

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  4. Bueno, es que unas navidades sin Dickens no serían navidades :). Gracias a ti por estar ahí.
    Un abrazo.

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  5. Sensible, fiel y brillante adaptación del famoso folletín de Dickens. Tras la de David Lean y la musical de Carol Reed, esta es la tercera, creo, aunque es probable que en estos momentos se me escape alguna otra.
    Pero, a lo que vamos: el talento de Polanski vuela alto una vez más en virtud de una puesta en imágenes donde la precisión y la crudeza del retrato social y humano no está reñida con la ternura en el acercamiento a unos personajes engullidos y sacrificados por la ebullición de aquel Londres creciente y terrible. El acento en el trato inhumano infligido a los niños pobres ya lo ponía Dickens en sus páginas, pero por eso de que una imagen (de Polanski, en este caso) vale por mil palabras, ahí reside en buena parte la fuerza de esta espléndida puesta en escena, en la que no faltan algunos sazonadores toques de ironía, de un cuento oscuro en el que subyace la denuncia de una sociedad enferma.
    Deseo, Ricardo, que tengas un feliz tránsito al nuevo año, y que se cumplan tus expectativas. Mientras, un abrazo.

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  6. Hola, Teo:
    Me complace enormemente observar que tenemos una opinión muy similar con respecto a esta espléndida obra de Polanski, ya que, como vengo a decir en el comentario, me he cansado de leer y escuchar muchas tonterías acerca de la misma. Sólo te ha faltado hacer alusión a la versión silente con Jackie Coogan ("el chico" de Chaplin) como Oliver y el gran Lon Chaney como Fagin.
    Mis mejores deseos también para ti en este nuevo año que entra. Mucha salud, amor, cine y algo de dinero :).
    Un abrazo.

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