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Madame de... (ídem, 1953) de Max Ophüls.

París, 1900. Madame Louise (Danielle Darrieux) es una condesa frívola y coqueta cuya vacua existencia transcurre entre fiestas de la alta sociedad, joyas deslumbrantes y abrigos de pieles. Su vida cambiará tras conocer a un diplomático italiano llamado Donati (Vittorio de Sica).


El historiador y crítico norteamericano Andrew Sarris, calificó a Madame de… como la película más perfecta jamás realizada; y probablemente no le faltaba razón, puesto que si hay una palabra que pueda definir esta obra maestra de Max Ophüls, esa palabra es perfección. Guión, dirección, interpretaciones, decorados, vestuario, fotografía, música… Todo es perfecto en este extraordinario filme, que se basa en una novela de Louise de Vilmorin.  


La película se abre con la que es, a juicio de quien suscribe estas líneas, la mejor presentación de un personaje femenino de la historia del cine: un plano secuencia que se inicia con el primer plano de un joyero en el que destacan unos pendientes que, como veremos con posterioridad, serán de importancia capital en el desarrollo de la trama. La cámara de Ophüls recorre el tocador y el armario de la protagonista, a la que escuchamos hablar consigo misma mientras su mano escudriña joyas y visones con el objetivo de elegir alguno de esos objetos para venderlo y saldar así unas deudas que tiene. Sólo al final del mismo, y mediante el reflejo de un espejo, advertimos el bello rostro de Danielle Darrieux. No se nos ha dicho nada acerca de ella, al menos explícitamente. Pero su forma de hablar, el contenido de lo que dice, así como lo que Ophüls nos muestra con su cámara, nos sirven para definir completamente su personalidad. Cine en estado puro.


Que finalmente elija los pendientes que le regaló su marido (el general André, interpretado por Charles Boyer) tras la boda, no deja de ser una prueba elocuente del momento en el que se encuentra su relación. Esos pendientes, además de simbolizar la superficialidad de la alta aristocracia por la forma en la que van y vienen a lo largo de la película, sirven también como reflejo del estado emocional de la protagonista. A la que no le importa deshacerse de ellos al principio, por ser un regalo de su cónyuge, al que evidentemente no ama, pero que acabará aferrándose a los mismos cuando el que se los regale sea su amante.

Si durante los primeros minutos del filme parecemos asistir a una cinta relativamente ligera por su tono, las situaciones y emociones que siguen, acabarán  por desembocar en una tragedia romántica cargada de fatalismo.

 Un ejemplo de ese tránsito, así como de la evolución que experimenta el personaje principal, son las dos secuencias en las que entra en la iglesia, y que Ophüls filma de forma muy similar, precisamente para enfatizar sus diferencias. En la primera de ellas, Louise pide a la imagen de una virgen que el joyero acepte los pendientes que le va a llevar; mientras que en la segunda, ya casi al final, le implorará entre lágrimas por la vida de Donati, que va a batirse en duelo con su marido. En esta última aparece ataviada casi de luto, y el hecho de que el director filme su plegaria de frente, indica mayor sinceridad que en la ocasión precedente, cuando era filmada de perfil.


Otra secuencia memorable, es el muchas veces citado encadenado de valses con el que el cineasta alemán nos muestra el enamoramiento progresivo que experimentan Louise y Donati. Simplemente magistral.

Madame de… es, en definitiva, uno de los ejemplos más logrados del cine de Ophüls, un director esencial que sigue sin estar lo suficientemente valorado.


2 comentarios:

  1. Obra maestra, desde que la vi no me canso de verla una y otra vez (creo que van 5 veces), que gran gran filme

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  2. Hola, Dan Chaplin:
    Es una obra absolutamente exquisita. Perfecta de principio a fin. Entiendo que no te canses de verla, ya que a mí me pasa exactamente los mismo. Magistral.
    Un saludo.

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